Si algo ha demostrado la cumbre de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA) que acaba de concluir en Kingston, Jamaica, es que el debate en torno a la minería de aguas profundas es tan complejo como espinoso. Pese a los estudios, la montaña de argumentos tanto a favor como en contra, el interés que ya ha demostrado la industria, los contratos de explotación firmados y que sabe que el reloj corre en su contra, el organismo internacional ha sido incapaz de trazar aún una regulación específica sobre la minería del fondo marino. De hecho, acaba de otorgarse a sí mismo algo más de margen para afrontar ese reto. No mucho.
Mientras, las empresas interesadas en la explotación minera en aguas profundas trabajan en una de los frentes en los que más se juegan: el tecnológico.
Un reto técnico… y medioambiental. Lo que ambicionan compañías como The Metals Company o Impossible Metals es la riqueza minera que se oculta en las aguas profundas, en el lecho del océano. Solo en la zona Clarion-Clipperton (CCZ), una franja marina que se extiende por el Pacífico entre Hawái y México y equivale a dos veces el tamaño de este último país descansa un amplio tesoro de 27.000 millones de nódulos de manganeso, rocas ricas en cobre, níquel y cobalto.
La industria asegura que ese tesoro mineral es fundamental para fabricar las baterías, motores, paneles y turbinas que necesitamos si queremos avanzar hacia la descarbonización. Quienes rechazan la minería marina lo ven distinto y advierten de un "daño irreversible" y un impacto en ecosistemas que, en ocasiones, todavía no han sido bien estudiados y se prolongarán a lo largo de siglos. "Puede dañar a miles de especies, antes incluso de que se descubran", zanjan los detractores.
A la caza de nuevos robots. Ese es el empeño por ejemplo de Impossible Metals, una compañía con sedes en EEUU y Canadá que trabaja en tecnología para recoger los nódulos polimetálicos del fondo marino. Con el debate sobre el impacto medioambiental de la minería como telón de fondo, la empresa está desarrollando una flota robótica de vehículos submarinos autónomos diseñados para recolectar las valiosas rocas de manganeso. Y aspira a hacerlo además con un "bajo impacto ambiental", levantando la menor cantidad posible de sedimentos en el fondo oceánico y minimizando la huella de su actividad en los ecosistemas.
The Metals Company (TMC) presume también de disponer de un sistema de minado selectivo, un colector diseñado precisamente para recoger los nódulos del fondo marino abisal, llevarlos a la costa y procesarlos de forma sostenible: "Con un nivel casi nulo de residuos sólidos, sin deforestación y prestando especial atención a no dañar la integridad del ecosistema de las profundidades oceánicas".
Objetivo: Eureka. Así se llama el robot submarino autónomo en el que lleva años trabajando Impossible Metals. Su primer prototipo, el Eureka 1, completó con éxito la prueba inicial de recolección selectiva de rocas a finales del año pasado y la compañía se ha marcado ya un calendario que refleja tanto qué objetivos quiere conseguir como cuándo aspira a hacerlo. Y apunta ya al medio plazo.
Entre 2023 y 2024 sus responsables se plantean tener el Eureka 2, un robot provisto de tres brazos, una carga útil de 100 kg y que estará preparado para una profundidad de 6.000 m, condiciones que superan de forma holgada los 25 m de profundidad y cinco kilos de carga útil del primer modelo, dotado de un solo brazo.
Con la vista puesta en 2026. Ya entre 2024 y 2025 aspira a desarrollar una versión mayor, el Eureka 3, y de 2026 en adelante disponer de una flota minera y lanzar su tecnología "a gran escala". Su primer prototipo, el Eureka 1, incorpora ya tres tecnologías que la compañía presenta como "clave": un motor de flotabilidad, un brazo robótico capaz de actuar con rapidez bajo el agua y un sistema de visión por ordenador basado en inteligencia artificial que le permitirá detectar nódulos y la fauna o flora que puedan albergar. El objetivo: "Evitar la vida marina".
Suma y sigue de pruebas. La de 2022 no ha sido la única prueba que la compañía ha realizado con el robot Eureka. En junio informó de otra demostración que, argumenta, "demuestra que el enfoque de recolección selectiva para nódulos polimetálicos del lecho marino resulta técnicamente factible". Hace poco la cadena CBS News se hacía eco también de otra prueba durante la que el UAV se sumergió en el lago Huron y utilizó su barco retráctil, impulsado por inteligencia artificial, para arrancar rocas del fondo del lago que imitaban los nódulos del Pacífico.
La compañía insiste en que su objetivo a largo plazo es desplegar una flota de vehículos submarinos, robots que costarán alrededor de cinco millones de dólares y serán capaces de viajar a unos 6,4 km bajo el agua mientras sus cámaras y brazos planean sobre el fondo oceánico sin llegar a tocar la arena, pendientes de detectar y recolectar los valiosos nódulos polimetálicos. "Necesitamos poder asegurarnos de que el ecosistema del lecho marino permanezca intacto", asegura Renee Grogan.
"Casi cero desechos”. Otra de las compañías que ha insistido en su tecnología es The Metals Company, clave en el debate con el que lleva años lidiando la ISA por su participación en el proyecto NORI (Nauru Ocean Resources). La empresa utiliza drones submarinos y recolecta muestras para estimar la abundancia de minerales —en el área de NORI habría metal suficiente para las baterías de 140 millones de vehículos. Una vez localizados los recursos, el sistema recurre a un colector para trabajar en el fondo abisal. Los nódulos se suben y trasladan a la costa.
El sistema está planteado para que más del 90% del sedimento arrastrado se separe de los nódulos ya en el interior del colector y se vaya descargando tras él. "La mayor parte se deposita de nuevo en el fondo marino en unos pocos cientos de metros", abunda la compañía, que aclara que las rocas suben luego por un sistema de tubos hasta el buque, donde se deshidratan. El agua residual, los sedimentos y finos se devuelven por debajo de la zona fótica —aquella en la que penetra la luz solar—, a una profundidad elegida precisamente por su reducido impacto.
Pero… ¿Resulta tan sostenible? Los detractores de la minería en aguas profundas no lo ven con tanta claridad. Desde hace años se publicado estudios que advierten del daño irreversible que la actividad causaría al fondo marino, espacios con un ecosistema adaptado a condiciones únicas, vulnerables y en cuyo estudios aún hoy seguimos avanzando. "El solo hecho de que el código minero no haya sido posible es una confirmación de las flagrantes brechas científicas, el volumen de problemas regulatorios sin abordar y la creciente reacción global a una industria que sabemos que causará la destrucción irreversible de nuestro océano", alerta Emma Wilson, de la Coalición para la Conservación del Mar Profundo.
"No podemos tratar de salvar el planeta rompiéndolo en el proceso, ¿verdad?", comenta a la CBS News Douglas McCauley, científico oceánico de la Universidad de California en Santa Bárbara McCauley sobre la aplicación tecnológica de los nódulos. "Esos varios años de minería van a causar siglos de daños".
Imágenes: Impossible Metals 1 y 2 y The Metals Company
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