En 1946, el gobierno de Estados Unidos reunió a los 167 habitantes del atolón Bikini y les pidió que abandonaran sus casas temporalmente "por el bien de la humanidad y el fin de todas las guerras". Desde ese momento y hasta 1958, Estados Unidos hizo 67 pruebas nucleares sobre ese trozo del océano Pacífico.
El 20 de mayo de 1956, Cherokee, la primera bomba termonuclear lanzada desde el aire, caía sobre Bikini. Ya han pasado más de 60 años. ¿Qué ha sido de este pequeño atolón de las islas Marshall? ¿Es un páramo nuclear o ha vuelto a ser el paraíso que un día fue?
Un paraíso... nuclear
Cuando escuchamos bikini, lo que nos viene a la mente es un traje de baño o un sandwich de jamón y queso. Pero aunque no seamos conscientes de ello, el atolón Bikini, un sistema de 23 pequeñas islas articuladas en torno a una laguna perdida en el Pacífico, ha tenido un papel fundamental en la historia reciente de la humanidad.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, las antiguas colonias europeas de Micronesia que habían sido conquistadas por los japoneses pasaron a manos de Estados Unidos. El Territorio en Fideicomiso de las Islas del Pacífico fue concedido por la ONU y perduró hasta finales de los años ochenta (y hasta 1994 en Palaos). Las Marshall se independizaron en 1990.
Pero mucho antes, en 1954 se produjo allí uno de los errores nucleares más grandes de la historia. Castle Bravo, debido a un defecto de fabricación, alcanzó una potencia de 15 megatones. 2 veces y media más de lo esperado y 7000 veces más que la bomba de Hiroshima.
Su efecto se expandió por más de 11 mil kilómetros cuadrados contaminando a centenares de personas incluyendo un barco de pesca japonés. 20 años después prácticamente todos los habitantes cercanos a Bikini habían desarrollado nódulos en el tiroides. Castle Bravo inició una carrera enloquecida que culminó con la bomba rusa Tsar (de 50 megatones) y provocó la aprobación del 'Tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares'.
Hoy día Bikini sigue siendo inhabitable para el ser humano
Lirok Joash tenía 20 años cuando abandonó la isla. En 1972, la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos declaró que la isla se había recuperado y más de cien personas (incluida Lirok Joash) volvieron. En el 78, se descubrió que los niveles de radiación eran preocupantemente altos y los habitantes volvieron a ser evacuados. Era solo la tercera vez que Joash había tenido que cambiar de hogar por la radiación. Han sido cinco veces.
En 1997, la Agencia Internacional de la Energía Atómica concluyó que Bikini "no debería acoger habitantes con las presentes condiciones radiológicas".
Las aguas que rodean al atolón están llenas de restos de barcos de la Segunda Guerra Mundial incluyendo el portaaviones USS Saratoga y el HIJMS Nagato, desde donde el Almirante Yamamoto dio la orden de atacar Pearl Harbour.
¿Qué ha sido del atolón Bikini?
Poco más se sabía de Bikini. Envuelta por una leyenda negra, hasta hace muy pocos años ningún equipo de investigación había viajado hasta allí para examinar en qué circunstancias estaba la isla. "No sabíamos qué esperar. Algún tipo de paisaje lunar, tal vez. Pero esto ha sido increíble", declaró Zoe Richards, de la Universidad James Cook de Australia, que lideró la expedición.
Para su sorpresa, el cráter de un kilómetro y medio de ancho es ahora el hogar de un ecosistema submarino muy próspero. El equipo encontró numerosos peces, corales de hasta 7 metros y muchos otros seres vivos.
La profesora Richards del Centro de Excelencia para el Estudio de los Arrecifes de Coral explicaba que esto era una prueba de la gran capacidad de recuperación de las barreras de coral. Algo que nos hace ser moderadamente optimistas con respecto a los problemas que atraviesa la Gran Barrera de Coral. Aunque no demasiado: el cambio climático supone una lucha diaria por la supervivencia mientras que en el caso de Bikini, "el coral ha tenido 50 ó 60 años sin interrupciones para recuperarse".
Además, todo parece indicar que un atolón cercano que nunca fue bombardeado directamente está repoblando la isla gracias a las corrientes y los vientos marinos. Es decir, por muy bien que se recupere la pérdida de biodiversidad ha sido irreparable.
Pero este pequeño atolón desierto es mucho más que un trozo de tierra. Por eso, en 2010 la Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad, para que sirviera de símbolo y recordatorio de la capacidad del hombre para acabar consigo mismo.
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