Este fin de semana (con la ayuda de "la madre de todas las dorsales") hemos estado en la playa. Hemos paseado por la orilla, hemos tomado el sol y en un momento (inesperado, pero inevitable) la grande de cuatro años me ha preguntado por qué no se podía beber agua del mar.
"Qué rollo que tenga sal", ha sido su conclusión tras explicárselo. Y yo he pensado que, en fin, tenía mucha razón.
Pensadlo un momento. Si, de repente, el agua del mar se convirtiera en agua dulce, el problema de la escasez de agua desaparecería por completo. No solo es que podríamos beber, lavar y regar lo que quisiéramos... es que en el improbable caso de que nos quedáramos perdidos a la deriva en medio del océano, no tendríamos ninguna necesidad de morir de sed.
Todo ventajas, ¿No?
Bueno, todo ventajas salvo por un pequeñísimo problema: la catastrófica sucesión de desdichas y catástrofes que se sucederían casi de inmediato. No solo se diezmaría toda la vida marina (con miles de millones de peses muertos por exosmósis), también cambiaría el relieve costero de todo el planeta y, como consecuencia del desbarajuste en las corrientes termohalinas, el clima del planeta se volvería completamente loco. Sí, más de lo que está. "Loco" a lo grande.
Pero empecemos por el principio. Cada litro de agua del mar tiene, de media, 35 gramos de sal disueltos en él. Eso es mucha sal. Muchísima sal. Y (casi toda) es cloruro de sodio: sal común. Pero no siempre ha sido así.
Hace unos 3.800 millones de años, cuando la Tierra se enfrió lo suficiente como para que el vapor de agua se condensara, el líquido resultante era (como sería fácil imaginar) agua químicamente pura. Hemos de reconocer, no obstante, que duró poco.
Al fin y al cabo, en cuanto empezó la lluvia (y la disolución del CO2 atmosférico en ella), los ciclos de erosión empezaron a andar. Esa es la razón por la que el mar es salado: el delicado equilibrio entre las erosiones, erupciones volcánicas, evaporación, deshielos y la disolución de depósitos salinos.
Y buen aparte del mundo (tal y como lo conocemos) depende de él. Porque, como digo, la sal tiene que un impacto importante en cosas como la temperatura del planeta (el agua salada eleva los puntos de congelación y ebullición) o el clima global.
Y no es una exageración, como el sol no calienta el mar igual en todos los sitios y los flujos de agua dulce llegan al océano por puntos muy concretos, se necesitan una serie de 'corrientes' que equilibran esas disparidades a nivel global. la desaparición de la sal marina cambiaría esos equilibrios por completo.
Además de una enorme extinción, claro. Porque las especies marinas dependen de la sal para garantizar su equilibrio osmótico, su alimentación y un sin fin de procesos metabólicos más. El océano se convertiría en una enorme olla llena de peces muertos.
Así que, pensándolo bien... igual es mejor quedarnos como estamos.
Imagen | Timo Volz
Ver 6 comentarios