Hace unas semanas, un comité de expertos rechazaba la idea de canonizar el término “antropoceno” para referirnos a la presente era geológica, la era del ser humano. Las conclusiones del panel probablemente llegaran tarde, ante un término ya extendido y útil para referirnos a la influencia humana sobre los sistemas naturales de nuestro planeta.
Influencia que no siempre es positiva. Y ejemplo de ello es otra idea en boga: la sexta extinción masiva.
Los expertos se refieren con este término a un evento hipotético en el que nuestro planeta podría perder una cantidad significativa de especies, ya sean animales, plantas o pertenecientes a otros reinos. La cuestión ahora es saber si se trata realmente de un evento hipotético o si esta gran extinción ha comenzado ya, aunque quizás el debate terminológico sea el menos relevante.
La idea de que nos encontramos bien a las puertas, bien ya inmersos en una sexta extinción no es nueva, ya cuenta con más de dos décadas.
Estamos acostumbrados a oír hablar de la extinción de tal o cual especie, o de la inclusión de otras en las listas de especies vulnerables y amenazadas. Eso a pesar de que cada año se cuentan por centenares las nuevas especies descubiertas y catalogadas por el ser humano.
Un estudio reciente señalaba un aspecto clave del problema: más allá de la pérdida de especies, nos estamos topando con la desaparición de géneros taxonómicos completos. Los autores del estudio ponen los ejemplos de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius), el tilacino o tigre de Tasmania (Thylacinus cynocephalus), o el baiji (Lipotes vexillifer); lista a la que podríamos añadir al dodo (Raphus cucullatus) y otras muchas.
Estas especies tienen algo en común: cuando se extinguieron eran la única representante viva de su género taxonómico. El hecho de que no estemos perdiendo especies sino géneros taxonómicos completos es lo que realmente preocupa a los autores del estudio, publicado el año pasado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.
La pérdida generalizada de biodiversidad en nuestro planeta parece un hecho contrastado, pero existe cierto debate en torno a la terminología. Algunas de las voces discrepantes admiten que nos encontramos ante una pérdida de diversidad ecológica, pero el término “sexta extinción” no los convence.
Un ejemplo es Stuart Pimm, de la Universidad de Duke. El experto comentaba su postura a Axios: “no tenemos ni idea de cómo identificar una sexta extinción masiva”. En parte porque tampoco es tanto lo que sabemos de las anteriores. Decíamos antes que quizás el debate terminológico sea el menos relevante. En sí coincide Pimm, es la pérdida de esta diversidad lo que preocupa.
Las extinciones del pasado
Si a este proceso lo denominamos sexta extinción, ¿cuáles han sido las otras cinco? Y más importante aún: ¿qué las causó?
Probablemente la extinción masiva más conocida sea la última, la extinción que se llevó por delante a los dinosaurios y otras muchas especies hace unos 66 millones de años, llamada extinción del Cretácico-Paleógeno o evento K-P entre otras denominaciones. La hipótesis dominante es que un meteorito impactó contra nuestro planeta desatando una sucesión de cambios bruscos en el clima y las condiciones de vida que muchas especies no pudieron soportar.
Continuando en orden cronológico inverso, la cuarta extinción masiva, sucedida hace unos 200 millones de años, es la denominada extinción del Triásico-Jurásico, una extinción posiblemente causada por los eventos geológicos que causaron la división del supercontinente de Pangea.
Hace unos 250 millones de años, la tercera extinción, la del Pérmico-Triásico, “la Gran Mortandad”, pudo haberse llevado consigo una parte importante de la biodiversidad planeta. Hasta el 96% de las especies según algunas estimaciones. Un meteorito y la actividad volcánica pudieron estar detrás de este evento.
La segunda gran extinción habría ocurrido hace unos 360 millones de años, al final del Devónico. En eta era las plantas se diversificaron y extendieron, posiblemente causando un importante cambio en el clima, un enfriamiento global.
Finalmente, la primera gran extinción fue la acontecida al final del Ordovícico. De nuevo las condiciones climáticas cambiantes habrían sido las responsables de la desaparición de más de cuatro quintas partes de las especies de nuestro planeta.
A menudo miramos atrás a la desaparición de la famosa Biblioteca de Alejandría y nos preguntamos cuánto saber se perdió para siempre en aquel simple evento. El problema de las extinciones masivas es similar: la extinción de una especie es una pérdida de información comparable a la desaparición de un libro.
Las especies guardan valiosísima información en sus genes. Información que ha llevado a algunas empresas a interesarse por traer de nuevo a la vida especies extintas. Esta información genética podría ayudarnos, por ejemplo a sintetizar con mayor facilidad algunas proteínas y otras moléculas para su uso en farmacéutica y bioingeniería.
Hay otra historia importante que estas especies pueden llevarse a la tumba: la de su evolución. La propia y la de sus respectivos géneros taxonómicos. Buena parte de lo que sabemos sobre evolución lo hemos aprendido a través de fósiles. Pero estos no cuentan la historia completa.
En primer lugar porque solo una pequeña porción de los animales se fosiliza (algo semejante si no más extremo ocurre con plantas y hongos), lo que deja ramas enteras de la evolución desaparecidas sin dejar rastro. Los fósiles, además, no dejan de ser fragmentos minúsculos de todo lo que constituye el ser de un ser vivo.
En Xataka | La próxima gran extinción ya está en marcha y en esta web la puedes seguir en directo
Imagen | Mattia Pavesi
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