Hasta la década de los 50, el Gros Michel era el plátano rey. No sólo era más dulce que los actuales, es que su gruesa piel y la densidad de sus racimos lo convertía en un producto excelente para transportar. Pero en 1950, la enfermedad de Panamá empezó a causar estragos en las enormes plantaciones de medio mundo y bastó una década para que desapareciera de nuestra vida. Hoy por hoy, el 99% de todos los plátanos que se comercializan a nivel internacional son Cavendish.
No es solo una cuestión de plagas y epidemias. La Coffea stenophylla era una variedad de café "fragante, afrutada y dulce" que se dio por perdida en Sierra Leona a finales de la misma década. En este caso fueron la guerra civil y la salvaje deforestación los causantes de que la variedad desapareciera del mapa. En 2018, tras años de búsqueda, un equipo de investigadores de los Royal Botanic Gardens en Kew encontró un pequeño grupo de C. stenophylla y, desde entonces, están tratando de recuperar las poblaciones.
¿Nostalgia o esnobismo?. Nada de eso. De hecho, los esfuerzos por resucitar la C. stenophylla se entienden mejor al lado de la historia del Gross Michel: no es buena idea depende de pocos tipos de cultivos. En el caso del café, como decía Dan Saldino, hay 130 especies conocidas, pero el comercio mundial depende de dos, la arábica y la robusta. Y ninguna de ellas es especialmente buena adaptándose a las consecuencias más directas del cambio climático. Sin embargo, la C. stenophylla soporta mejor las altas temperaturas y convive razonablemente con las sequías.
Un problema general Todo esto no es más que el reflejo de algo que ha venido ocurriendo desde mediados de siglo XX: "un sistema alimentario altamente productivo, pero increíblemente frágil" porque depende de cada vez menos especies y variedades. Es decir, hemos ido reduciendo la diversidad genética de los cultivos de todo el mundo para apostar por los más rentables (económica, industrial y socialmente). La consecuencia es que esos cultivos están muy expuestos a los cambios climáticos (o los azares epidémicos). Una exposición que se traslada a toda la cadena internacional de suministro.
En 2017, un equipo analizó cuál sería el impacto del cambio climático sobre los alimentos. Sus conclusiones (aunque habría que actualizarlas a la situación y los modelos actuales) nos sirven de guía para entender de qué estamos hablando: “cada aumento de un grado centígrado en la temperatura media mundial reduciría, en promedio, los rendimientos mundiales de trigo en un 6%, el arroz en un 3,2%, el maíz en un 7,4% y la soja en un 3,1%”
Sobre todo, porque el mundo va mucho más rápido que antes. La filoxera tardó poco más de medio siglo en destrozar las vides de toda Europa. A la enfermedad de Panamá le bastó con una década para acabar con el reinado del Gros Michel. El "tizón de la hoja" casi acaba con la producción de maíz de estados unidos a principios de los 70. Si nos paramos a pensar en términos históricos la situación es clara: la interconexión mundial hace que las plagas se muevan más y más rápido. La aparición de enfermedades tropicales en España (y en último término toda la pandemia de COVID) es una buena muestra de que nuestras medidas para controlar cómo las enfermedades se mueven por el mundo.
Cuando se cierra una puerta... En este sentido, si bien nuestra capacidad para aislar los cultivos actuales es limitada, existe una estrategia distinta: aprovechar todo lo que sabemos de agricultura y genética para aumentar la diversidad genética de nuestras plantas sin tener pérdidas importantes en la productividad de las mismas. Hoy por hoy, los muros que levanta esa diversidad son la mejor garantía de resiliencia para nuestras cadenas alimentarias.
Evidentemente, no es algo que se pueda improvisar de un día para otro. Es una tarea que requiere mucha atención y trabajo y que, precisamente por eso, habría que emprender cuánto antes. Sobre todo porque la misma industria de los híbridos y las semillas comerciales que comprometió el maíz norteamericano en los 70 (en pocos años se sustituyen hasta 1500 variedades de maíz, por un puñado de ellas todas indefensas ante el 'tizón de la hoja'), tiene mecanismos para impulsar un cambio pro-diversidad genética. No es algo difícil, solo se necesita una voluntad clara de planificar a largo plazo.
Imagen | James Baltz
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