A mil kilómetros al sur del corazón de Tokio hay un grupito de unas 30 islas repartidas por un área de unos 100 kilómetros cuadrados. Aunque fueron descubiertas por Bernardo de la Torre el 2 de octubre de 1543, quien las llamó como islas del Arzobispo, la cartografía japonesa siempre las llamó 無人 (Bunin - Bonin), las islas deshabitadas. Así siguen, excepto dos de ellas; ahora como Patrimonio de la humanidad.
Quizás por ello, el terremoto de 2015 no abrió los medios internacionales con grandes titulares. Sin embargo, fue un terremoto histórico. Y no el principal (que alcanzó una magnitud de 7,9), sino una de sus réplicas: la que desde hace unas semanas sabemos que fue el seísmo más profundo jamás registrado. 751 kilómetros bajo la superficie de la Tierra. Ahí es nada.
El corazón de la Tierra
Para entender lo que significa esto, debemos de tener en cuenta que la gran mayoría de los terremotos son poco profundos porque se originan en la corteza o, a lo sumo, en la parte más próxima del manto superior. Esto es así porque allí las rocas mantienen todavía la capacidad para romperse (y liberar la energía que, a modo de resorte, sentimos como un seísmo). Conforme ahondamos hacia el núcleo, las condiciones de temperatura y presión hacen que las piedras se vuelvan más maleables y menos propensas a la ruptura.
Si los seísmos a más de 400 kilómetros ya suponían un problema para la geología desde los años 80, la aparición de terremotos a más de 700 kilómetros se hacía ya imposible. Y lo peor es que no podemos decir que sea una cuestión única y aislada. El terremoto se ha detectado porque los investigadores han usado la mejor y más densa red de sismógrafos disponible hasta el momento, la Hi-Net japonesa. ¿Qué no habremos pasado por alto con tecnologías desactualizadas?
Por eso mismo, ahora queda seguir investigando, confirmar la profundidad y buscar nuevos terremotos. Los modelos geológicos que defendían que, a esa profundidad, las rocas son demasiado compactas y su consistencia les impide romperse, tendrán que reexaminarse. Y, esperemos, que esto nos acerque un poco más a comprender cómo funciona el corazón del planeta. La clave de todo esto, al final, es que los límites de la Tierra son siempre más difusos de lo que nos atrevemos a imaginar.
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