El tiburón duende (Mitsukurina owstoni) es una de esas especies marinas poco documentadas y que parecen sacadas de una pesadilla o de una película de David Cronenberg. Sin embargo la última película que ha protagonizado este animal no ha sido tanto del género del horror como una comedia de entuertos.
El primer acto de esta tragicomedia se produjo hace apenas un año. En mayo de 2022 se publicaba (a través de un artículo ya retractado parcialmente) el hallazgo de un ejemplar de tiburón duende en las costas de Grecia. Se trataría de un descubrimiento ligeramente extraordinario, puesto que, aunque los expertos sospechan que esta especie puede habitar las aguas del Mediterráneo, aún no se ha comprobado su presencia.
Pero las pruebas aportadas por los autores del artículo no aportaban pruebas en ningún caso extraordinarias. Tan solo contaban con una fotografía y el testimonio de un testigo. Es decir, los investigadores no habían llegado a ver con sus ojos el ejemplar, ni mucho menos tenían noticia de dónde podía encontrarse el cuerpo del animal.
Algunos expertos reaccionaron con escepticismo ante este anuncio. En especial, un grupo de zoólogos respondió con un comentario al artículo que fue publicado por la misma revista en la que se había dado cuenta del hallazgo en primera instancia, Mediterranean Marine Science.
En el comentario se exponían una decena de puntos que hacían a los expertos dudar de que se tratara de un “espécimen natural”. Entre estas cuestiones se encuentran la característica mandíbula retráctil del pez, extendida en la imagen sin motivo aparente; el número de agallas (en la imagen se aprecian cuatro cuando la especie tiene cinco a cada lado); tamaño y forma de distintas aletas o la forma de la “nariz” del animal, más redondeada en la imagen de lo que suele serlo en especímenes de esta especie.
Los autores de la primera pieza contestaron a este comentario defendiendo su hallazgo, respondiendo a los puntos planteados por el segundo equipo de investigadores. Los argumentos giraban principalmente en torno a la idea de que el ejemplar podía ser un embrión y no un alevín más desarrollado o un adulto. Puesto que la imagen no contaba con escala, se trataba de una posibilidad. Aun así la comunidad científica no se dio por satisfecha con esta respuesta.
Durante el debate, algunos señalaron el parecido entre el animal visto en la imagen y un juguete manufacturado por la empresa DeAgostini. Se trata de un pequeño modelo de plástico cuya forma resulta marcadamente semejante a la de la fotografía con la que se inició la discordia.
“Creo que es muy posible que se trate de [un] juguete de plástico degradado” comentaba en declaraciones recogidas por Gizmodo Joana Sipe, de la Universidad de Duke, investigadora especializada precisamente en la degradación del plástico.
Con todo en contra los autores del artículo en el que se anunciaba el descubrimiento realizaron retractaron el capítulo referente al hallazgo, así como la respuesta en la que contestaban a las dudas planteadas sobre éste. La película, ahora más parecida a un culebrón, parecía haber terminado.
Una especie de las profundidades
Se estima que los tiburones duende podrían llegar a superar los seis metros de longitud, aunque el tamaño de los ejemplares observados suele rondar los tres o cuatro metros. De su distribución se sabe es muy diversa pero “parcheada”. En nuestro entorno se sabe que habitan en la costa atlántica de la Península Ibérica, también en segmentos costeros del Golfo de Guinea o la costa oriental de Sudamérica.
La presencia de esta especie bentopelágica (es decir, animales que habitan en las aguas inmediatamente superiores al lecho marino) se ha documentado en profundidades de hasta 1.300 metros bajo el nivel del mar, pero parecen preferir habitar franjas de entre 270 y 960 metros.
La polémica puede vincularse a uno de los problemas a los que se enfrentan muchos investigadores en todo el mundo, la dicotomía entre publicar o perecer (publish or perish en inglés). La presión por aglutinar publicaciones, a veces clasificadas según el “prestigio” de las revistas y a veces al peso, supone todo un reto para muchos investigadores.
Pero el problema principal aparece cuando ésta presión degrada la calidad de las investigaciones. Este bien podría ser uno de estos casos. También puede ser un ejemplo de que, si bien la ciencia ciudadana se ha convertido en una fuente importante de conocimiento, utilizarla sin aplicar unos estándares mínimos de calidad puede llevar al desastre.
En cualquier caso el debate también puede verse como un caso en el que la vigilancia y el rigor de la propia comunidad científica ha logrado corregir los errores, intencionados o no. Errores que, eso sí, deberían haber sido subsanados en etapas previas del proceso de publicación de investigaciones científicas, la revisión por pares.
Imagen | Dianne Bray / Museum Victoria, CC BY 3.0 AU
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