“Finalmente el barco ha llegado a puerto”, decía Rena Lee, la presidenta de la conferencia de la ONU reunida en Nueva Yok, tras lograr llegar a un acuerdo realmente histórico: el que va a permitir proteger todas las áreas marinas sin jurisdicción nacional. En ese momento, el sábado 4 de marzo a las 21:40 EST, la sala rompía a aplaudir.
No es para menos, el Tratado de los Océanos llevaba 17 años en un callejón sin salida y se ha desbloqueado de puro milagro.
Fuera de plazo. Hasta tal punto que el plazo ya estaba cumplido y se han tenido que realizar dos larguísimas jornadas de negociaciones para llegar a un acuerdo. Aún no se sabe el texto definitivo del Tratado BBNJ (Biodiversity Beyond National Jurisdiction), pero lo que sabemos es suficiente para, reconociendo que es imperfecto, respirar tranquilos.
¿De qué va todo esto? La idea de proteger y regular el uso de las áreas situadas fuera de las jurisdicciones nacionales lleva décadas encima de la mesa y, a medida que las nuevas tecnologías permitían nuevas formas de explotar el océano, se ha convertido en algo acuciante. Sobre todo porque estamos hablando de una superficie enorme: las "aguas internacionales" representan más del 60% de los océanos. Es decir, casi la mitad del planeta.
Y, como explicaba Carlos M. Duarte, Director Ejecutivo de la Plataforma Mundial de Aceleración de la I+D en Arrecifes Coralinos, en el Science Media Centre, la situación actual dejaba mucho que desear. "Hace una década publicamos investigación que mostraba que 10 naciones se apropiaban del 97 % de los recursos genéticos del océano, de donde una empresa, BASF, era propietaria del 70 % de las patentes".
Quid pro quo. De ahí que muchos países se negaran a aprobar protecciones, si no se articulaban mecanismos para que los conocimientos y recursos genéticos extraídos de esas regiones se compartieran. Pedir que algunos renunciaran a los beneficios extremadamente jugosos e impedirles explotar el patrimonio genético del océano, sin redistribuir lo que ya tenían unos pocos era, lógicamente, uno de los grandes obstáculos.
Un obstáculo que se ha salvado con generalidades. Y de hecho, a falta de ver el texto definitivo, como no se ha creado un mecanismo de compensación entre naciones, no se ha acordado una moratoria de la minería en aguas profundas. Sí que se van a exigir una serie de requisitos para limitar el impacto ambiental de las actividades que se desarrollen ahí. No es mucho, pero algo es algo.
El vaso medio lleno. Eso sí, por primera vez, tenemos mecanismos para la creación de áreas marinas protegidas en aguas internacionales. No será un proceso rápido ni sencillo: una vez ratificado el tratado (algo que no será fácil), quedará un largo camino hasta que veamos esas áreas realmente protegidas. No obstante, hasta este acuerdo se trataba de algo virtualmente imposible. Es una enorme noticia.
Imagen | Naja Bertolt Jensen / David Cooper
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