Nos gusta la purpurina. Quizás no a todos ni desde luego con la misma intensidad, pero en líneas generales y al menos como mercado, sí, nos gusta el “brilli brilli”. Lo apuntaba hace poco Vogue en un artículo en el que explicaba cómo las zapatillas más buscadas son modelos salpicados de glitter y dibujos con brillantina al más puro estilo de las “Lelli Kelly” de nuestra infancia; pero llega con darse un paseo por la ciudad, cabizbajos, con la vista clavada en los pies del resto de transeúntes para llegar a una conclusión similar. Sí, es así: nos flipan unas buenas zapatillas brillantes.
El problema es que ese gusto puede salirnos caro.
Y, ojo, no es un precio que vayamos a sentir (solo) en la cartera.
Donde estén unas buenas zapatillas con purpurina… Pues eso, donde estén unas buenas zapatillas bañadas en purpurina que se quiten los sosos modelos con colores mates. Marcas con "tirón" como Golden Goose, Converse, Vans, Skechers, McQueen, Miu Miu o Adidas, conocidas y visibilizadas por celebrities de la talla de Ana de Armas o Selena Gómez, incluyen en su catálogo modelos con purpurina o lentejuelas. Algunos la incorporan en algunas zonas o dibujos; otros, directamente parecen directamente sacadas de un estanque con brillantina.
Una tendencia cocinada desde hace años. El fenómeno viene cocinándose desde hace años. Hace un lustro, las sneakers con glitter eran ya una tendencia y en las zapaterías se podía encontrar un respetable surtido de zapatillas con brillantina y lentejuelas. Los fabricantes no tardaron en captar el atractivo de la propuesta y apostar por ella. En 2017, por ejemplo, la compañía Opening Ceremony se aliaba con Vans para sumar a su catálogo calzado cubierto de purpurina de arriba abajo.
Una tendencia que se nota más allá de las zapaterías. Así es. El bum de la purpurina se deja sentir bastante más allá de las zapaterías o las pasarelas de moda y conecta directamente con uno de los grandes retos medioambientales que tenemos por delante: la proliferación de microplásticos. Desde hace años tenemos estudios sobre la mesa estudios con cifras contundentes que alertan, por ejemplo, de que el 83% del agua que sale de nuestros grifos contienen microfibras plásticas.
Los investigadores se han encontrado con diminutas partículas plásticas en botellas de agua, océanos y mares, en los Pirineos, a 2.800 metros de altitud; en alimentos e incluso en nuestro propio organismo, en pulmones y sangre. En 2019 un estudio calculaba que un estadounidense medio ingería al cabo de año entre 39.000 y 52.000 partículas de plásticos con su comida y bebida.
¿Qué lugar ocupa exactamente la purpurina? “La purpurina es un microplástico y tiene el mismo potencial para causar daño que cualquier otro, como las microesfersa, unas minúsculas partículas de plástico que contienen algunos productos cosméticos”, explica Alice Horton, investigadora del Centro de Ecología e Hidrología del Reino Unido a The Guardian. Para conseguir el brillo que la hace triunfar, a menudo los fabricantes echan mano de aluminio y tereftalato de polietileno.
Cómo de grave y el daño que puede ocasionar la brillantina, eso sí, es algo que la comunidad científica aún no tiene del todo claro. Sue Kinsey, de la Marine Conservation Society, explicaba en 2018 a El País que la purpurina representa “solo una pequeña parte de la carga de microplásticos que llega a los cauces de agua y el mar” y el biólogo marino de la Universidad de Plymouth Robert Thompson reconocía que, por lo menos en 2018, aún se carecía de una “idea clara” de su impacto. Ambos coincidían, en cualquier caso, que al menos parte puede escaparse al control.
Cuando la moda se deja sentir en los ríos. A lo largo de los últimos años algunos estudios han querido despejar dudas. Ocurrió por ejemplo en 2020, con una investigación publicada en Journal of Hazardous Materials y en la que se analizaba cómo la purpurina afecta a los ecosistemas de los ríos y lagos. El estudio, dirigido por la doctora Dannielle Green constató que sus partículas empobrecían los entornos fluviales: al cabo de 36 días la raíz de la lenteja de agua común había reducido su longitud a la mitad y el nivel de clorofila en el agua era tres veces inferior.
Un problema que va más allá del calzado. El problema, claro está, no afecta únicamente a las zapatillas deportivas o los jerséis, bolsos y camisetas con lentejuelas. Uno de los grandes retos que supone la brillantina es precisamente que está presente en cantidad de productos, como maquillaje, papelería o material escolar. A finales de 2017 una cadena británica de guarderías y educación infantil, Tops Day Nurseries, activó incluso una campaña para abogar por su eliminación en las actividades de ocio y didácticas y animó a pensar fórmulas para su eliminación.
Campañas para frenar el avance de los microplásticos. La de Tops Day Nurseries no es la única campaña que busca frenar de una forma u otra el avance de los microplásticos. En Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Suecia o Francia se han dado ya pasos a nivel administrativo para vetar la fabricación, comercialización y uso de determinados productos con microperlas o microesferas plásticas no degradables. En 2019 la UE hizo algo similar también para prohibir el uso de microplásticos en, entro otros productos, los cosméticos, pinturas y detergentes.
El foco, eso sí, se centra en el conjunto de las partículas plásticas perjudiciales para el medio ambiente y no de forma específica en la purpurina. Sobre su uso, en 2017 al menos había expertos que se mostraban cautos y abogan por no prohibir materiales hasta no tener una idea consensuada de su alcance. La clave, apuntan, estaría en regular y promover productos sostenibles.
Alternativas biodegradables. Y eso, efectivamente, es lo que están buscando algunos investigadores. A finales del año pasado la Universidad de Cambridge presentaba una “bio-purpurina” que reemplaza los plásticos por un material a base de nanocristales de celulosa. Brillan igual que la purpurina que llevamos viendo toda la vida en cabalgatas y carrozas; pero —aseguran sus creadores— su impacto sobre el medio es mucho menos perjudicial. Básicamente para su elaboración emplean la pulpa presente en la celulosa de la madera, fruta o el tallo de plantas y hortalizas.
La gran pregunta es… ¿Quedaría igual de bien en unas zapatillas?
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