No hay imperio que se levante en cien días. Ni tampoco imperio que se pueda mudar de la noche a la mañana. Apple y China dejan un ejemplo bastante paradigmático. Sus nombres llevan ligados desde hace cerca de dos décadas en una relación “win-win” de la que ambos han sacado un balance más que provechoso: los de Cupertino se beneficiaban de costes de fabricación competitivos y un vasto mercado mientras el gigante asiático ha visto cómo se desarrollaba dentro de sus fronteras un interesante ecosistema empresarial que, entre otras virtudes, genera miles de empleos.
Hoy las viejas bondades de China ya no son sin embargo tan bondadosas para Apple. El problema —advierten los analistas— es que cambiar de estrategia y diversificarse hacia otras latitudes de Asia no será tarea sencilla ni algo que se pueda despachar de la noche a la mañana.
¿De dónde venimos? De una buena simbiosis, por tirar de metáfora biológica. Apple lleva fabricando en China desde poco después de que Tim Cook se uniera a sus filas y ha encontrado en el gigante asiático una tierra interesante por varias razones. Una de ellas, los costes de fabricación, que en lo que se refiere a mano de obra poco tenían que ver hace década y media con los que se despachan hoy. Un ejemplo: según Datosmacro, en 2005 el salario mínimo interprofesional rondaba los 51,5 euros al mes, casi seis veces más bajo que los 281,3 que se pagaban en 2020.
Otro factor no menor es el peso de China como mercado. La república popular juega un papel decisivo en la caja de la multinacional. Como refleja el balance de Apple, el 18,8% de las ventas netas durante el año fiscal 2022 se asocia con el negocio en China. Al margen de los porcentajes, más que respetables, el gigante asiático, un país de 1.412 millones de habitantes y una creciente clase media, destaca también en las proyecciones, aglutinando parte del mercado en crecimiento.
Una huella considerable. Porcentajes a un lado, el despliegue industrial de Apple en China se traduce en algo igual de relevante, sobre todo para las autoridades del país: empleo. Mucho empleo. Gracias sobre todo a las plantas de Foxconn en Zhenghou y Shenzen la firma estadounidense actúa como un valioso dinamizador económico. Solo en Zhengzhou, precisa CNBC, se calcula que contrata a 200.000 personas, un despliegue que le da una posición de fuerza al negociar con las autoridades.
Fuerza, que no dominio. A lo largo de los años la multinacional ha tenido que hacer importantes concesiones ante Pekín para garantizar su presencia y negocio en China, como ajustarse a ciertas directrices en cuestiones tan delicadas como las relacionadas con la privacidad o —desvelaba hace un año The Information— alcanzar un acuerdo de cinco años y un valor estimado de unos 275.000 millones de dólares con el objetivo de que le dejen operar y hacer negocios en el país.
Sin champán ni rosas. Si bien la relación entre ambas partes ha estado marcada por tiranteces, a lo largo de los últimos años se han sucedido ciertos factores que la sitúan ya muy lejos del idilio. Una de esas claves que opera como telón de fondo se relaciona con los costes de producción. El panorama, que afecta tanto a Apple como otras firmas tecnológicas ubicadas en China, lo planteaba con claridad meridiana hace solo unas semanas el catedrático Claudio Feijoo, en declaraciones a elDiario.es: “La cuestión de los salarios es la razón más profunda, el mundo se mueve por dinero”.
Veamos. En 2020 Datosmacro registraba que el SMIP de China era un 468,3% superior al de 2000. Hace no mucho Foxconn buscaba empleados en el noroeste de Vietnam a los que ofrecía un sueldo mensual que, al menos en el nivel de acceso, no llegaba ni a la mitad del que ofrecía a los nuevos fichajes de su planta de Shenzhen, en China. A esos costes se suman otros, como los cambios que ha experimentado el país en cuestiones como el control de la polución o la corrupción.
La lección de la pandemia. No todo es una cuestión de costes. La pandemia ha mostrado también los riesgos de poner demasiados huevos en la cesta china. La estrategia “Covid Zero” aplicada por Pekín obligó a frenar la producción en varias plantas y alteró la cadena de suministro global.
Cook llegó a reconocer el impacto millonario que podrían tener los cuellos de botella. Y si bien en otras latitudes las restricciones de la pandemia empiezan a asociarse con un recuerdo pasado, en el gigante asiático el panorama es bien distinto. Hace solo unas semanas Apple emitió una nota en la que explicaba que, debido a las medidas que Pekín sigue aplicando, su principal fábrica de iPhone 14 Pro opera a una capacidad reducida, lo que afecta a los tiempos de espera. Para paliar el efecto de un brote local en Zhengzhou, las autoridades han echado mano incluso de militares veteranos.
A la influencia de la pandemia se suman otros factores que han enturbiado la relación Pekín-Washington en el pasado, como las tiranteces generadas por Taiwán o la guerra comercial.
Mirar más allá de la frontera china. Eso es básicamente lo que están haciendo grandes tecnológicas, incluida la propia Apple: buscar alternativas fuera del gigante asiático, en otras latitudes de Asia. The New York Times publicaba hace poco un interesante retrato citando a compañías como Amazon, Microsoft, Google o, por supuesto, Apple, con planteamientos de producción que pasan por otros países del continente, en concreto la India o Vietnam. La idea: diversificar la capacidad.
“No hay duda de que la producción tecnológica quiere salir de China. No puede permitirse el riesgo de una interrupción continua del suministro y quieren obtener un mejor control sobre su capacidad para atender a los clientes”, señala a la CNN Lisa Anderson, directiva de LMA Consulting Group. La apuesta va también más allá de Asia. Apple plantea abastecerse de chips fabricados en Estados Unidos a partir de 2024 y ha dejado entrever también sus planes para Europa.
Ni rápido, ni sencillo. Si en algo coinciden los analistas es en que esa diversificación más allá de China no será rápida. El mismo despliegue que ha hecho fuerte a Apple en el país asiático complica su equiparación en otros lugares a corto plazo. “La escala de China no será fácil de replicar, por lo que la transición llevará tiempo y requerirá inversión”, recalca Anderson. La proximidad de los proveedores en China o la logística del traslado de componentes complican la apuesta.
“A Apple le llevará años diversificarse”, concuerda en CNBC Jeff Fieldhack, de Counterpoint Research. Que no resulte sencillo no significa que otros países muevan ficha para aprovecharse de la tesitura y reforzar su propio músculo industrial. India estaría planteándose ya impulsar incentivos financieros para firmas que fabriquen tablets y ordenadores portátiles en su territorio, una estrategia millonaria a cambio de que las firmas extranjeras se comprometan a desplegar cierto nivel inversor durante un lustro y apuesten por componentes adquiridos también a nivel local.
Imagen de portada: Apple
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