Diane Hirsh Theriault trabajaba como ingeniera de software en Alphabet. Fue recientemente despedida, como tantos otros (y el CEO ya ha avisado de que habrá más bajas). Su epitafio en Google lo dejó escrito en ese necronomicón que es LinkedIn, donde cinceló quinientas palabras en las que se despachó contra el liderazgo en su ex-empresa. Un fragmento:
Google no tiene ni un solo líder visionario. Ni uno solo. Desde la alta dirección hasta los SVPs y los VPs, todos son profundamente aburridos y con mirada vidriosa.
Google no ha lanzado ni una sola cosa exitosa impulsada por ejecutivos en años. A veces, los VPs intentan decretar "¡necesitamos una nueva app de chat o una demo AI-first para el I/O!" Hay un batiburrillo tedioso y, al final, la cosa queda a medio hacer y es ampliamente ridiculizada. Si no consigue 100 millones de usuarios en seis meses, se rinden y lo cierran.
No es la primera vez que alguien apunta en esta dirección cuando vienen mal dadas. Tras el cierre de Stadia en 2022 se hizo viral un texto que explicaba que el lanzamiento de productos, y no su mantenimiento o desarrollo técnico o comercial, era lo único que servía para escalar en la empresa.
El gran cementerio
Si echamos la vista atrás, el cementerio de Google es inmenso, lo cual no es una mala noticia en sí misma: la experimentación constante y la supresión de aquello que no funciona como se esperaba es una forma como cualquier otra de emprender en tecnología.
El problema llega cuando hay un goteo de despidos incesante, cada vez más quejas sobre la gestión del grupo y unas prioridades que cambian como una veleta durante corrientes en chorro. Las cancelaciones luego se achacan a la necesidad de enfocarse en esas prioridades.
Desde que Stadia cerró sus puertas —la semana pasada hizo un año—, Google ha matado Currents, Grasshoper, YouTube Stories, Universal Analytics, Pixel Pass, Optimize, Domains, DropCam y Jamboard. Todo en poco más de un año. En el año previo canceló YouTube Originals, OnHub, Surveys, YouTube Go, Chrome Apps, Android Auto para pantallas de smartphones, la versión gratuita de G Suite, Assistant Snapshot, Cameos y Android Things. La lista es larguísima.
Diane hablaba de "batiburrillo tedioso y algo que queda a medio hacer y es ampliamente ridiculizado". Muchas de estas cancelaciones encajan en su diagnóstico.
Dare Obasanjo, un desarrollador de software, dio en el clavo con un comentario hecho en Mastodon sobre este texto de Diane: "Espero que encuentren su Satya [Nadella]. Es realmente triste para la industria que Google haya perdido su rumbo".
Quizás sea precipitado hablar de que toda una Google haya perdido el rumbo, y más cuando sus despidos forman parte de una tendencia intermitente en la industria tecnológica, pero tampoco tiene sentido hacer como si nada de esto ocurriera. Y tampoco parece lógico negar la comparación de la gestión de Pichai en Alphabet con la de Nadella en Microsoft.
Pichai llegó a CEO de Alphabet en agosto de 2015. Desde entonces, su acción ha multiplicado su valor por 450. Nadella llegó a CEO de Microsoft un año y medio antes, tras lograr éxitos como el enorme impulso de Azure, y desde entonces la acción se ha mutiplicado por 1.090.
Más allá de las cifras bursátiles, Nadella debería ser un ejemplo a seguir para casi cualquier empresa. Desde que llegó supo renunciar a los trenes a los que Microsoft se había subido tarde y mal, como el de la telefonía móvil, para enfocarse en aquello donde sí podían traducir esfuerzos en rentabilidad.
Google, en cambio, es cinturón negro en trasvasar sus ingresos publicitarios, que suponen casi el 80% de su facturación, a otras divisiones que apenas son rentables. Es en esas divisiones donde se repiten los ciclos de inversión, lanzamiento, apagón y cierre.
No hay nada de malo intrínsicamente en ello, y no sería justo criticarlo ahora que hay despidos cuando en el pasado esta filosofía recibía halagos, pero la cultura empresarial a la que conduce este modelo de persianazos rápidos suscita cada vez más quejas.
En la acera de enfrente, la gestión de Nadella se va quedando sin detractores al compás de una Microsoft quizás más aburrida que antaño de cara al consumidor final, pero que al menos se ha enfocado en las patas que de verdad le dan estabilidad (nube, entornos corporativos, Inteligencia Artificial, gaming as a service...). Los despidos que anunció a principios de 2023 supusieron el 5% de sus empleados, pero solo durante la pandemia su plantilla había crecido muchísimo más que eso.
Varios analistas tecnológicos han hablado de la necesidad de que Alphabet mantenga "una imagen positiva" pese a esta última oleada de despidos, pero quizás deberían apuntar en otra dirección: que dejen de mantener una filosofía positivista, aquella que solo admite el método experimental, para abrazar un poco más del nadellismo: no temer ser algo más serios que antes a cambio de una mayor estabilidad que le ha permitido incluso desbancar momentáneamente a Apple como empresa más valiosa del mundo. Ya solo en Redmond aguantan el rebufo a Cupertino.
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