La crisis del aceite de girasol afecta directamente al aceite de oliva: ya ha subido un 20% y esto es solo el principio

El aceite de girasol está en el centro de la polémica. Hace unos días, la Asociación Europea de Productores de Aceites Vegetales (FEDIOL) avisó de que, si el suministro de aceite de girasol desde Ucrania se veía afectado por la guerra, las reservas la Unión solo serían suficientes para cubrir la demanda durante cuatro o seis semanas. Y no es una amenaza hipotética. Como respuesta, cadenas como Mercadona, Consum o Eroski ya están racionando la venta para evitar el desabastecimiento y se ha levantado cierta histeria colectiva. Lo que no se está diciendo es que el aceite de oliva es la siguiente víctima de la crisis.

Una consecuencia no tan inesperada. Todo eso estaba entre lo previsible. Sin embargo, algunas consecuencias han sido (en apariencia) sorprentendes. Por ejemplo, las acciones de Deoleo, el mayor productor de aceite de oliva que cotiza en bolsa (agrupa a marcas como Carbonell, Bertolli, Hojiblanca o Koipe), se dispararon un 24% y eso ha puesto muchas dudas encima de la mesa. Y el hecho de que el aceite de oliva ya haya subido un 20% ha puesto muchas más. ¿Qué implicaciones tiene la "geopolítica de la despensa" en una industria tan importante en España como el aceite? ¿Estamos ante la gran oprtunidad del aceite de oliva para conquistar Europa? ¿Pueden estas tensiones acabar por elevar (más aún) el precio aquí en el país?

¿Qué tiene que ver el conflicto de Ucrania en todo esto? Quizás el primer paso es aclarar qué tiene que ver el conflicto de Ucrania con el aceite. Ucrania suministra más del 54% de las exportaciones mundiales de aceite de girasol. En Europa, según FEDIOL, representa entre el 35% y el 45% de todo lo que se consume. La explicación es doble: por el lado ucraniano, desde el año 1999, el país tiene un "export duty" ("derecho o gravamen de exportación") sobre las semillas de girasol. Esto se traduce en que para los productores ucranianos es más rentable vender sus semillas fuera del país que dentro y, como consecuencia, la industria nacional lleva casi tres décadas volcada en el mercado internacional. Esa capitalización y modernización la ha convertido en el gigante agroindustrial de este cultivo.

Por la parte comunitaria, desde 2017, con la incorporación de Ucrania a las 'Deep and Comprehensive Free Trade Areas' (una serie de tratados que permite el acceso al mercado único a terceros países en sectores determinados), el aceite de girasol ucraniano (que ya era muy competitivo) terminó por inundar el mercado europeo. A esto, hay que sumar que Rusia es el productor del 26% de la producción mundial (entre ambos, suman el 80%) y con las sanciones al Kemlin, el mercado europeo pierde la segunda gran vía de suministro de aceite. El problema es evidente.

Un continente sediento. Si aterrizamos los datos, con la guerra en plena escalada, Europa va a dejar de recibir al menos 200.000 toneladas de aceite de girasol cada mes. Eso, de forma casi necesaria, va a generar un hueco que va a tensionar las líneas de suministro a nivel internacional y va a "forzar" que buena parte del mercado recurra a otros tipos de aceites. En Euronext (la bolsa holandesa donde se comercia con los futuros de estos recursos naturales) la colza cerró la sesión del 8 de marzo ganando 37,75 euros hasta alcanzar el valor histórico para las entregas de mayo de 882,75 euros por tonelada. Cereales como el trigo o el maiz también están en precios históricos estos días.

¿Una oportunidad o un problema para el aceite de oliva? Eso es lo que se están preguntando muchos. La primera mala noticia es que el sector olivarero tiene una capacidad de crecimiento relativamente limitada. La Comisión Europea estima que, hasta 2030, el sector crecerá en torno al 1,1% al año. Eso se traduce en un aumenteo de 400.000 toneladas en diez años. A nivel productivo no puede, por tanto, suplir la demanda que el girasol deja sin abastecer.

Por lo tanto, buena parte del aceite de oliva que se use para suplir ese hueco saldrá del aceite que ya consumimos. Es decir, la escalada de precios está encima de la mesa: sobre todo, en el aceite lampante, el de peor calidad. Un aceite que ya ha subido un 20% Y, a más eficacia de la industria aceitera colocando oliva en Europa, mayor será esa escalada. Afortunadamente para el consumidor, a los problemas de precio, tenemos que añadir que hay ciertos problemas culturales asociados al aceite de oliva en la Europa que no lo consume. El principal, para lo que nos interesa, es que tiene un sabor muy determinante que lo contraindica para muchos de los usos de los aceites de semillas (especialmente el más intenso).

Las dos Europas. Lo que parece claro es que, pese a los problemas que tiene la industria olivarera para ganar terreno en Europa, las circustancias van a jugar a favor de que esa gran división cultural europea (la del aceite frente a la mantequilla) empiece a cerrarse. La incógnita está en saber si la industria conseguirá pelearle a otros aceites de semillas (como la colza) una pelea a la que acuden con una mano productiva atada a la espalda.

Imagen | John Cameron

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