Hemos ido a una Apple Store un martes a las tres de la mañana para saber quién compra en la Apple Store un martes a las tres de la mañana

Todas las Apple Store del mundo, las 519, tienen un horario de apertura y de cierre. Todas salvo una. Posiblemente la más conocida, seguramente la más icónica, la que se encuentra en la Quinta Avenida de Nueva York, en el extremo sureste de Central Park. El cubo de cristal que nunca baja la persiana: abre las 24 horas del día, 365 días al año. 

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que este hijo de Torrent pasea junto al Hudson, quisimos desvelar para los lectores de Xataka una de las incógnitas que rodean a esta tienda: quién demonios compra qué en una Apple Store un martes cualquiera a las tres de la madrugada. Porque una cosa es lo que venda un negocio de primera necesidad, como una farmacia de guardia, o de no-tanta-necesidad pero sí apremio visceral, como un kebab junto a una zona de marcha: no hay que infravalorar lo que un dürüm puede levantar cuando todos los gatos son pardos. Y otra bien distinta es un dispositivo de Apple.

La cosa es que, contrariamente a lo que se pueda intuir, una Apple Store en la ciudad que nunca duerme sí tiene algo de primera necesidad. Al menos en el primer mundo.

Muchos cargadores y un HomePod mini amarillo

Nos acercamos al icónico cubo un anodino martes de junio algo antes de las tres de la madrugada, la hora convenida. Muy pocas personas a la vista en las inmediaciones, aunque justo frente a la puerta hay un carro de comida rápida, más típicos en Manhattan que las torrijas en Lunes de Pascua. En este preparan pretzels y hot-dogs. Bajamos las escaleras pensando que un perrito entraría bien a esas horas.

Acceso desde el cubo a la tienda, íntegramente subterránea.

Un primer recuento humano en toda la superficie visible de la Apple Store: dos miembros de seguridad en el primer acceso, otros dos en la tienda en sí, dieciséis clientes, doce empleados y una persona del equipo de limpieza. Eso suma dieciséis clientes por diecisiete trabajadores sumando a dependientes, limpiadores y seguridades. Y eso solo en la zona abierta al público: si hay más empleados en la zona privada no pudimos saberlo. La versión retail de “más jefes que indios”.

Y un primer vistazo para detectar qué tipo de clientela pulula entre iPad y iPad: sorprendentemente, hay gente esperando por una reparación, explicando al personal de la tienda el problema de su MacBook Pro o mirando un iPhone que no enciende con cara de funcionario con el sueldo recién congelado.

Algunas personas esperando ser atendidas por un técnico que repare sus equipos.

Tras sondear a un par de clientes para requerirles la situación vital que les ha llevado hasta ahí en ese momento —uno de rasgos asiáticos apenas chapurreaba inglés, otro parecía más hostil que amigable a las preguntas de un desconocido sin camiseta de empleado—, encontramos a una mujer de unos cuarenta años con un aspecto mucho más candoroso insistiendo a un trabajador, camisa azul y logo en el pecho, sobre por qué HomePod mini es mejor, si el amarillo o el naranja. Posiblemente, el tipo de persona que cree razonable pensar que si pinta de rojo su coche correrá un poco más rápido.

Admirando la paciencia del asistente incapaz de darle una respuesta satisfactoria, aunque cronificando así el absurdo, reparo en que un cliente del extremo llega con una enorme Samsonite amarilla (¿señales?) y una mochila de excursionista llena de mosquetones, un artilugio comparable al HomePod mini: la gente suele comprar muchos más de los que necesita. En este turista que curioseaba la zona de los pequeños accesorios encontré una pista.

De ahí acudí a un amabilisímo empleado a quien pregunté por esta cuestión argumentando que era la primera vez que visitaba una Apple Store y que me había sorprendido que estuviese abierta a esas horas, toda vez que estiraba la manga de mi chaqueta para camuflar mi Apple Watch Series 7 y ceñía en el bolsillo el iPhone 13 Pro Max.

Tuvo a bien responderme mirando discretamente al viajero de la Samsonite, posiblemente teutón o bávaro, para darme una primera clave: hay turistas recién llegados del aeropuerto que pasan antes por Apple que por su hotel para reponer un cargador, un cable o unos auriculares que olvidaron en casa. O un adaptador de carga cuando cayeron en que los enchufes son distintos en varias regiones del mundo. Premio para el cable de carga del Apple Watch como rey del despiste. El cubo, al rescate.

Similar a este grupo está otro compuesto por gente a la que se la ha estropeado el iPhone, como el hispano que continúa sentado y no puede esperar para arreglarlo, así que acude ahí, incluso desde otras ciudades, no solo desde Nueva York. Y quien dice iPhone dice Mac, un producto vinculado al entorno profesional donde no es permisible pasar tiempo sin él disponible. Por eso practican reparaciones cualquier día a cualquier hora.

Las 3 D

La franja horaria a la que acudimos (de 2:50 h a 3:45 h) fue pura inercia e intuición, pero acabó resultando capital: nos cuentan que entre las dos y las seis es cuando menos actividad hay. Antes de las dos es una hora que todavía resulta razonable para quien sale de cenar o de trabajar y aprovecha para dar un vistazo o para hacer alguna compra cualquiera, sin necesidad de que medre urgencia alguna. Tras las seis ya empieza la vida normal en Manhattan.

También entra ahí otro grupo más numeroso del que puede parecer: el de los turistas que priorizan conocer la ciudad de noche y duermen durante el día. “Hay gente que lo hace porque así prefiere venir con menos agobios, con mucha menos gente, y va más tranquila. Y también hay gente que por la fotografía prefieren conocer Nueva York de noche, así que hacen las visitas de madrugada, ya sea dar un paseo arquitectónico o venir a esta Apple Store. Y quizás llegan aquí a las cuatro de la mañana, pero les resulta normal”.

Uno de los expositores, con correas para el Apple Watch, adaptado al Orgullo, como el resto de la ciudad.

Hay espacio incluso para el estraperlo de bajo nivel. “Hay personas que visitan Estados Unidos y aprovechan para comprar electrónica a sus conocidos porque en su país le resulta muy caro o muy difícil de conseguir. Igual vienen a llevarse cinco o seis iPhone, o dos o tres Mac, y suelen preferir venir cuando hay menos gente”.

A este humilde rompeteclas le encantaría contar más historias exóticas con personajes alocados sobre lo que se cuece de madrugada en una tienda de Apple, pero lo cierto es que rota la curiosidad no quedaba mucha más sustancia.

Podría "dar color" a este texto contando que levanté el espíritu de la sala poniendo a Chanel a toda castaña en cuatro pares estéreo del HomePod mini (si la señora ya ha concluido si suenan mejor los amarillos o los naranjas) y que solo tuve que subir a ver al de los pretzels para regresar con un jugo de mango y continuar la fiesta desde mi posición de DJ, pero lamentablemente nada de eso ocurrió. Una Apple Store de madrugada es un melocotón en almíbar de postre: cumple su función, pero no solaza el alma.

Sin mucho más que contar nos despedimos de esta tienda para volver hacia el hotel, ya conociendo lo que ocurre en una Apple Store en la hora prohibida, relegada al triángulo virtuoso de las 3 'D': despistados, desdichados y desnortados. Los de los olvidos, los de las averías y los de los paseos nocturnos entre semana.

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