Las cifras de la inflación siguen rompiendo con las previsiones, para mal, casi mes a mes. Distintas fuentes económicas señalaron entre marzo y mayo de 2022 que el Índice de Precios de Consumo (IPC) no superaría de nuevo el máximo anual alcanzado en marzo, del 9,8%, y que la media del año se situaría en torno al 7%. Sin embargo, los últimos datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) han dado al traste con ese optimismo: en junio, el IPC ha llegado al 10,2%.
Esto significa que, para sorpresa de nadie, cada vez pagamos más por casi todos los productos y servicios, que la leve mejora que se experimentaron los precios en abril (IPC al 8,3%) y mayo (IPC al 8,7%) fue un espejismo, que las ayudas y subvenciones del Gobierno (como los 20 céntimos a los carburantes) hace tiempo que quedaron en agua de borrajas y que el poder adquisitivo de los españoles cada vez es menor, porque el crecimiento medio de los sueldos sigue muy por debajo de la inflación.
Sueldos insuficientes. La previsión sobre el aumento de los salarios también ha fallado: se esperaba que creciesen por debajo del 4% durante 2022 y, según datos del INE, durante el primer trimestre de 2022 (último del que se tienen datos procesados) habría aumentado un 4,3% anual de media. Un incremento que no compensa, ni de lejos, la crecida descontrolada de los precios que España lleva varios meses experimentando y que ha alcanzado su máximo anual, de momento, este mes de junio.
Y que supone, además, que el crecimiento de los sueldos está estancado, ya que el año pasado subieron un 3,09%, mientras la inflación se desboca.
El mayor IPC en 40 años. Con esta nueva subida, el IPC alcanza su máxima escalada desde abril de 1985, hace 37 años, cuando alcanzó una cifra idéntica. Eso sí, hay una diferencia importante con aquella situación de hace casi cuatro décadas: aquel año el incremento salarial medio anual fue del 9,4%, según El País.
Situación complicada. El repunte del IPC y la sensación general de todos los que acudimos con regularidad a gasolineras y supermercados, por poner algunos ejemplos, no invitan al optimismo. Las medidas del Gobierno parece que no han surtido efecto y por mucho que sigan bajando impuestos y lanzando paquetes anticrisis, se antoja muy difícil que se vaya a poder frenar la inflación a corto plazo.
¿Por qué? Porque está tan generalizada en todos los sectores que las políticas puntuales en uno de ellos tienen muy complicado frenar la tendencia general, por mucho que alivien brevemente esa parcela concreta de la economía. La subvención a los carburantes es el mejor ejemplo de ello.
¿Lo peor está por llegar? Diversas instituciones económicas señalaron en marzo que el IPC interanual no superaría la cifra alcanzada en ese mes, 9,8%, un aumento que se originó por circunstancias coyunturales extraordinarias como la guerra de Ucrania, las sanciones derivadas de ellas o los problemas en la cadena de suministros global, entre otros.
Sin embargo, esas previsiones fallaron, y eso sumado a la inflación generalizada y el fracaso, por el momento, de las medidas del Gobierno para atajarla invitan al pesimismo. En algún momento, las circunstancias que han provocado este aumento del IPC se atenuarán y los planes de contención del Gobierno y distintas instituciones internacionales comenzarán a funcionar hasta estabilizar los costes de venta de productos y servicios. Pero ese momento no parece cercano.
Imagen | Pelayo Arbués
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