La llegada del coronavirus y el posterior confinamiento supusieron, entre otras muchas cosas, el mayor experimento de teletrabajo de la historia. Las empresas que se lo podían permitir tuvieron que elegir: teletrabajar o detener su actividad. Seguir o colapsar. Susto o muerte.
Este —forzoso— impulso del teletrabajo tendrá consecuencias incluso cuando vayamos recobrando cierta normalidad: para muchas empresas, ha sido la demostración de que el teletrabajo puede funcionar además de traer ventajas inesperadas. Y si lo ha hecho con un contexto desfavorable (incertidumbre económica, miles de muertes, niños encerrados en casa sin poder ir al colegio, puesta en marcha abrupta sin tiempo para preparar la infraestructura o los procesos), parece razonable pensar que cuando las circunstancias sean más favorables, el teletrabajo llegará para quedarse en cada vez más casos. Algo que traerá consecuencias a muchos niveles.
De esto hablamos en el último episodio de Despeja la X, en el que participamos Javier Lacort, redactor de Xataka (@jlacort); y Antonio Ortiz (@antonello), Director de Publishing en Webedia España. La producción corre como siempre a cargo de Santi Araújo (@santiaraujo).
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La catarsis que ha puesto este teletrabajo forzoso, unida a las recomendaciones del Gobierno y las autoridades sanitarias para adoptar este modelo, equivale al día 0 para un modelo que hasta ahora había hecho avances tímidos en España. Tras esa fase inicial, fueron sucediéndose las tecnológicas anunciando planes que incentivan en mayor o menor medida el trabajo en remoto. Desde Facebook anunciando teletrabajo permanente para quien lo desee (y cumpla ciertas condiciones) a Google y su cautela permitiendo prolongar al máximo el teletrabajo en una primera fase, pasando por Twitter o Square —ambas con Jack Dorsey como CEO— anunciando que todo empleado que lo desee podrá quedarse en esta modalidad.
Esta tendencia choca frontalmente con la gran tendencia de la década pasada, en la que las grandes tecnológicas "confinaban" a sus empleados en enormes campus en los que les habilitaban para que solo tuviesen que pensar en trabajar, dejando multitud de servicios, como restaurantes, cantinas con comida y bebida gratuitas, tintorerías o guarderías, que les permitiesen descargarse de preocupaciones. Y ahora, a trabajar a casa en muchos casos.
Para los que sigan en las oficinas, ya sea a tiempo completo en el formato tradicional, o ya sea con un modelo mixto en el que combinen el teletrabajo con el presencialismo, habrá un choque: las medidas de higiene y de prevención, que cambiarán los conceptos de espacios comunes como ascensores, cuartos de baño, comedores o salas de reuniones, harán que la experiencia en la oficina post-pandemia sea muy distinta a la que recordamos hasta febrero de 2020.
En España, los retos que plantea el auge de este modelo pasan por un pequeño y gradual terremoto inmobiliario en el que no solo pueden salir afectadas las oficinas de las grandes ciudades o los entornos rurales alejados de los hubs laborales tradicionales, sino también los ecosistemas de servicios, empezando por la hostelería, situados en torno a esos centros de actividad profesional. Por otro lado, la competencia incluso entre municipios, comarcas o provincias para conseguir atraer a teletrabajadores que aspiren a un ritmo de vida inferior al de las grandes capitales, como inferior sea el coste de la vida en estas localizaciones.
Cada semana, un nuevo capítulo
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