Entre el mecenazgo y los préstamos: así funciona Kiva, donde particulares conceden créditos a proyectos sociales

Javier Lacort y José Manuel Blanco

No todas las compañías pueden decir que celebridades de la talla de Oprah Winfrey o Bill Clinton la han catalogado como "una de sus favoritas". Kiva, una ONG estadounidense, sí. La presentadora y filántropa habló de ella en su programa de televisión, corría el año 2010 y las transacciones registradas por esta organización se dispararon. El expresidente hizo lo propio un lustro después. Y Kiva, un portal que mezcla el crowdfunding con la concesión de microcréditos, terminó de darse a conocer.

Los usuarios de esta plataforma entregan, a título individual pero de forma colectiva, pequeñas cantidades en forma de préstamo para proyectos empresariales o benéficos que tengan cierto impacto en la comunidad en la que se desarrollan. Las negritas de este párrafo son importantes: no se trata de donaciones, sino de préstamos que esperan su retorno. La diferencia con las vías de financiación tradicionales es que sus beneficiarios son precisamente personas sin acceso a esas vías de financiación tradicionales. Un modelo aparentemente impecable, pero que también está cosechando críticas.

Prestar dinero o perder dinero

Chelsa Bocci, una de los cuatro fundadores de Kiva, y hoy su vicepresidente de Marketing y Comunicación, comentó cuál fue el germen de la organización consolidando, quizás sin quererlo, una de las normas no escritas del capitalismo tardío: "Un donativo tiene más que ver con la lástima, aunque se haga con amor", dijo. Por el contrario, un préstamo une a emisor y receptor, entendemos, de una forma más horizontal, menos desigual, más comercial. Yo le presto y usted se compromete a devolvérmelo. Y mientras ninguno incumpla su parte, no habrá problemas.

Los orígenes de Kiva entroncan con el capitalismo utópico de Silicon Valley: nació en un piso compartido -en Palo Alto- a raíz de viajes de sus fundadores a países empobrecidos

La narrativa de los orígenes de Kiva cumple con varios preceptos de ese capitalismo utópico de Silicon Valley, el que por momentos podría formar parte del guión de la serie de HBO pero que aparece, veraz y factcheckeado, en TechCrunch: nació en un piso compartido de Palo Alto (donde el metro cuadrado se vende a 15.000 dólares) y tras "experiencias" en viajes a Tanzania, Uganda, Sudáfrica o India, donde, cuentan los fundadores, conocieron a emprendedores que necesitaban dinero y no podían conseguirlo.

Aquello era en torno al año 2005, y para entonces -Internet todavía era otra cosa- solo existía algo así en la figura de los microcréditos de Muhammad Yunus, algo así como una versión offline de Kiva antes de que existiese Kiva. O al menos, una versión offline de lo que los cuatro fundadores querían llevar al entorno online.

Algunos de los fundadores de Kiva junto a una comunidad receptora de uno de sus préstamos. Imagen: Kiva.

La web original fue creada en un fin de semana y se empezó a atraer a los primeros prestatarios. La forma de captar nuevos prestamistas y dar a conocer la marca fue montar fiestas en los que la entrada se compraba concediendo un préstamo en la plataforma. Siliconvalleyismo en estado puro. Según sus creadores, el retorno de los primeros préstamos fue lo que impulsó el boca a boca y dio a conocer la plataforma a cada vez más personas.

Los usuarios que quieren promocionar su proyecto y pedir apoyos en forma de créditos en la web de Kiva no pueden publicarlos directamente. Para ello, Kiva cuenta con una red de partners (ONGs locales o empresas de microcréditos, algo más de 300 en 80 países) que, si aprueban la idea, les derivan a la central en Estados Unidos, quienes entonces sí publican dichos proyectos. Esos mismos partners son quienes, en caso de conseguir el dinero solicitado, lo entregan a los usuarios... y lo piden de vuelta más tarde.

"Proyectos con influencia"... a 390 dólares de media

Los préstamos realizados, de al menos 25 dólares por persona, se devuelven sin intereses al prestamista. En cambio, los prestatarios sí tienen que pagar intereses, pero estos llegan a manos de esa red de partners locales, que además de hacer de intermediarios también pueden impartir formación financiera o empresarial.

Según los datos publicados por Kiva, el porcentaje de impago es del 3,2%. La propia organización recomienda "diversificar tu portafolio para reducir tu exposición al riesgo". Es decir, en lugar de destinar 100 dólares a un proyecto concreto, repartirlos en 25 dólares para cuatro distintos.

El proyecto promedio obtiene 390 dólares, aunque Kiva insiste en que son "proyectos con influencia social en su comunidad"

Cuando uno de esos impagos se produce en un proyecto tutelado por un partner, Kiva le emplaza a ser él quien reclame el pago. Si no lo consigue por falta de solvencia del prestatario, se renegocian los plazos. Y si aun así tampoco se logra el reembolso, la historia termina con el prestamista asumiendo su pérdida y con poco más que hacer.

La web de Kiva habla de cómo muchos de sus créditos han servido para levantar proyectos en lugares asolados por un conflicto o una catástrofe natural, así como para empresas sociales con influencia en su comunidad. Es muy difícil evaluar ese impacto de forma agregada, pero unos cálculos rápidos nos pueden servir para hacernos una idea de las cifras habituales. Según publica la empresa, en sus quince años de vida ha entregado algo más de 1.300 millones de dólares en forma de préstamos a 3,3 millones de emprendedores de todo el planeta.

Una división rápida nos deja que cada proyecto ha conseguido, en promedio, menos de 400 dólares.

Las costuras del buenismo

Kiva no ha estado exenta de críticas ni de polémicas. Sus cinco trabajadores son los únicos que reciben un sueldo directo de la empresa, el cual lo financian (junto al resto de gastos operativos) las donaciones -esta vez sí, donaciones- que llegan de fundaciones, partners, particulares o los propios prestamistas de la plataforma, que también tienen la opción de entregar una cantidad a fondo perdido para este fin. El resto de la maquinaria la engrasa y supervisa un ejército de cuatrocientos voluntarios que dedican su tiempo a este proceso de revisión de préstamos de forma altruista.

Channing Fisher (imagen cedida).

Una de estas voluntarias es Channing Fisher, que colabora con el portal al margen de su empleo en otra ONG californiana, de Santa Bárbara. En Kiva desempeña labores de comunicación, y según explica a Xataka, "lo que hace única a la plataforma es que los prestamistas ayudan "una y otra vez con solo 25 dólares”. Además, resalta la oportunidad para “abordar el problema de la inclusión financiera” de esas personas que no tienen acceso a las formas tradicionales.

En sus tres lustros de vida, Kiva también ha cosechado críticas por varios frentes: su falta de transparencia, la aprobación de proyectos que fomentan la crueldad animal o el uso de personal voluntario para auditar préstamos

Las críticas no solo llegan por esta estructura, sino también por una disociación entre emisor y receptor del préstamo, al contrario de lo que parece prometer la plataforma. En 2009, The New York Times recogía el testimonio de David Roodman, un investigador del think tank estadounidense Center For Global Development. Roodman criticaba cómo los préstamos pasaban por un intermediario (los partners citados), algo que sirvió para cuestionar la transparencia de la organización y la creencia de que la plataforma conectaba a las personas.

El artículo también citaba a analistas que discutían el uso de voluntarios para auditar los préstamos y la falta de seguridad para los prestamistas si el prestatario no devolvía el dinero. Demasiados asteriscos para una idea que sobre el papel lucía a prueba de escépticos.

La polémica no acabó ahí. En 2008, un partner peruano aprobó un préstamo para financiar una empresa de peleas de gallos. Kiva le dio pábulo porque, según justificó Matt Flannery -otro de sus creadores-, esta práctica era legal en el país sudamericano y eran los prestamistas los que decidían a dónde iba el dinero. Curiosamente, poco después se materializó otro proyecto en la misma web cuyo fin era erradicar los préstamos de la plataforma para proyectos de crueldad animal como el descrito.

No diga solidaridad, diga interés

Los impresionantes números de Kiva (mover 1.300 millones de dólares en quince años no está al alcance de cualquiera) suelen atribuirse a una gran idea que conecta humanos en distintas situaciones: quien puede permitirse prestar dinero lo hace a quien no puede permitirse levantar un proyecto por su cuenta. Lo que no cuenta la versión oficial de la plataforma es que hay un fenómeno difícil de cuantificar pero presente en sus números: el de los prestamistas que simplemente usan Kiva para obtener beneficios gracias al uso de diferentes tipos de tarjetas.

Plataformas como Kiva sirven para que viajeros frecuentes alcancen objetivos de gasto con su tarjeta de fidelización que en realidad no es un gasto como tal, aunque les cuenta

Por un lado están los que acumulan millas gratuitas en aerolíneas usando su tarjeta de crédito asociada para pagar cantidades que (casi) siempre vuelven. Estas tarjetas fijan objetivos de gasto anual para acceder a esas recompensas, y Kiva es una puerta giratoria en la que el dinero suele volver a la cuenta pero que sirve para obtener el cuño deseado.

Esta práctica, la de buscar métodos lo más imaginativos posibles para alcanzar los objetivos de gasto con tal de canjearlos por millas gratuitas, fue comentada por The New York Times en 2014, explicando que estaba llegando a su fin. Una búsqueda rápida en Google deja ver resultados en blogs y foros de índole nómada para darse cuenta de que Kiva le ha dado una pequeña segunda vida.

Un ejemplo lo encontramos en René de Lambert, blogger de viajes, que se beneficia de la arquitectura de Kiva y lo cuenta en su blog. Según él, ha invertido un total de 30.000 dólares en préstamos (en realidad, bastante menos pero reinvertido repetidamente hasta sumar esa cantidad), y su tasa de pérdida (préstamos no recuperados) es de algo menos del 1%. A ese desglose le acompaña la fotografía de 'San Cayetano', una comunidad de mujeres paraguayas a quien destinó un préstamo que les permitió comprar ropa que posteriormente revenderían. A cambio, René se llevó millas gratis en Delta.

René también habló de sus pérdidas con Kiva explicando que la mencionada tasa (inferior al 1%) ha sido muy baja, por lo que "los resultados netos hacen que los préstamos todavía valgan la pena para muchos viajeros de Delta": perder algo menos de 300 dólares le ha compensado por la cantidad de viajes gratis que ha obtenido. Desde Xataka hemos intentado contactar con René para obtener sus declaraciones sobre esta práctica. No hemos recibido respuesta en el momento de publicar este artículo.

Otras plataformas, como Frequent Miler o Million Mile Secrets, también explican cómo han encontrado en Kiva a un aliado irresistible para generar un nivel de gasto ficticio pero que de momento no ha sido vetado por las emisoras de estas tarjetas de fidelización. Incluso comparten trucos para prestar dinero únicamente a los proyectos que más fiables resulten en términos de devolución del dinero, o recomiendan buscar tarjetas de crédito que recompensen el destinar metal a gastos "de caridad". Paradójicamente, una de las fundadoras de Kiva huía de esta definición para sus préstamos. Uno de esos artículos fue compartido más de 260.000 veces en redes sociales. La picaresca con las aerolíneas no es un asunto menor.

Desde Kiva, sin negar su conocimiento de estas prácticas, se limitan a comentar que “damos la bienvenida a cualquiera que quiera empoderar a los marginados económicos”, y añaden que “son reacios a creer que los usuarios de Kiva se unan a la plataforma solo para este propósito en lugar de para ofrecer ayuda. No lo podemos comentar como una práctica común”.

Casos con finales felices

Como es lógico, Kiva se ha encargado de promocionar muchos de sus proyectos con una narrativa que encaja mejor en la difusión viral que gallos peleando hasta morir o millas de vuelo gratis para la gente solidaria. Por ejemplo, el de Wahab, un refugiado iraquí en Tennesee (Estados Unidos) que lanzó junto a su familia una empresa de catering especializada en comida árabe. Tras pasar por una aceleradora sin ánimo de lucro impulsada por un partner, recibió un préstamo de 10.000 dólares con el que compró un food truck con el que ganarse la vida. Su testimonio fue difundido en el Día Internacional del Refugiado de 2019 con este vídeo de un minuto de duración que cumple con todos los preceptos de los virales emotivos de la última década. Sonrisas a cámara lenta, planos de naturaleza a vista de drone, costumbrismo doméstico, fotos antiguas de gesto solemne.

En la misma línea, Kiva ha publicado más vídeos promocionales contando casos como el de Gisel, una peluquera dominicana que pudo montar su propio negocio para pagar los estudios a su familia; o el de Jacqueline, una refugiada burundesa que con los 6.000 dólares que recibió montó una empresa jabonera.

A la izquierda, Jen Saffron. A la derecha, Karen Denton. Ambas, además de vecinas de Pittsburgh, son beneficiarias de Kiva contactadas por Xataka.

Jen Saffron montó Sprezzatura, un negocio de comida mediterránea en Pittsburgh, con lo obtenido en la plataforma. Ella ejemplifica el caso de persona que, en un país desarrollado como Estados Unidos, no podía acceder a la financiación por los cauces habituales, según explica a Xataka:

"Soy una madre soltera, tengo dos niños que van a colegios privados. Aunque pago mis facturas, no soy atractiva para los prestamistas tradicionales".

Karen Denton, vecina de Jen, lleva ocho años gestionando su propia empresa de limpieza gracias al dinero que recibió en Kiva, el cual destinó a comprar aspiradoras que le permitieran expandir su negocio, según cuenta a Xataka. “Es muy bonito cuando gente de todo el mundo te da un préstamo; gente a la que no conoces”.

El de Kiva es un negocio sin ánimo de lucro pero que beneficia directamente a cinco empleados, millones de receptores de préstamos para desarrollar proyectos, y algunos prestamistas incuantificables que recogen millas de vuelo gratis por el camino. Cuatrocientos voluntarios sostienen logísticamente la organización sin ver un dólar a cambio, dólares que sí donan particulares para sostenerla financieramente. Y con el beneplácito de Oprah y Clinton. No todo el mundo es capaz de montar algo así.

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