En uno de los episodios clave del siglo XX, el presidente Kennedy apareció en la televisión estadounidense dando un ultimátum a los rusos. Exigía la retirada de los misiles de Cuba y amenazaba con una nueva invasión de la isla - la anterior fracasó en Bahía de Cochinos - de noventa mil soldados estadounidenses. En el momento más delicado de la guerra fría, era el turno de mover ficha para Jruschov, que ya contaba con submarinos nucleares en la zona y parecía enfrentarse al dilema de la guerra o una rendición humillante para la URSS
Suelen decir los expertos en negociaciones que cuando las partes hacen públicas sus posturas, el acuerdo resulta mucho menos probable. Cualquier cesión, cambio o propuesta pasa a ser leído como un gesto de debilidad y lo que cabe esperar no es sino posturas más extremas y mensajes más duros. En las últimas semanas tuit a tuit, Trump ha llevado la guerra comercial con China a una situación de este tipo, las respuestas del gobierno de Xi Jinping no han hecho sino echar leña al fuego.
Aún están los cuerpos calientes de la última batalla. Sobre ataques, reacciones y número de heridos hemos escrito mucho en Xataka: el caso Google y USA vs Huawei y China, es sin duda una de las grandes noticias del año para un medio de tecnología. Coincide que además que lo es también para uno de política, información internacional y económica. Y es en este punto en el que surgen preguntas más allá de si seguirá funcionando mi móvil Huawei
En la batalla previa, la administración Trump había escogido como objetivo el despliegue del 5G. Veto local en Estados Unidos y una petición pasivo-agresiva que lindaba con la exigencia a sus aliados de que no aceptaran a Huawei como proveedor. Este episodio es de especial importancia por dos motivos: uno es que gran parte del bloque occidental - especialmente países europeos - se han negado a obedecer la propuesta de Trump; el otro es que el 5G podía ser una de las claves de la motivación de esta guerra. Si acaba siendo cierto que va a ser una tecnología clave para la siguiente gran generación de productos y servicios digitales, quien llegue antes y mejor tiene mucho que ganar económicamente.
El caso es que Huawei no sólo es un referente en equipamiento de red para las telecos en tecnologías 5G, es que está entre un año o dos por delante de sus competidores. El primer ataque por parte de Estados Unidos no parecía estar logrando sus objetivos (los chinos hace mucho que tienen claro que no van a ser ellos quienes monten las redes de las telecos USA, con el resto del planeta ya les va bien) sino que además el bloque de aliados occidentales se dividía y Europa podría cobrar ventaja en el 5G.
Los pasos del gobierno Trump contra China y su justificación son harto conocidas, seguro por los lectores de Xataka en la que el tema ha aparecido una y otra vez. Hay una parte del discurso que apunta al espionaje y al robo de propiedad intelectual, pero este argumentario tiene dos problemas para convencer. Uno es la no presentación de pruebas que puedan persuadir a la opinión pública o a los socios de EEUU (y Alemania es muy fácil de convencer cuando se presentan evidencias de espionaje a su población y a su industria) y el otro es el desplazamiento del campo de batalla: pasar de las redes al móvil sin que parezca claro que éste es un elemento de ese presunto espionaje.
En el episodio de Despeja la X en la que Alejandro Nieto y un servidor hemos entrado en estas cuestiones ha aparecido un tema clave para debatir sobre una de esas grandes preguntas: si en Estados Unidos tienen razones que justifiquen el veto a Huawei y el ataque a intereses comerciales chinos y si son las mismas que argumenta ante los medios y ciudadanos. Sin entrar con todo el detalle del episodio del podcast, merecen consideración dos factores. Uno es que hay asimetría entre las exigencias de China para empresas extranjeras que quieren operar allí (también comentado en este tema de Magnet) y a la vez hay un programa y una lectura de competencia por parte de Trump.
Esa visión parte de que la balanza comercial entre las dos potencias es muy favorable a los chinos y de que Trump recoge las preferencias de un electorado al que resuenan bien las medidas que parecen promover la industria y el trabajo en el país, cierto proteccionismo táctico y mensajes de duro negociador frente a los rivales. Y es este punto del giro americano de la visión sobre China el que más ha cambiado en la evolución Bush-Obama-Trump: por décadas el crecimiento chino (con todas sus trampas comerciales) ha supuesto también mucho negocio y beneficio para empresas estadounidenses, pero América se mantenía tranquila mientras en Asia estuviese la fábrica de juguetes o la de lo diseñado en California.
En el giro a inteligencia artificial y redes de última generación ha saltado la alarma. Acompañando a indicadores y proyecciones el sueño chino de presentarse al mundo como inventores y no como replicadores u operarios de factorías ha sido puesto en pausa. En el terreno simbólico, pero también en el práctico de los negocios y el crecimiento económico (Economist tiene un especial fantástico sobre el tema muy reciente), China se postula como una potencia capaz de posicionarse a la par de Estados Unidos y plantear un modelo alternativo al hegemónico tras el final de la guerra fría.
La guerra comercial con China en el espejo de la guerra fría entre URSS y Estados Unidos
Cuando se ha discutido la idea de Fukuyama del "final de la historia" a menudo se ha caído en una simplificación de la tesis del politólogo y cuando se ha refutado recientemente se ha señalado al islamismo o al resurgir de los populismos como contraejemplos de la teoría. Sin embargo es probable que el modelo actual chino el que presenta una alternativa más sólida a esa idea de que tras caer el muro de Berlín no cabe sino el triunfo de la democracia liberal.
Con el colapso del bloque soviético la expectativa de que el mundo caminara a sociedades con democracias liberales / representativas y economías de mercado resultaba una hipótesis de lo más persuasiva. Enfrente de occidente caía el gran modelo que en el siglo XX había articulado una concepción contraria, llevándose por delante décadas de dictaduras comunistas y dejando a una izquierda occidental que a partir de entonces abundaría en la socialdemocracia y las guerras culturales como campo de batalla, evitando colocar el cuestionamiento de las bases del sistema económico como su bandera. Pero esa es otra historia.
Hay quien lleva 20 años esperando una rebelión en China que no llega a producirse. La esperanza radicaba en que el hijo del obrero de fábrica que llega a la universidad y que consigue llevar una vida de clase media acabaría pidiendo libertad de expresión y de prensa, terminaría por querer una democracia capaz de elegir y cambiar gobiernos. No ha sucedido, no sólo por la enorme represión y control que ejerce el ejecutivo del partido único - el comunista - en China, a la vez que el PIB ha seguido creciendo y la calidad de vida se ha multiplicado, el silencio reivindicando cambios en el sistema político chino ha sido atronador. Una sociedad en la que cientos de millones de personas han salido de la extrema pobreza y la gente ha visto mejorar su calidad de vida por diez en una generación no pare revolucionarios.
Con estos componentes el modelo chino es el de un sistema autoritario con economía capitalista. Esta combinación deriva en que se tienen actores que compiten y se enriquecen, sujetos al mercado, pero a la vez un estado que interviene, controla, sojuzga e interviene cuando entiende que es oportuno. Podríamos señalar que Estados Unidos es intervencionista cuando quiere, y que obligar a Google a abandonar a su socio Huawei es una prueba de ello... pero en China esto está elevado a la enésima potencia, es la norma y no la excepción.
Hay una lectura que señala el resurgir del populismo de derechas como una aproximación de occidente al modelo autoriario chino en el lado del control, la seguridad y el nacionalismo; el populismo de izquierdas se asemeja por su parte en su aspiración por la centralización económica, el gobierno financiero y el dirigir en la sombra a las empresas del país. En todo caso China (junto quizás Singapur) es una rara avis, no ha logrado conformar un bloque como sí lo hizo la URSS y sus acuerdos son más débiles, basadas en pactos comerciales y no en compartir alianzas militares y estratégicas.
Esta última diferencia es quizás a donde deberíamos mirar a la hora de sopesar los siguientes pasos la guerra comercial. El bloque soviético no rivalizaba en exportaciones mundiales con las potencias occidentales y esa es la ventaja china: como hemos visto en el caso del 5G para aliados de Estados Unidos tiene mucho más coste una sanción a empresas como Huawei que las que aplican contra Irán o Corea del Norte.
En el podcast sopesamos qué puede suceder a partir de ahora. Es siempre difícil jugar a adivinar el futuro, pero un claro damnificado de esta guerra es el multilateralismo y la prioridad de objetivos globales. China es un actor imprescindible en la lucha contra el cambio climático, como lo es Estados Unidos. Ambos enfrascados en una guerra comercial y una visión proteccionista y localista nos deja al resto del mundo expuestos a la gran amenaza del siglo. Es evidente la hipérbole de apelar a la crisis de los misiles para hacer la analogía con el presente, a la vez también es cierto que cuando los historiadores miren a nuestro tiempo seguramente señalen la miopía de nuestra clase dirigente y de nuestras sociedades.
En la crisis de los misiles cubanos no se acabó en la temida escalada nuclear. La administración Kennedy tuvo éxito al vender internamente en Estados Unidos que el presidente salía victorioso gracias a la firmeza en las negociaciones, había obligado a retirarse a los rusos. Fuera de foco había cedido a retirar los misiles americanos de Turquía, colocados antes de la crisis cubana y reclamación de los soviéticos. Algún colaborador del presidente llegó a calificar los hechos como "la mayor derrota de nuestra historia". Jruschov salió debilitado, había conseguido un buen acuerdo pero se la había jugado demasiado para tan poco beneficio a ojos del comité central. En dos años Kennedy estaría muerto y el presidente de la URSS sustituido por Brezhnev. La guerra fría no acabó, ni mucho menos, después de Cuba.
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