El camino al cielo empresarial está empedrado de decisiones afortunadas y sonoros batacazos. Bien lo sabe Elon Musk, uno de los hombres más ricos del planeta. Antes de verse aupado a lo más elevado del Olimpo multimillonario de Forbes —qué escalón ocupa exactamente depende de los vaivenes de su fortuna— al hoy CEO de Tesla, SpaceX y por el momento de Twitter le ha tocado tragarse tanto las dulces mieles del éxito en los negocios como las hieles del fracaso.
En su larga y sobre todo ecléctica carrera no todos los proyectos en los que el magnate se ha embarcado han alcanzado el éxito de PayPal, SpaceX o Tesla. Su hoja de servicio tiene también algún borrón que otro. Y sonado. Quizás el más reciente sea la drástica pérdida de valor que ha surgido Twitter desde que se hizo con sus riendas previo desembolso de 44.000 millones de dólares, deriva que ahora buscaría revertir con el fichaje de Linda Yaccarino como nueva CEO.
Mucho menos conocido es su vínculo con Halcyon Molecular, una aventura empresarial que arroja dos pinceladas sobre Musk. La primera, su disposición a lanzarse de cabeza a sectores tan dispares como la exploración espacial, robótica, automoción, inteligencia artificial, redes sociales, la construcción de subterráneos futuristas o la salud, campo en el que ha seguido trabajando con Neuralink, firma con la que aspira a revolucionar el campo de la neurotecnología. A ella pertenece la foto de portada que ilustra este reportaje. La segunda pincelada es que incluso directivos con tanto bagaje y recorrido como él pueden errar el tiro.
"La única forma de alcanzar las estrellas"
El caso de Halcyon es paradigmático porque Musk no fue el único que patinó al subirse a su barco. Otro tanto le ocurrió a Peter Thiel, voz destacada en Silicon Valley y el primer gran inversor de Facebook. El olfato que ambos, Musk y Thiel, habían demostrado juntos hace varias décadas les falló en esta apuesta.
Hoy el nombre de la compañía quizás suene a solo un puñado, pero hubo un tiempo, hace ya más de una década, en que Halcyon Molecular destacó como una de las grande promesas en el ruedo biotecnológico, el mismo que ha visto cómo se desinflaban otros grandes "unicornios". Algunos con escándalo incluido.
La promesa de Halcyon era desde luego atractiva. Lo que perseguían sus fundadores, los hermanos William y Michael Andregg, era abrir las puertas de la secuenciación del genoma humano a todos los bolsillos. Si las pruebas normales costaban por entonces varias decenas de miles de dólares, Halcyon aspiraba a que las suyas no llegasen ni a 100. No solo eso. Sus resultados estarían disponibles en cuestión de 10 minutos y mostrarían una secuenciación completa.
Su discurso iba incluso más allá. Lo que ambicionaban los impulsores de Halcyon —como recogía en julio 2010 TechCrunch— era destacar en la medicina y, tal vez, en última instancia, plantearle un pulso al envejecimiento. "La única forma de alcanzar las estrellas es vivir más tiempo", proclamaba William Andregg.
Con semejante gancho la compañía de Redwood City, California, no tardó en atraer miradas. No solo de la prensa especializada. Los inversores vieron cómo se abría ante ellos una nuevo, atractivo y sobre todo prometedoramente lucrativo campo al que confiar sus fondos. La empresa se fundó en 2008 y a lo largo de los años siguientes logró atraer un importante flujo de financiación que, según recogían en 2012 Om Malik o BioSpace, superó los 20 millones de dólares.
Entre quienes decidieron asumir el riesgo y apostar por la startup hubo pesos pesados, como el fondo Founders Fund, de Thiel, o Elon Musk, quien según los datos recogidos por la BBC llegó a invertir en la firma unos 10 millones.
"Es una compañía extraordinaria que ha desarrollado una tecnología para secuenciar el ADN de forma mucho más rápida, completa, precisa y barata. En última instancia, secuenciará genomas humanos completos al 100% en menos de 10 minutos y por menos de 100 dólares —explicaba en 2009 Luke Nosek, uno de los cofundadores de PayPal, tras embarcarse en la firma biotecnológica—. "Los métodos actuales, que tardan semanas, solo secuencian alrededor del 90% del genoma y cuestan entre decenas y cientos de miles de dólares".
"Founders Fund y yo hemos hecho una apuesta importante por esta empresa, quizá la más significativa desde la inversión en Facebook […]. Halcyon necesita a los mejores científicos e ingenieros del mundo para tener éxito en su misión […] De todas las empresas del Founders Fund que tienen o pueden cambiar el mundo (Facebook, SpaceX, Palantir, por ejemplo), Halcyon es la que tiene la oportunidad de hacerlo de la forma más profunda posible. Es vital que funcione", zanjaba.
Las aspiraciones eran ambiciosas y apuntaban lejos. Pero se quedaron en eso, aspiraciones. Apenas tres años después de la entrevista de Luke Nosek, medios como BioSpace, GigaOM o Fierce Biotech se hacían eco de que la startup cerraba sus puertas. Lo hacía de forma discreta, sin dejar grandes titulares ni entrevistas, y no mucho después de que una de sus competidoras, la británica Oxford Nanopone, se le hubiera adelantado en la carrera por rebajar los costes de la secuenciación.
Más de una década después su web sigue activa, aunque sin contenido, hace tiempo que su nombre dejó de sonar en los medios tecnológicos —salvo con alguna que otra mención fugaz en los perfiles biográficos de Elon Musk— y en Crunchbase figura que su estado operativo es el de una firma cerrada. MIT Technology Review o Fortune también se hacían eco hace no mucho de su tropiezo en la ambiciosa búsqueda de una tecnología que abaratase la secuenciación de ADN.
El camino hacia el cielo empresarial, ya se sabe.
Quizás las promesas de Halcyon se hayan desinflado una década y media después de su lanzamiento. Lo que desde luego no lo ha hecho es el interés en su gran objetivo entre los inversores: la promesa de ganarle el pulso al tiempo.
Imagen de portada: Steve Jurvetson (Flickr)
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