Mientras Alemania se prepara oficialmente para acabar con el carbón en 2038, cerca de Datteln (al norte de Dortmund) la eléctrica alemana Uniper acaba de conectar a la red a Datteln-4, una nueva central térmica de carbón con 1,1GW de potencia instalada. Durante años, Alemania ha sido a la vez el principal adalid europeo de la transición energética hacia fuentes más limpias y uno de los mayores emisores de dióxido de carbono del continente. Datteln-4 es un ejemplo excepcional de ello.
Y es que, aunque no es una sorpresa (en enero la polémica sobre la puesta en marcha de la planta llegó a ser muy intensa), la apertura de una nueva planta que no se sabe muy bien cómo se va a amortizar en la veintena escasa de años que le quedan por delante ha traído de cabeza al fuerte movimiento ecologista alemán y ha supuesto un misil en la línea de flotación de la credibilidad de los programas de descarbonización que está poniendo en marcha el Gobierno. Hoy por hoy, un tercio de la generación eléctrica alemana sigue produciéndose en las térmicas de carbón.
¿Qué hace una planta como tú en un país como este?
Es cierto que cuando se empezó a construir Datteln-4, en 2007, aún no había planes de descarbonización tan ambiciosos como los actuales. Sin embargo, los cambios de los últimos años no han frenado el proyecto. Al contrario. Frente a las demandas y manifestaciones contra la planta, Uniper ha sostenido que, por su novedad, la instalación es mucho más eficiente y respetuosa con el medio ambiente. Además ha explicado que sus planes conllevan el cierre de las cinco plantas de carbón que tienen en el país con una capacidad tres veces superior a la de la nueva central que las sustituirá.
Visto así, no debería de haber demasiada polémica. Lo que ocurre es que la posición alemana con respecto a la transición energética no ha dejado de ser equívoca ni un solo momento en las últimas décadas. Desde que en 2002 el gobierno rojiverde de Gerhard Schröder pusiera en marcha las primeras piezas de la Energiewende ('Transición energética' en alemán), la política energética alemana se ha ido construyendo con decisiones poco planificadas (como el gran apagón nuclear tras Fukushima o el abandono de los proyectos de las autovías energéticas) que han dejado al país en un callejón sin salida.
En ese contexto, se entienden bien las suspicacias de activistas, pero también de muchos analistas. Hoy por hoy, con el fin de la era Merkel, nadie sabe qué puede pasar en los próximos años y por qué camino apostará una CDU muy reforzada tras la gestión de la pandemia de coronavirus. Datteln-4 puede acabar por convertirse en otro elemento que siga facilitando la indulgencia europea al carbón del centro y el este de Europa.
No obstante, no hay que perder de vista el marco general: en 2019, el 74% de toda la nueva potencia instalada en el mundo fue renovable. Pese a las noticias de Alemania o China, en Europa, países como Austria o Suecia han anunciado que el cierre de las últimas térmicas será años antes de lo esperado y esto parece estar siendo la tónica habitual en todo el mundo. Sin embargo, el camino hasta la muerte del carbón está siendo mucho más complejo de lo que podríamos haber pensado.
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