Algo huele a podrido en (la energía de) Dinamarca: la "Arabia Saudí de las renovables" que vive enganchada a la basura extranjera

"Es difícil hacer predicciones, especialmente del futuro". Tiene su gracia que se atribuya (quizás apócrifamente) esta frase al físico danés Niels Borh porque precisamente su país natal, Dinamarca, vive en sus propias carnes las consecuencias de apostar por una idea que parecía perfecta en el pasado, pero no lo era. Hoy, versión energía.

Y es que Dinamarca es, por méritos propios, la campeona europea en lo que a la incineración de residuos se refiere. Tienen 23 plantas capaces de quemar 3,8 millones de toneladas de residuos al año y producir una quinta parte de toda la energía que se usa para la calefacción urbana del país.

Parece una solución perfecta, ¿no? En mitad de una crisis mundial de los residuos, no solo te deshaces de ellos: generas energía. Pues no y su principal problema se llama cambio climático.

Dos malas noticias danesas y una lección energética

Las malas noticias, en este caso, vienen a pares: la primera es que, actualmente, el país no produce suficiente basura como para alimentar adecuadamente a toda una generación de incineradoras que se levantó cuando la gestión de residuos era un problema de primer orden. Por eso mismo, cada año importan más de un millón de toneladas de residuos (especialmente desde Reino Unido y Alemania). La segunda mala noticia es que, visto desde el presente, plantar el país de incineradoras no parece la mejor idea: quemar residuos, por muy bien que los quememos, genera emisiones de carbono.

Es decir, Dinamarca depende de la quema de basura. Y a un nivel bastante profundo, porque ya no es tanto lo que representa esta fuente de energía en el mix energético (en torno a un 5%); sino que las plantas, de propiedad municipal, fueron financiadas con préstamos a un larguísimo plazo. Cerrarlas de un plumazo se llevaría con ellas la sostenibilidad financiera de un buen número de entidades locales danesas.

Y, a la vez, la ley climática que aprobaron el año pasado plantea la reducción de sus emisiones de gases de efecto invernadero a un 70 por ciento por debajo de los niveles de 1990 en la próxima década. Es decir, conlleva el cierra de, al menos, 7 plantas en los próximos años y si parece que no saben cómo hacerlo es porque se trata de un puzzle muy difícil de resolver.

Quizá lo peor es que no se trata de un caso aislado. Desde hace años venimos contando que no es buena idea gestionar la política energética de un país sin planes a largo plazo. Dinamarca lleva mucho tiempo queriendo convertirse en "la Arabia Saudí de las renovables", pero sencillamente no puede hacerlo sin perder muchísimo dinero en el camino.

Como le decía Marcelo a Horacio en el 'Hamlet' de Shakespeare, "algo huele a podrido en Dinamarca". Aunque, lamentablemente, no solo en Dinamarca. Porque mientras muchos países europeos se afanan por reducir sus emisiones asumiendo grandes costos, gigantes como China (que, recordemos, es el principal emisor - y con mucha diferencia frente al siguiente- del planeta) anuncian sin ruborizarse que lo harán mucho más tarde que ellos. Lo de Dinamarca es, en definitiva, un mal casi endémico de la energía europea.

Imagen | Nick Karvounis

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