No tiene nada de nuevo —en Reino Unido ya lo usaban en los años 50, antes de que el hombre pisase la Luna y cuando el mundo andaba a vueltas con la Guerra Fría—, pero la fractura hidráulica, el popularmente conocido como fracking, sigue generando un intenso debate entre partidarios y detractores. Lo hace hoy, igual que lo hacía ayer y, seguramente, lo hará mañana.
Los primeros, como la Independent Petroleum Association of America (IPAA), defienden su capacidad para “desbloquear de manera segura abundantes recursos naturales”, la riqueza que genera e incluso su efecto beneficioso sobre el medio, al “reducir la emisión de gases de efecto invernadero". En el polo opuesto, las voces críticas alertan de la contaminación y, sobre todo, el riesgo de seísmos.
El debate sobre su impacto, servido
La técnica no es difícil de entender. A groso modo, se utiliza para extraer combustibles fósiles atrapados en el subsuelo, a profundidades considerables. Las empresas perforan las capas de roca y gracias a la inyección de agua con aditivos químicos y arena a altas presiones consiguen fracturarla y liberar los hidrocarburos. Más allá de los detractores que advierten de la contaminación o su impacto para la salud, uno de sus mayores “peros” es el riesgo de que genere terremotos.
Un estudio publicado hace seis años en el Bulletin of the Seismological Society of America (BSSA) concluía por ejemplo que el fracking había sido el causante de la cadena de terremotos que sacudieron en marzo de 2014 Poland Township, en Ohio, EE.UU. Cinco de los seísmos que entonces se analizaron, con magnitudes de entre 2,1 y 3 en la escala de Richter, se habían registrado precisamente a un kilómetro del área de extracción de Hilcorp Energy.
“Las rocas que aguantaban el peso de las que tenían encima ya no lo hacen y todo el terreno se reasienta, se reorganiza y eso genera seísmos que pueden ser mayores o menos, pero que son inevitables”, explicaba el catedrático de física Antonio Ruiz de Elvira en 2015, en un blog de El Mundo, tras detallar el procedimiento que se sigue durante el fracking.
Estudios sobre su huella en el entorno
Un equipo de investigación germano-canadiense acaba de ahondar en el conocimiento que tenemos sobre la relación entre los seísmos y la fractura hidráulica. En un artículo publicado en Nature Communications, expertos del Servicio Geológico de Canadá, Ruhr-Universität Bochum (RUB) y la Universidad McGill detallan cómo han identificado un nuevo tipo de movimiento telúrico vinculado con el fracking. Lo curioso son sus peculiaridades. Como recoge Europa Press, tiende a ser más lento y de mayor duración que los convencionales con una magnitud equiparable.
Para su estudio, el equipo registró alrededor de 350 terremotos en una red de ocho estaciones sísmicas que rodean un pozo de inyección, todas separadas por unos pocos kilómetros y en el oeste de Canadá. Al estudiar los datos los expertos se encontraron con que aproximadamente del 10% de los terremotos presentaban características únicas que sugieren que se rompían de forma más lenta, una peculiaridad similar a la que se observa en áreas volcánicas.
Hasta la fecha los investigadores —recoge RUB en un comunicado— habían detectado dos procesos vinculados a seísmos relacionados con el racturamiento hidráulico. En uno, el fluido bombeado a la roca genera un aumento de presión que elimina las fallas existentes y provoca un terremoto. En el otro, el aumento de presión del fluido por la inyección en el subsuelo causa cambios de tensión elástica en las rocas circundantes que pueden derivar a su vez en deslizamientos y seísmos.
Los terremotos lentos que acaban de registrar serían resultado —para el equipo de investigadores germano-canadiense— de una forma intermedia entre el seísmo convencional y deslizamiento asísmico, lo que demuestra de forma indirecta que este tipo de fenómenos pueden darse cerca de los pozos. Los expertos lo han llamado terremotos de onda de frecuencia híbrida (EHW). Si el temblor de uno convencional de magnitud 1,5 se había calmado en unos siete segundos en el conjunto de datos del estudio, el de uno EHW de igual magnitud temblaría más de 10.
"Supusimos que los terremotos inducidos se comportan como la mayoría de los otros terremotos y tienen aproximadamente la misma velocidad de ruptura de dos a tres kilómetros por segundo", comenta Rebecca Harrington, del RUB. El estudio muestra que no siempre es así.
Las aplicaciones de la investigación están lejos de quedarse en la esfera teórica. “Si entendemos en qué punto el subsuelo reacciona al proceso de fracturación hidráulica con el movimiento que no resultan en un terremoto y, en consecuencia, no causan daños a la superficie, idealmente podríamos usar esa información para ajustar el procedimiento de inyección”, zanja Harrington.
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