El 9 de abril, un grupo importante de miembros del Partido Verde de Finlandia publicó un manifiesto en el que defendía claramente que "vamos muy tarde en nuestros esfuerzos para parar el cambio climático y ya no tenemos el lujo de poder elegir entre energía nuclear y energías renovables".
Con el cambio climático a las puertas, el debate sobre si podemos prescindir de la tecnología nuclear (y sus derivados) se está haciendo cada vez más intenso. Pero, ¿Cuál es la dimensión real del problema? ¿Hemos de empezar a invertir en energía nuclear?
Más allá del paraíso nuclear de Finlandia
Es cierto que Finlandia es un caso especial. En el país nórdico el "estado de opinión" está sorprendentemente a favor de la energía nuclear. Y viene de largo, no hay que olvidar que la primera central nuclear en Europa tras Chernóbil se construyó, precisamente, en Finlandia.
Hace un mes, más de cien candidatos de todos los partidos (incluidos los Verdes) pidieron que se comenzara a estudiar la posibilidad de usar energía nuclear para los sistemas de calefacción a nivel metropolitano. Y Finlandia es el único país del mundo con un capítulo propio del movimiento ecomodernista.
Es un país en el que los efectos del cambio climático ya han motivado el fin del carbón para 2030 y donde el descomunal uso de biomasa es terriblemente polémico por sus costosos efectos para la salud.
Por eso no me interesa tanto el caso finlandés como la idea, cada vez más popular, de que el cambio climático está recortando dramáticamente nuestras opciones para diseñar el sistema energético que nos gustaría.
El sistema energético que podemos conseguir
"La nuclear es el mal menor en un mundo que no puede reducir drásticamente su consumo energético", decía en febrero Lluis Batet, profesor de Ingeniería Nuclear de la Universidad Politécnica de Cataluña. Y es solo un ejemplo de cómo el debate se ha ido moviendo de 'nuclear sí, nuclear no' a '¿nos queda otra alternativa?'
Quizá el mejor ejemplo de lo que podríamos llamar 'paradoja energética verde' es Alemania y su intención de cerrar todas las centrales nucleares del país. Esta estrategia, que es coherente con la tradición política del país donde Die Grünen surgieron, en buena medida, por oposición a lo nuclear, avoca al país a un mix energético muy dependiente del carbono (carbón, gas y petróleo). Incluso en plena 'transición energética'.
Como se ha discutido en los últimos días, basta con comparar las emisiones de CO2 por kWh de Francia, con 58 estaciones nucleares, y de Alemania, en plena Energiewende, para detectar con nitidez el problema.
¿Un futuro nuclear?
Lejos de ser un debate cerrado, el número de informes, estudios y estimaciones es altísimo. Algo esperable en un terreno tan politizado, pero que nos dibuja una conclusión fundamental: si optamos por mantener un sistema energético como el actual, no podemos renunciar a la energía nuclear. Más claro, agua.
O, dicho de otra forma, si queremos prescindir de ella, se necesita una reforma radical de cómo producimos, cómo transportamos y cómo consumimos energía en el mundo. Y la necesitamos ya: los riesgos que tanto preocupan a los antinucleares son el precio que hay que pagar por no introducir las reformas necesarias para poder abastecernos solo con renovables.
Batet daba en la clave: la nuclear es fundamental "en un mundo que no pueda recortar drásticamente su consumo energético". O que no quiera. Y, según parece, hay muchos países que no quieren o no pueden hacerlo. Hace unos años, Jukka Laaksonen, director de la Agencia de Seguridad Nuclear de Finlandia, decía en El País que "es impresionante, el interés que despierta entre los países en desarrollo. [...] Todos por igual aseguran que comenzarán a construir sus propias centrales".
Finalmente, la crisis internacional frenó la 'nuclearización' del mundo, pero no sabemos durante cuánto tiempo será así. Lo único que parece claro es que ahí hay una decisión política que tomar. Una decisión que no es fácil y que definirá el futuro de la energía.
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