Llenar el Sáhara de paneles solares suena muy bien y muy lógico. En realidad es una idea desastrosa

A priori es lógico. En la práctica hay barreras logísticas y económicas insalvables para hacerlo

La crisis energética reciente ha hecho que los precios de la electricidad se disparen. Y eso ha impulsado una instalación acelerada de paneles solares en todo el mundo. Gracias a la creciente popularidad de esta energía renovable, el precio de estos dispositivos se ha ido reduciendo durante los últimos años. Aunque el problema persistente sigue siendo siempre el mismo: ¿Dónde ponemos todos esos paneles?

Para proporcionar suficiente energía solar que alimente de electricidad a todo el mundo se necesitarían alrededor de 51.000 millones de paneles solares, que ocuparían un área de un tamaño de unos 186.000 kilómetros. Eso es solamente el 3.27% de EEUU. Pero lo lógico sería pensar que el lugar adecuado para semejante instalación debería ser algún sitio con mucho sol, que rara vez se vea ensombrecido por las nubes.

Un sitio como… ¿un desierto?

El Sahara es el desierto más grande. Tiene un tamaño gigantesco de 9,2 millones de kilómetros cuadrados. Así que esta megagranja solar solo ocuparía en torno al 3,25%, una zona razonable del desierto que, si se configura bien, apenas forzaría al desplazamiento de unos pocos humanos y animales. Ni siquiera sería necesario deforestar. Además, tal y como apuntaba el físico Gerhard Knies, en solo seis horas los desiertos de todo el mundo reciben más energía solar (173.000 teravatios) de la que consumen los humanos en un año.

Pero lo cierto es que a pesar de tener energía suficiente para abastecer de sobra a nuestra civilización, existen muchos factores económicos y medioambientales que hacen prácticamente imposible llevar esta hazaña a cabo. Lo primero: la dificultad. Lo segundo: el coste sería astronómico. Y lo tercero: destruiría los ecosistemas del planeta.

De hecho, la iniciativa Desertec fue uno de esos proyectos que planeaba cubrir el desierto del Sahara con paneles solares con la esperanza de satisfacer las necesidades energéticas de Medio Oriente y el norte de África y el 15% de Europa. Aunque reconocidas empresas de la industria quisieron participar, el plan pronto resultó inviable.

Lo primero: la dificultad

Mantener una granja solar en el desierto es dificilísimo. Principalmente porque tanto el mantenimiento como la instalación no son igual que en las ciudades. El duro entorno de los desiertos y el polvo que se acumulan en los paneles solares perjudican su funcionamiento y eficiencia. Por otro lado, el movimiento de la arena y los vientos áridos y abrasadores hacen que sea necesaria una instalación muy resistente. Y eso supondría que la infraestructura fuese más cara. Mucho más cara.

No sólo eso. El coste de tener personal las 24 horas del día, los 7 días de la semana para ofrecer un mantenimiento y monitorización constante sería otro gran desagüe de dinero y algo muy difícil de llevar a cabo.

Lo segundo: el coste

La instalación de un panel solar de 350W cuesta entre 200 y 400€ en un hogar. En el desierto sería más caro. Primero, habría que construir soportes para los paneles, transportarlos en medio de la nada y crear una nueva infraestructura eléctrica sobre dunas y terreno rocoso. Según cálculos del periodista Will Locket en este artículo de Medium, sólo si tenemos en cuenta el precio del panel, la entrega y la instalación, eso ya supondría unos 1.000€ por unidad. Si multiplicamos esa cifra por todos los paneles que necesitamos nos daría un resultado de 514 billones, 23 veces más que toda la economía estadounidense.

Pero hay más. Hay que tener en cuenta que si queremos mandar toda esa energía a cualquier rincón del mundo, necesitaríamos baterías para almacenar toda la producida durante el día y alimentar la producción durante la noche (no todos los países tienen los mismos horarios). Eso significaría añadir unos 4,2 kWh de almacenamiento de batería a cada panel, aumentando el coste unos 900€ más.

Y espera, porque ahora llega la parte más sangrante: sacar la energía del Sáhara. El transporte es otro tema preocupante ya que enviar energía a su destino necesita líneas eléctricas enormes y es algo muy costoso y que supone una pérdida de energía de hasta un 10%. Actualmente, la línea eléctrica más larga tiene solo 3200 kilómetros. Teniendo en cuenta que, cuanto más larga, más energía se perderá por el camino, habría que compensar esas pérdidas añadiendo aún más costes. Algo muy poco viable con la tecnología que tenemos hoy en día.

Lo tercero y más importante: el medioambiente

Todo lo anterior podría llevarse a cabo, aunque difícilmente, en un futuro hipotético. Pero hacerlo nos llevaría directamente a nuestra extinción. Hay que tener en cuenta que los desiertos no son para nada inútiles, pero sobre todo, que cualquier ecosistema juega un papel fundamental en el medioambiente global. En el caso de convertir el Sáhara en una granja solar masiva, sólo un 15% de la energía absorbida por las placas solares se convertiría en electricidad. Y el resto se devolvería a la atmósfera en forma de calor, lo que empeoraría mucho el calentamiento global.

Las pruebas las aporta un estudio de 2018 que utilizó un modelo climático para simular los efectos en la superficie terrestre de los desiertos causado por la instalación de estos paneles solares. La investigación sugiere que cuando el tamaño de la granja solar alcanza el 20% del área total del Sahara, se desencadena un ciclo de retroalimentación. El calor producido por los paneles solares más oscuros (en comparación con el suelo reflectante) crea una gran diferencia de temperatura que acaba reduciendo la presión del aire y humedeciendo el clima, creando lluvias.

Esas lluvias harían que las plantas crecieran en el desierto y que este reflejara menos energía solar, ya que la vegetación absorbe la luz mejor que la arena y el suelo. Con más plantas, además, se evapora más agua, creando un ambiente más húmedo que extendería aún más la vegetación. Un desierto verde, ¿suena bien, no?

Lo cierto es que muchos de nuestros ecosistemas dependen de que el Sahara sea un desierto árido. El Amazonas, por ejemplo, es fertilizado por el polvo que sopla desde el Sáhara. También el Atlántico es fertilizado por el polvo del Sáhara. Su arena rica en nutrientes favorece la vegetación de algas, que producen una gran cantidad de oxígeno en el planeta.

Sin embargo, el efecto más severo sería un aumento en la temperatura de la superficie de la Tierra. Aunque parezca contradictorio, el vapor de agua es un poderoso gas de efecto invernadero, casi peor que el CO2. Eso acabaría calentando el planeta, provocando la pérdida de la capa de hielo y cambiando las corrientes oceánicas, provocando finalmente la destrucción de la biodiversidad en todo el mundo. En resumen: cada ecosistema está conectado y modificar uno de ellos puede desatar un efecto dominó con consecuencias devastadoras.

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