La coyuntura actual está cambiando las reglas del juego. Durante los últimos años hemos presenciado cómo algunos países europeos, entre los que se encuentran España y Alemania, apuestan por un modelo energético que deja completamente de lado la energía nuclear. Y, al mismo tiempo, otros estados, con Francia y Reino Unido a la cabeza, abogan por ella como un ingrediente esencial de su mix energético.
Este es el contexto en el que nos encontrábamos a principios de este año, pero la invasión por parte de Rusia del territorio ucraniano que comenzó el pasado 24 de febrero está obligando a algunos países a replantearse su estrategia energética. De otro modo no será posible romper los lazos que aún hoy sostienen la gran dependencia del gas y el petróleo rusos que tienen algunos países de la Unión Europea.
La crisis energética en la que está sumido el Viejo Continente está forzando a muchos países a reevaluar su relación con la energía nuclear, y esto no significa únicamente que cabe la posibilidad de que los estados que planean deshacerse de ella suavicen su ‘desconexión nuclear’; también implica que los que abogan por ella pueden optar por subir la apuesta para dar una respuesta a sus necesidades energéticas. Esto es, precisamente, lo que va a hacer Reino Unido.
El plan de Boris Johnson plantea varios interrogantes muy serios
Hace unas pocas horas, y después de visitar la central nuclear de Hartlepool, ubicada en el noreste de Inglaterra, el primer ministro británico ha publicado un tuit en el que asegura estar dispuesto a apostar de una forma mucho más contundente por la energía nuclear.
Y en su declaración no disimula lo más mínimo su intención de poner fin a su dependencia del gas y el petróleo rusos. Esta estrategia entra dentro de lo previsible dadas las circunstancias, pero lo que resulta más impactante es el carácter cuantitativo de su plan.
«En vez de construir un nuevo reactor nuclear cada década, vamos a poner a punto uno más cada año con el propósito de proporcionar a los hogares energía limpia, segura y fiable», asegura en su tuit Boris Johnson. No cabe duda de que es una iniciativa muy ambiciosa, pero pone encima de la mesa algunas dudas importantes que merece la pena que no pasemos por alto.
La energía nuclear puede ejercer como la principal fuente del mix energético de un país, como sucede en Francia, y también resulta atractiva para respaldar a las renovables que tienen un marcado carácter intermitente, como las energías eólica o solar.
También es una opción sólida como parte de la estrategia que persigue minimizar la emisión de gases de efecto invernadero, pero el comportamiento del mercado energético durante los últimos meses refleja con total claridad que la energía nuclear no va a solucionar esta crisis energética.
Durante las últimas semanas el precio de la electricidad ha alcanzado máximos históricos en Francia, que es con mucha diferencia el país europeo con más centrales nucleares en actividad, propiciados por la necesidad de detener varios reactores para acometer tareas de mantenimiento correctivo y preventivo.
No obstante, los galos estaban pagando la electricidad más cara que sus vecinos incluso antes de verse obligados a detener varios de sus reactores nucleares. De hecho, a principios de noviembre de 2021 pagaron 188 euros por cada MW/h, una cifra claramente superior a los 171 euros que pagamos los españoles en esa misma fecha, y más aún a los 160 euros que desembolsaron los alemanes.
En cualquier caso, el plan de Boris Johnson plantea otros desafíos a corto plazo que van más allá del coste de la electricidad. El más evidente de todos ellos consiste en que la puesta en marcha de una nueva central nuclear actualmente requiere invertir en el proyecto entre diez y quince años, por lo que es evidente que el parque nuclear británico no va a experimentar un crecimiento notable durante las próximas dos décadas. Y romper los lazos energéticos con Rusia requiere optar por soluciones viables en un plazo de tiempo muy inferior.
Además, el coste de amortización de las nuevas centrales nucleares como consecuencia de la inversión que es necesario realizar para ponerlas en marcha y el desembolso que implica su vida operativa es más alto que el vinculado a las instalaciones fotovoltaicas o las eólicas. Según Our World in Data ha crecido desde los 107 €/MWh hasta alcanzar los 152 €/MWh, mientras que en el mismo periodo de tiempo la solar fotovoltaica ha pasado de 313 €/MWh a nada menos que 34 €/MWh (se ha abaratado un 70%).
De hecho, es la única fuente de energía cuyo precio de amortización se ha incrementado durante los últimos años. Incluso el del gas se ha reducido, lo que en este ámbito coloca a la energía nuclear en una clara posición de desventaja frente a las energías renovables, que tampoco conllevan la emisión de gases de efecto invernadero.
Cabe la posibilidad de que los reactores nucleares de cuarta generación, y en especial las unidades compactas y modulares, consigan resolver, o, al menos, atenuar estas desventajas. Pero todavía no está del todo claro qué rol tendrán en el modelo energético de los países que sostienen su apuesta a favor de la energía nuclear.
Como acabamos de ver, el plan de Boris Johnson plantea muchas dudas razonables a medio y largo plazo, y a corto plazo inevitablemente no va a tener ningún efecto en la estrategia energética de Reino Unido. Y, precisamente, la crisis energética actual requiere soluciones eficaces que puedan ser implementadas en el mínimo tiempo posible.
Imagen de portada: Finnbarr Webster/AP
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