Agosto, en solo una semana, ya se ha convertido en el mes estival con el precio de electricidad más alto de la última década. El precio medio ha sido de 65,25 euros por MWh. Hay que irse a agosto de 2008 para encontrar un precio superior con 70,1.
Aún recuerdo cuando hace un año decíamos que 2017 iba a hacer historia porque, en mitad de una de las sequías más grande en décadas, los precios iban a subir hasta cotas difíciles de alcanzar. Subestimamos la capacidad de nuestro sistema eléctrico para catapultar los precios del recibo de la luz siempre un poco más arriba. Os contamos por qué el aire acondicionado de estos días va a valer su temperatura en oro.
El carbono, por las nubes
Aunque, como siempre, los factores implicados son muchos, hay dos que han tenido un papel clave. El primero ha sido el encarecimiento del precio de las emisiones de CO2 y el segundo la ola de calor que ha disparado la demanda en un contexto de estancamiento de nuestra capacidad real de producción energética. Vayamos por partes.
El precio del CO2 en el mercado europeo de derechos de emisión lleva disparado desde principios de año y, aunque bajó en junio, en estos meses ha vuelto a subir hasta los 17,5€ por tonelada. Las estimaciones señalan que es posible que acabe el año por encima de los 30 euros, un nivel nunca registrado durante la última década.
Y para entender la subida del precio del carbono tenemos que irnos al 3 de enero de 2018 cuando la directiva europea MiFID II y el reglamento MiFIR entraron en vigor. La MiFID II (Markets in Financial Instruments Directive) es la directiva europea que armoniza las distintas regulaciones sobre los mercados de valores y los instrumentos financieros que se negocian en ellos.
A efectos prácticos, la MiFID II convertía el mercado europeo de derechos de emisión en uno de esos instrumentos financieros. Y con eso, la llegada de bancos y fondos de inversión era cuestión de tiempo. Una llegada que ha cambiado el mercado de forma radical.
Hasta entonces, el mercado de emisiones era usado por unas 12.000 empresas industriales de gran tamaño que necesitan los derechos de emisión para producir y cumplir con sus cuotas anuales. Los actores financieros, a diferencia de los actores clásicos, invierten en el mercado con la esperanza de que, en medio de la apuesta europea por descarbonizar la economía, sus inversiones se revaloricen. El resultado ha sido el que vemos, que el precio se ha encarecido arrastrando el de la energía.
Una brecha cada vez más grande
Me gustaría decir que la ola de calor ha hecho el resto, pero lo cierto es que "el resto" es bastante más complicado. Tras más de una década exportando energía, en 2016 España pasó a ser importador neto: compró más energía de la que vendió.
Aquel año la generación energética se redujo un 2,3% mientras que la demanda se incrementó un 0,7%. Desde entonces, con alguna salvedad, esta ha sido una constante en estos años: según los datos de los primeros meses de 2018, la oferta subió un 0’8% mientras que la demanda creció solo un 4%.
El resultado ha sido también el esperable: Según red eléctrica, julio ha sido el mes con mayor importación eléctrica desde 1990 (1.888 GWh). Si queremos poner la situación en contexto basta con caer en la cuenta de que, en lo que llevamos de año, llevamos un incremento de 25% con respecto al mismo periodo de 2017.
Esto puede parecer extraño. Las importaciones energéticas pueden llegar a ser muy lucrativas, pero a medida que las interconexiones crecen y las cantidades de energía que cruzan la frontera aumentan los precios tienden a equilibrarse. Además, esa energía importada no marca el precio del pool eléctrico sino que resulta de la casación de mercados eléctricos ejecutada con el famoso (y bastante complejo) (algoritmo Euphemia)[https://elperiodicodelaenergia.com/euphemia-el-complejo-algoritmo-que-casa-los-precios-de-los-mercados-electricos-y-que-no-entienden-ni-los-traders/].
Aunque la especulación a corto no es algo que tengamos que descartar, lo cierto es que la ola de calor ha dejado en evidencia un problema que viene de lejos: la política energética española es un desastre. Tras años de indefinición, estamos viendo como la brecha entre la producción y la demanda va aumentando día a día. Y, sinceramente, no parece razonable que vayamos a ver grandes inversiones en un escenario tan inestable como el actual.
La tormenta perfecta, otra vez
Si tenemos suerte, el fin de la ola de calor y el buen estado relativo en que se encuentran los pantanos moderarán el precio medio del mes. Pero el problema de base suma y sigue: la capacidad del sistema para controlar el precio del recibo de la luz no existe. Parece que cada mes tenemos una tormenta perfecta.
Ni para ordenar a largo plazo el desarrollo (y la transición) energética. Mientras las subastas de renovables se traducen, poco a poco, en potencia instalada, la brecha que existe entre producción y consumo se agranda. La voluntad del gobierno actual de cerrar térmicas y nucleares tampoco va de la mano de un plan realista para cambiar la energía española.
Nos hemos metido en una huida hacia delante que no puede beneficiar a nadie. Lamentablemente, no parece que haya luz al final del túnel. Y si la hay, será cara, muy cara.
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