Ya sabemos que los seres humanos tenemos una capacidad casi ilimitada de dejar basura en cualquier escombrera. Poco importa si esa escombrera está en una carretera secundaria, al otro lado del mar Angosto o, literalmente, en otro planeta. No es broma: tanto en Marte como en la Luna tienen muchos ejemplos de ‘cosas’ que dejamos, tiramos o estrellamos en ellos. Pero entre todos ellos, hay un cacharro especial.
El 1 de agosto de 1971, David R. Scott condujo el rover lejos del módulo lunar y, con la cámara apagada, dijo al control de la misión que iba a realizar algunas tareas de limpieza. Era mentira. En ese momento, mientras nadie miraba, el astronauta dejó en el suelo una pequeña estatuilla de aluminio llamada el 'Astronauta caído', el primer monumento humano fuera de la tierra.
Por los que no están
El primer monumento y la primera obra de arte. Aunque hay decenas de versiones sobre todo lo que ocurrió antes de aquel día, unas semanas antes de la misión, la tripulación del Apollo 15 cenó con Paul van Hoeydonck, un conocido escultor belga, para que realizara una pequeña estatuilla que conmemorara a todos los astronautas y cosmonautas fallecidos hasta aquel momento.
El mismo Scott le había dado toda una serie de especificaciones a Hoeydonck para conseguir una escultura que fuera liviana, pero que también fuera capaz de resistir las temperaturas lunares sin problema. Además, la escultura tendría que representar a todos: hombres y mujeres, norteamericanos y soviéticos, tuvieran la raza o la religión que tuvieran. La placa conmemoraba a los astronautas caídos, las escultura debía hablar de cada uno de nosotros.
El tema era delicado. La NASA había tenido muchos problemas con el Apollo 14 y tenía una firme política anti-comercialización. O, más bien, anti-instrumentalización. El programa espacial era la joya de la corona de EEUU y no podían permitir que se usara para fines privados. O para cualquier cosa que acabara por desvirtuarlo. Por eso, todo lo relacionado con el 'Astronauta caído' se mantuvo en secreto. Solo los tripulantes (y el artista) sabían lo que hacían.
Aunque, claro, ese secretismo no duró mucho. En poco tiempo, saltó por los aires y, con él, la reputación de todos. En los siguientes tres años, la galería de Dick Waddell (que había impulsado el proyecto) quebró, Scott dejó la NASA perseguido por el Congreso americano y Van Hoeydonck tuvo que retirarse a su Bélgica natal. Durante estos años, todos ellos se han dedicado a calumniarse e intentar limpiar su imagen.
Ninguno lo consiguió porque todo se resumía a una batalla de egos. Scott llamo a Hoeydonck "obrero" y, de vuelta, el artista llamó "cartero" al astronauta. Pero, sobre todo, ninguno consiguió recuperar su imagen porque, en realidad, la polémica venía envuelta en una serie de conflictos que se remontaban años atrás y que ponían en evidencia cómo la NASA tenía múltiples problemas (problemas que no eran estrictamente técnicos). Los astronautas se estaban convirtiendo en héroes, la importancia de la NASA en la administración americana había llegado a su máximo y eso iba a acabar amenazando el futuro del programa espacial.
Recuperar el espíritu del 'Astronauta caído'
Nadie lo decía en voz alta, pero todo aquello fue la preparación del fin de la edad de oro del espacio en EEUU. Y durante décadas, nadie reivindicó al 'Astronauta caído' precisamente por eso. Una réplica se quedó custodiada en el Smithsonian, pero para muchos la primera obra de arte en el espacio era una mancha en el programa espacial. Es una pena. Porque más allá de las (lógicas) disputas, el espíritu del ‘Astronauta caído' es muy reivindicable.
No sólo por el recuerdo de los que se dejaron la vida por la carrera espacial, sino por todo lo que este representa: la capacidad del ser humano para ir más allá a pesar de todo. En un mundo lleno de problemas y retos, esa capacidad es una de las pocas cosas que nos quedan.
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