La fascinación del ser humano por el cielo y lo que hay más allá no se limita a la bóveda celeste, también abarca la superficie de la Tierra. Es ahí donde se encuentran los meteoritos. Se trata de objetos valiosísimos, mucho más allá del misticismo que genera algo venido del espacio, y hay quienes los buscan con ahínco.
Nunca está de más aclarar de qué hablamos cuando hablamos de meteoritos. Los meteoritos son piedras procedentes de objetos celestes (meteoroides) que sobreviven a la entrada en la atmósfera y acaban chocándose contra el suelo. Se denomina meteoro al efecto visual que observamos en el cielo, causado por la fricción entre el meteoroide y el aire.
Hay una pequeña diferencia entre los meteoros propiamente dichos y las lluvias de estrellas relevante a la aparición de los meteoritos. Estos fenómenos se producen cuando la Tierra pasa por la senda de polvo y hielo que se mueve junto a los cometas. Estos materiales suelen ser suficientemente grandes para dejar su impronta en la atmósfera pero se desintegran antes de poder alcanzar las capas bajas.
Tan solo las rocas más grandes, asteroides de mayor o menor tamaño pueden acabar como meteoritos en nuestros suelos. Y cuando lo hacen, numerosas personas se encuentran al tanto para salir en la búsqueda de sus remanentes.
Se desconoce cuántas personas puede haber que se dediquen a la caza de meteoritos. Desde los que tienen en esta búsqueda su hobby hasta los que logran hacer de ella un negocio, hasta quienes trabajan en laboratorios con estas muestras. El perfil de los buscadores puede variar. También en su procedencia. Uno de ellos es el leonés José Vicente Casado.
Existe algo místico en torno a estas rocas procedentes del cielo. Pero el interés que suscitan abarca diversos campos, desde el científico hasta el económico. "Estas rocas son algo increíble, no solo por sus vínculos por la ciencia sino porque los hombres han estado históricamente fascinados por ellas", explicaba este leonés a Europa Press.
El trabajo de Casado y el resto de recolectores comienza a menudo con avistamientos de meteoros. Hoy por hoy las tecnologías facilitan mucho la localización de meteoritos. Con cámaras a mano las 24 horas del día, el registro de las estelas en el cielo es relativamente sencillo. Y rápido.
Con ello es posible calcular el lugar donde hay que buscar. Aquí la búsqueda puede complicarse. Podría decirse incluso que el agua es el principal rival de los recolectores en esta fase, y es que las condiciones meteorológicas y geográficas pueden afectar a sus búsquedas.
En primer lugar porque el meteorito puede caer en algún área inaccesible. Dos tercios de nuestro planeta están recubiertos por mares, océanos y otros cuerpos de agua que pueden hacer imposible la búsqueda de la roca. A esto hay que sumar otras zonas inaccesibles o de muy difícil acceso como bosques, desiertos y montañas.
El agua también puede ser el motivo de que los buscadores luchen en cierta medida contrarreloj. Las inclemencias meteorológicas pueden afectar a la estructura del meteorito. Los meteoritos recogidos con mayor celeridad tras su caída son los más útiles para quienes los analizan. Esto no quiere decir que los meteoritos más antiguos no tengan mucha información que darnos.
Además los científicos no son los únicos que quieren echar mano a estos objetos tan interesantes. Existe todo un negocio en torno a la compraventa de estas rocas (también con sus limitaciones). A veces son los propios buscadores de meteoritos los que compran y venden sus fragmentos para ir amasando una colección más diversa de muestras.
El precio de los meteoritos puede variar mucho en función de su rareza y tamaño, y oscila fácilmente entre decenas y decenas de miles de euros. Pero también puede alcanzar los millones, como fue el caso de un meteorito procedente de la Luna que acabó impactando en el desierto del Sáhara. Los 13,5 kg de roca se vendieron por dos millones de libras hace dos años tras ser subastados.
Los buscadores guardan a menudo una fracción de sus hallazgos para los laboratorios. No se trata solo de donaciones altruistas, sino que los análisis de los investigadores pueden servir para certificar los hallazgos. Les da valor. Pero también puede ayudarles a saciar su curiosidad, puesto que no tienen por qué contar con los conocimientos o el equipamiento como para estudiar en profundidad sus hallazgos.
“Hay una especie de simbiosis que se ha desarrollado entre hobbistas y cazadores de meteoritos, y los científicos” comentaba al medio Inverse Marc Fries. Fries se encuentra entre los dos ámbitos. Por una parte, trabaja en el Johnson Space Center de la NASA analizando muestras como esta; por otro, junto a su mujer, también investigadora, Linda Welzenbach-Fries se dedica a la búsqueda de estos tesoros.
Pero laboratorios y universidades no dependen solo de donaciones y de las búsquedas de sus trabajadores. A veces son las instituciones científicas las que acuden al mercado de los meteoritos, cuando hallan piezas que puedan ser de su interés.
Estas rocas guardan mucha información sobre nuestro Universo. El matrimonio Fries explicaba también a Inverse que las colecciones de meteoritos se asemejan a puzles. Cuantas más de estas rocas logremos mejor será nuestra comprensión de etapas tempranas en el desarrollo de nuestro sistema solar y el cosmos en su conjunto. A más piezas, más visible será la imagen.
La comunidad de cazadores de meteoritos es numerosa y activa. Cuenta con herramientas para compartir la información como la Base de Datos del Boletín Meteorítico. Con cada aportación individual es posible ir ayudando a construir la imagen de nuestro cosmos y su historia. “Necesitamos muchos meteoritos (gente encontrando muchos meteoritos)” concluye Fries. “Y eso es lo que el conjunto de la comunidad meteorítica provee”.
Imagen | Alex Meshik y Morgan Nunn Martinez. NASA/JSC/ANSMET
Ver 1 comentarios