En las últimas décadas, algunas fotos de la Tierra hechas desde el espacio tenían algo raro: destellos. Unos destellos tan potentes que se podían apreciar sin problema desde los satélites espaciales. En 1993, Carl Sagan y su equipo ya habían detectado el fenómeno y lo habían achacado al reflejo del sol en el agua del océano.
Pero desde 2015, con la puesta en marcha del DSCOVR, un nuevo satélite dedicado a estudiar el clima, las fotos con destellos descomunales se cuentan por centenares. Y, lo que es más raro, esos destellos aparecen en sitios donde no hay agua en la que el sol pueda reflejarse. ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué estaba produciendo esos flashes tan potentes?
Destellos donde no hay mares
Una vez descartada la explicación de que miles de turistas se coordinen para fotografiar el cielo justo en el mismo momento en que el satélite toma las imágenes de la Tierra, los investigadores pensaron que, quizás, aunque los destellos vinieran de tierra firme, era posible que ahí hubiera agua estancada de alguna forma.
Indudablemente era la explicación más lógica. A nivel teórico, la luz del sol puede reflejarse sin problema sobre la superficie lisa del agua e 'impactar' directamente sobre el sensor del satélite. Así lo habían "resuelto" hace más de 20 años.
Pero cuando se pusieron a revisar si tras cada flash había una superficie donde el sol pudiera reflejarse, se dieron cuenta de que no solo no había agua, sino que la cantidad necesaria para producir ese destello era demasiado grande para pasar desapercibida. Y esto, sí que complicaba el problema.
Descartado el mar, empecemos de cero
Así que los investigadores se pusieron a revisar miles de fotografías con la idea de encontrar un patrón. Sagan y su equipo había usado las fotos que la sonda Galileo tomó en su día de nuestro planeta. En esas fotos, el equipo de la NASA, dirigido por Alexander Marshak, encontró también reflejos en zonas en las que no había agua. Reflejos que Sagan no había identificado correctamente en su momento.
Tras darle muchas vueltas a Tamas Varnai, de la Universidad de Maryland, y a Alex Kostinski, del Tecnológico de Michigan, se les ocurrió una idea. Revisando los 866 destellos que hemos encontrado desde junio de 2015, se dieron cuenta de que los destellos no podían venir de la superficie de la Tierra. De ser así, los destellos solo aparecerían en lugares muy concretos: donde el ángulo entre el Sol, la superficie del mar y el sensor del satélite permitieran captar fenómenos de este tipo.
No eras así: los destellos ocurrían sin orden, ni concierto. Casi de forma aleatoria. Así que, a falta de otra explicación, ¿y si los destellos venían de las nubes? O más bien, ¿y si venían de las partículas de hielo que sabemos que aparecen suspendidas en las nubes?
¿Hielo? ¿Hielo en las nubes?
Efectivamente. Estudiándolos con otras herramientas, los investigadores descubrieron que los destellos provenían de lugares que estaban entre 5 y 8 kilómetros sobre la superficie de la Tierra. La tesis de las partículas de hielo en suspensión parece que lo explica a la perfección. Solo se necesitaba que estuvieran en horizontal para que el Sol pudiera reflejar y producir ese efecto.
Como ya señalara Sagan, estos destellos son interesantes más allá de la curiosidad científica que despertaban: son un indicador extraordinario para estudiar la atmósfera (y la habitabilidad) de los exoplanetas que poco a poco vamos encontrando. No es algo que podamos usar ahora mismo, pero la posibilidad es tan brillante como un destello en una fotografía de la Tierra.
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