Un cable, sencillamente un cable: anclado en la Tierra y con una longitud de 35.786 kilómetros hacia el cielo. Allí habría un contrapeso. La fuerza de la gravedad y la fuerza centrífuga harían el resto. Eso, en esencia, es un ascensor espacial. Parece fácil, pero no hay manera.
Y no es que sea una idea nueva. Konstantin Tsiolkovsky planteó la idea en 1895 y desde 1960 estamos tratando averiguar cómo construir un cable capaz de aguantar toda esa tensión. Hasta hace poco los nanotubos de carbono eran la gran esperanza de los ingenieros, pero llevamos años sin poder construir nada de más de unos centímetros con ellos. Ahora, dos profesores de la Universidad Johns Hopkins dicen que igual tenemos que cambiar el enfoque.
El potencial de la bio(ingeniería)
Dan M. Popescu es estudiante de doctorado del departamento de matemática aplicada y Sean X. Sun, profesor del de ingeniería biomédica. Ahí está la clave. Popescu y Sun proponen alejarnos de los estándares de la ingeniería para entrar de lleno en los mecanismos propios de la biología. Es decir, una vez que nos vemos obligados a reconocer que los nanotubos, por si solos, no van a ninguna parte: hay otras opciones.
Algunas de ellas un poco excéntricas. Según los autores, podemos encontrar otros materiales basados en aleaciones de nanotubos de carbono con otros elementos. De hecho, hay muchos de estos materiales que se están "acercando rápidamente a los rangos de resistencia necesarios para megaestructuras estables con mecanismos de autorreparación”.
Cosas que no se pueden romper vs cosas que se puedan reparar
La autorreparación es fundamental: para Popescu y Sun el hecho de que el cable va a sufrir daños continuos es algo natural. Lo que deben hacer los diseños es articular sistemas para redistribuir la carga mientras los bots se dedican a arreglar el segmento dañado. Cualquier otro enfoque, hoy por hoy, es pura utopía. Más aún.
Porque, para los autores, la piedra de bóveda del sistema consiste en tener sistemas de reparación autónomos que aseguren la fiabilidad del cable y, sobre todo, que permiten encarar su construcción con materiales más débiles. Ponen ejemplos cómo los tendones humanos pueden convivir con tensiones altísimas con materiales relativamente débiles.
Y todo porque se autorreparan. Esto supone un cambio importante en la construcción de megaestructuras, no sólo en la construcción del cable espacial. Como defienden, no tiene sentido pensar en estructuras que no fallen, sino en estructuras que estén en constante proceso de reparación. Como la vida misma.
Imagen | Bruce Irving
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