Londres es ese lugar en el que se te puede pasar el tiempo dando vueltas y más vueltas por las calles sin necesidad de entrar en ningún lado. Empiezas por la calle cercana a tu alojamiento y puedes terminar en la otra punta de la ciudad, pero claro, también es ese lugar en el que puedes estar una larga temporada de museo en museo sin necesidad de ver la luz del sol. Uno de mis museos favoritos, por temática y por estética, es el Museo de Ciencia, así que encaminar mis pasos hacia la maravillosa exposición 'Cosmonauts' para empaparme de todo lo que hay que saber sobre los pioneros rusos en el espacio fue de obligado cumplimiento.
A primera hora de la mañana, cuando menos gente hay para poder empaparse bien de todo sin apreturas, aunque la organización en temas de control de visitas es siempre maravillosa allí. La primera impresión (que ya sabemos, es la que queda) que te provoca la exposición es maravillosa, impactante, topándote de bruces con un cohete y una sinaléctica en rojo que hace que te sientas en otro lugar.
El 'padre' de los cohetes
Destacable totalmente descubrir que empiezan por el principio, efectivamente: la carrera espacial arrancó con los sueños, pinturas y dibujos de gente como Tsiolkovsky, que no sólo lo plasmó en pintura, sino que colocó las bases de la teoría de los viajes espaciales, diseñando cohetes y naves décadas antes de que se pudieran desarrollar efectivamente. Es realmente curioso ver cómo esa imaginación desbordante fue el principio de algo muy grande.
Porque Konstantin Tsiolkovsky está considerado uno de los padres de la teoría astronáutica, junto con Hermann Oberth y Robert Goddard. Tsiolkovsky, inspirado a su vez por las novelas de Julio Verne, desarrolló a finales del siglo XIX diferentes estudios sobre vehículos para viajes interplanetarios y hasta puso en marcha el primer laboratorio de aerodinámica de Rusia. Una de sus mayores contribuciones fue la ecuación del cohete, que describe el sistema de propulsión de un vehículo de este tipo.
Los trabajos de Tsiolkovsky, que murió en 1935, inspiraron a su vez al padre del programa espacial tripulado de la URSS, Sergei Korolev, sin el que no habrían podido adelantarse inicialmente a Estados Unidos en la carrera espacial lanzada por la Guerra Fría. El Diseñador Jefe, como se le conocía en la época, había sido represaliado por Stalin en 1938 y, durante la Segunda Guerra Mundial, había resultado fundamental, junto con Tupolev, en el desarrollo de bombarderos.
Esta labor le ganó el perdón de Stalin al acabar la contienda y su traslado a trabajar en el inicio del programa espacial soviético al lado de los científicos nazis capturados por el Ejército Rojo. La URSS no llegó a tiempo para apresar a Wernher Von Braun, que se rindió al ejército estadounidense, pero también aprovechó los trabajos alemanes en las bombas V-2 para sus primeros cohetes. La importancia de Korolev en el programa espacial soviético se apreció tras su muerte, cuando ya no estaba para dirigir los esfuerzos para ir a la Luna, que resultaron en un fracaso tras otro.
De Laika a Gagarin
Destaca el gran reconocimiento a Korolev, el anónimo héroe encarcelado en la época de Stalin, pero que fue el punto de partida de todo diseño posterior: su capacidad de transformar el desarrollo de cohetes y balística de la Segunda Guerra Mundial en el inicio de la conquista del espacio.
Por supuesto, si hay conquista del espacio ahí tiene que entrar Laika, esa pobre perrilla que fue el primer ser vivo en ir al espacio dentro del Sputnik 2. Esa foto del animalillo al que nadie le preguntó si quería morirse en el espacio da toda la ternurita del mundo, y la reproducción a escala, mucha más. Esa es una de las cosas grandes de la exposición, los modelos perfectamente recreados.
Cuatro años después del éxito (y trágico final) de Laika fue el momento de enviar al primer ser humano, con la explicación de ese proceso de selección, cómo eran los entrenamientos y la convivencia, saber que eran 3.000 y se llegó a Yuri Gagarin. Y sí, una de las últimas razones determinantes fue que era guapo, buen comunicador y quedaba bien en foto. Publicidad manda. Y ahí se utilizó para todo: cartelería, portadas de revistas, las ínclitas matrioskas.
Gagarin se adelantó por apenas semanas a Alan Shephard, el astronauta del Proyecto Mercury que la NASA tenía preparado para ser el primer hombre en ir al espacio, y su misión no estuvo exenta de problemas. El más conocido ocurrió durante la reentrada en la atmósfera, en la que la cápsula de la Vostok 1 no se separó en el momento que debía del módulo de servicio, y provocó que el vehículo "atacara" la reentrada en un ángulo demasiado inclinado. Su vuelo a la órbita terrestre, y regreso a tierra, duró en total 106 minutos, aunque oficialmente se afirmó que fueron 108.
Mientras una fluye libre por la exposición, boquiabierta al descubrir todos los modelos, siempre puedes acudir a alguno de los voluntarios que te explican lo que sea. Destacable el momento en el que un agradable señor me contó que cuando Tereshkova, la primera mujer en el espacio, fue al museo les dijo que no le había contado a su madre que se iba al espacio, sino que era un día normal en el que iba a hacer unos saltos en paracaídas. La pobre señora se enteró por televisión del asunto, así que imaginaos el susto.
Es curioso que Tereshkova no tuviera más que esa preparación como paracaidista para ir al espacio mientras trece mujeres con gran experiencia como pilotos no eran capaces de convencer a la NASA y al ejército de Estados Unidos de que podían ser astronautas. Las pruebas médicas y psicológicas de aquellas mujeres estaban bastante más avanzadas que los trabajos soviéticos en el mismo campo, pero la negativa del Congreso estadounidense a continuar con el programa FLAT dejó el campo libre para que Tereshkova fuera la primera mujer en ir al espacio.
Fuera de la nave
Susto como el que te imaginas tú si fueras uno de los que iban dentro de alguno de los Vostok y los Voskhod. La sensación de claustrofobia es inmensa, y eso que no te dejan probarlo realmente. La capacidad de maniobra de esas gentes era nula, sólo contaban con acceso a sus botones y palancas. Aún así, Alexei Leonov, el primer hombre en realizar una actividad extravehicular, fue capaz de pintar para entretenerse, superando los problemas de gravedad con algo tan simple como llevar las pinturas sujetas a la muñeca por una pulserita.
Leonov representa otra faceta de la carrera espacial, una etapa en la que los programas tripulados de ambos países estaban muy orientados a ser los primeros en llevar al hombre a la Luna. En ese camino, resultaba muy importante empezar a realizar actividades fuera de las naves, que es lo que debía probar el cosmonauta en 1965, en el vuelo de Voskhod 2.
Como ocurre también en esas misiones pioneras, siempre hay muchas cosas que pueden salir mal, y que salen mal. Leonov estuvo fuera de la nave durante algo más de doce minutos, pero su traje le dio problemas a la hora de volver al interior. Comprobó que podía sobrevivir a los rigores del espacio (a la radiación, la falta de oxígeno, la diferencia de presión), pero que había que mejorar bastante los trajes para que no acabaran siendo el mayor riesgo para los cosmonautas.
La última parte ya es algo que nos resulta mucho más familiar, con la carrera americana, John Fitzgerald Kennedy, el hombre en la Luna y demás y, por supuesto, todo aquello que necesitas para estar dentro de la Estación Espacial Internacional o darte un paseíto por el exterior. Sí, eso por lo que todos tenemos curiosidad también está: duchas y váteres, que somos de un escatológico...
En resumen, brillante es lo mínimo que puedes decir después de pasar dos horas en las que te empapas de algo que en un principio fue el sueño de un loco y que es una completa realidad. Antes de salir, una sala vacía con una única frase pronunciada por Tsiolkovsky te mueve en lo más profundo: "La Tierra es la cuna de la humanidad, pero uno no puede vivir siempre en una cuna".
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