Descubrir el verdadero orígen de estas señales de radio fue más difícil de lo que podría parecer
El refranero dice que “la paciencia es la madre de la ciencia”. Sea verdad o no, lo que sí podemos decir es que la impaciencia es capaz de causar algún que otro desaguisado entre los científicos. En las instalaciones del telescopio Parkes, en Australia, lo saben muy bien.
El telescopio Parkes es un radiotelescopio situado en Nueva Gales del Sur. Desde 1998 la antena de este telescopio había estado captando unas extrañas señales. Estas había pasado desapercibidas durante más de una década hasta que una investigadora del centro, Sarah Burke Spolaor, se topó con ellos.
En 2011 Burke Spolaor estaba estudiando los archivos del telescopio en busca de las llamadas ráfagas rápidas de radio (Fast Radio Bursts, o FRB), cuando se topó con unas señales que parecían encajar. Burke Spolaor Llamó a estas señales peritios en honor al animal fantástico que aúna rasgos de ciervo y de ave. Solo había un problema con estos peritios. Uno que las delataba en parte: eran demasiado intensas para proceder del espacio, como es el caso de las FRB.
¿Qué eran entonces estas señales misteriosas? Una estudiante de doctorado del centro, Emily Petroff, se decidió a tratar de resolver el misterio de los peritios como parte de su trabajo doctoral.
La pregunta no era baladí. Su intensidad denotaba que procedían de la Tierra, pero si no lograban averiguar de dónde venían no podían descartar que se tratara efectivamente de FRBs de origen extraterrestre. Petroff disponía de pocas pistas. Las señales llevaban repiténdose 17 años antes de resolverse su misterio y ocurrían con escasa frecuencia, una o dos veces al año.
El misterio logró ser resuelto gracias al uso de dos nuevas herramientas. La primera había sido desarrollada por un equipo de la Swinburne University of Technology. Esta tecnología tenía el objetivo de detectar FRBs en tiempo real, pero también se demostró capaz de detectar peritios. Con ella Petroff y su equipo fueron capaces de detectar hasta tres en una sola semana. Todos en horario laboral.
Petroff comprobó que nada fuera de lo normal pudiera haber sido la causa de estos peritios, alguna visita al centro por ejemplo. Nada. Tocaba seguir buscando, pero aún tenían otra herramienta a la que recurrir. Se trataba de un nuevo monitor de interferencias de radiofrecuencia que acababa de ser instalado en el telescopio de Parkes. Con este artilugio el equipo obtuvo una nueva pista que resultaría crucial: la frecuencia de la señal se situaba en los 2,5 gigahercios. Esta frecuencia coincide con la de algunos aparatos electrónicos, desde el WiFi hasta los microondas.
Interrogando al sospechoso
En las instalaciones de Parkes no había WiFi y la posibilidad de que un móvil causara estos problemas en 1998 no parecía muy alta. El microondas se convirtió en el principal sospechoso.
Miembros del equipo de Parkes se pusieron a realizar un curioso experimento: calentar tazas de té en el microondas. Querían saber qué circunstancias tenían que darse para la aparición de un peritio. Al fin y al cabo, un microondas podía utilizarse varias veces al día pero los peritios aparecían con mucha menor frecuencia.
El problema es que no lograban crear un peritio. Tras muchos intentos el equipo no lograba hacer que el telescopio captara la señal del microondas. Fue entonces cuando el director de operaciones del telescopio, John Reynolds, tuvo una idea: abrir la puerta antes de que el ciclo del microondas terminara.
Fue ahí cuando el equipo logró su “momento eureka”: las ondas emitidas por el microondas al apagarse eran las que causaban estas señales. En un ciclo normal estas ondas quedaban “atrapadas” dentro del microondas, pero cuando el apagado se realizaba al abrir la puerta podían escapar y alcanzar los detectores del telescopio. Era marzo de 2015 y el misterio acababa de ser resuelto. En junio de ese mismo año el equipo publicaba los detalles de su investigación en un artículo en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society.
Los equipos a cargo de los telescopios deben lidiar con problemas de este tipo, y es que las interferencias no solo afectan a los telescopios ópticos (que no solo tienen que enfrentarse con la contaminación lumínica, también con la superpoblación de algunas órbitas terrestres).
Esta es una de las razones por las que los telescopios se colocan en lugares remotos, alejados de la población. Un ejemplo es el telescopio chino FAST. Para evitar interferencias, los responsables de este telescopio decretaron un radio de exclusión alrededor de él. Este radio contenía una “zona de silencio total” así como una zona periférica y una zona intermedia. En total, un radio de 30 kilómetros con restricciones para evitar interferencias.
Aún así los radiotelescopios pueden ser víctimas, como sus versiones ópticas, de las interferencias causadas por satélites en nuestra órbita. Muchos de estos son satélites de comunicación. Es por eso que pueden emitir señales en frecuencias en los que los telescopios estén trabajando.
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