Hace pocas semanas revivimos el riesgo que supusieron aquellos primeros vuelos espaciales, con unas transcripciones del vuelo de Yuri Gagarin muy descriptivas en este sentido. Con la tecnología existente todo aquello era aún un poco ir hacia lo desconocido, tal y como fue el intento de solución al "Problema Van Allen" que determinados organismos de Estados Unidos decidieron emprender.
Esta denominación no nació como un problema, sino que se bautizó así al plantearse a raíz del descubrimiento de los cinturones de Van Allen. Unas zonas de la magnetosfera terrestre en las que se concentran un gran número de partículas de alta energía (sobre todo del viento solar, quedando atrapadas por el campo magnético de nuestro planeta). ¿Cuál era el inconveniente? Que se supo de ellas justo cuando uno de lo más fervientes deseos era sobrepasar la atmósfera terrestre para conseguir el primer vuelo espacial.
Pero la radiación no paró la sed de conquista de nuevos horizontes del ser humano y finalmente acabamos acabó viajando más allá de la exofera. ¿Cómo se solucionó este inconveniente que parecía poner en peligro todo lo planificado? Quizás la pregunta adecuada sea cómo no se solucionó.
Si un clavo quita otro clavo, una gran dosis de radiación...
En realidad Van Allen (James) en sí no fue un problema, como decíamos, sino la persona que en 1958 descubrió que existían esas dos zonas que concentraban tanta radiación alrededor del globo. Aunque intentó probarlo recurriendo al Explorer 1, el que sería el primer satélite estadounidense en orbitar la Tierra, no fue hasta el Explorer 3 cuando se confirmó su hipótesis, gracias a un instrumental más avanzado y preciso que el de su antecesor.
Probablemente James quedó contento con eso de tener razón (y haber hecho un descubrimiento importante), pero la presencia de estas zonas con alto nivel de radiación no era nada halagüeño para la determinación de emprender viajes al espacio de la ya nacida NASA. Y tampoco era cuestión de parar lo que estaban siendo los cimientos de una próspera carrera espacial, y menos con los rusos ya con satélites desde 1957.
¿Cómo procedieron, entonces? En Popular Science reunieron las principales propuestas que la NASA recibió para solucionar este problema y seguir adelante con la conquista exploración del espacio, y no sabrás lo que ocurrió después (y quién lo propuso):
- Aumentar la protección en los trajes de lo astronautas: lo propusieron Robert O. Piland y Stanley C. White en 1960, de la propia NASA, tras investigar el problema. No era posible idear un traje que protegiese de manera absoluta dada la gran radiación del cinturón Van Allen, pero sí añadir más protección a lo trajes del momento, los cuales de hecho ya recordamos hace un tiempo.
- Detonar una bomba nuclear en las inmediaciones de nuestro planeta: Van Allen afirmó que los protones del cinturón que lleva su nombre podían ser un serio peligro para las misiones tripuladas, pero que quizás podría eliminarse la radiación con esta explosión, aprovechando la energía extra para escapar del campo magnético de la Tierra.
¿Lanzó la NASA una cabeza nuclear para ver qué pasaba con la radiación de nuestros alrededores? No, la idea no cuajó en Cabo Cañaveral, pero sí lo hizo en Los Álamos (California), donde se fabricó la bomba nuclear de 1,4 megatones que se lanzó el 9 de julio de 1962.
Una prueba bautizada como Starfish Prime, la cual formaba parte de un programa de explosiones para evaluar los efectos del armamento nuclear sobre el campo magnético de la Tierra, formando parte a su vez dentro de la Operación Dominic.
No fue cosa de la NASA, sino de la Defense Atomic Support Agency (DASA) y la Atomic Energy Commission (AEC), pero los cinturones de Van Allen sí estaban entre los objetivos del programa. Aunque no sólo el ver si éstos se veían afectados, sino el comprobar si podrían desplazar hacia un objetivo en la Tierra los efectos de una explosión nuclear.
Del "boom" al "bluf": peor el remedio que la enfermedad
Los cinturones no se esfumaron, no, como recordaron en Microsiervos al hablar del 50 aniversario de esta prueba que se recordaría por el inmenso flash que cinceló en el cielo (aurora artificial incluida). De hecho, lo que provocó la detonación fue unos cinturones artificiales de radiación que acabaron destruyendo siete satélites artificiales, como también recordaban en la publicación con una pieza sobre las pruebas nucleares durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Por su parte, la NASA determinó que los cinturones de an Allen no supondrían un riesgo (inmediato) ni para las naves ni para los seres humanos al pasar con velocidad suficiente velocidad. De hecho, dicha determinación ocurría en 1964, tres años después de que Yuri Gagarin saludase desde el Soyuz.
La agencia colocó dosímetros en los trajes espaciales para las misiones Apollo (como podemos en el artículo de los trajes que antes enlazábamos, el de Gagarin ya los llevaba) y las lecturas de los mismos sirvieron para que diesen su decisión de atravesar esa barrera como válida. Las dosis registradas durante las misiones lunares quedaron por debajo de los 5 rems al año (0,05 sieverts) que la Comisión de Energía Atómica había establecido como máximo recomendado.
Prueba de que las radiaciones Van Hallen no son letales por el paso a través de ellas son las muchas misiones tripuladas que se han hecho en lo sucesivo, aunque no significa que la radiación no sea un riesgo ni mucho menos, como muy bien detallan aquí en Naukas. Pero que nos demuestra esta historia una vez más es lo importante que es basarse siempre en el razonamiento científico, en lo demostrable, sobre todo antes de matar radiaciones a cañonazos nucleares.
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