La NASA ve cómo se resquebraja uno de sus monopolios más curiosos: el del polvo lunar. Más concretamente, el de las muestras recogidas durante las misiones del Programa Apolo entre finales de la década de 1960 y principios de los 70. A pesar de sus esfuerzos para impedirlo, empeño que le ha llevado incluso a los tribunales, la agencia espacial estadounidense está a punto de afrontar un episodio incómodo. En cuestión de días, el 13 de abril, la firma de pujas Bonhans Actioneers organizará la subasta de parte del polvo lunar tomado por Neil Armstrong en 1969.
No será la primera vez que se vendan motas de nuestro satélite natural, pero la cita de Bonhans destaca por que la operación será totalmente legal y la NASA, pese a haber avalado el material, no ha podido evitar que acabe en manos privadas. ¿Cómo? Pues tras un periplo digno de la mejor peli de intrigas. O una comedia de tintes ácidos. Su origen se remonta más de medio siglo en el tiempo, a 1969, cuando Armstrong pisó por primera vez la Luna, recogió unas muestras de polvo y las guardó en una bolsa que, pese a su valor histórico, por entonces no tenía ningún fin definido.
Una vez el material llegó a Tierra, la NASA, sin una idea clara de qué quería hacer con aquellas motas lunares, decidió enviarlas al museo espacial Cosmosphere, en Kansas. ¿El problema? Que, cómo se descubrió en 2003, el por entonces responsable de las instalaciones se dedicaba a vender piezas de la colección. Como resultado de aquel episodio, años después los alguaciles de EEUU decidieron sacar a subasta cientos de los elementos que habían "desaparecido" de las baldas del museo de Kansas, entre ellos la vieja bolsita con polvo espacial recogida por Armstrong.
Una bolsa de polvo con mucho recorrido
Si el periplo de las motas lunares no había sido ya lo suficientemente truculento, se complicó todavía un poco más. Aparentemente la puja se escapó del radar de la NASA, pero no —detalla la revista Vox— de Nancy Lee Carlson, una aficionada a la geología que decidió pagar 995 dólares para hacerse con aquel extraño lote procedente de Kansas. En la subasta logró el reposacabezas de un módulo Apolo, una llave de la Soyuz T y... la famosa bolsa preparada por Armstrong.
Picada por la curiosidad, Carlson hizo lo más lógico: contactó con la NASA para confirmar si efectivamente aquello eran motas de la Luna. En 2015 envió la bolsa a la agencia con el ruego de que le aclarasen el origen del material. Tras estudiarla y comprobar que su contenido, efectivamente, era real, en Washington hicieron lo que también consideraban más lógico: quedárselo.
Entre 1969 y 1972 la NASA recogió aproximadamente 2.200 muestras de la Luna y su máxima, desde hacía tiempo, era que las motas del programa Apolo eran de su propiedad. Eso incluye tanto el material que ha estado siempre bajo su supervisión directa como el que, en casos como el de Nancy Lee Carlson, por azares de la vida acabó fuera del control de la agencia estatal. Para resolver esas posesiones ilícitas —al menos en su opinión— la NASA inicia disputas que suele ganar. El problema es que Carlson había comprado el material por un cauce totalmente oficial y en apariencia legal.
Así lo argumentó ella ante la justicia. Y así lo consideró también el juez que llevó el caso, quien en 2016 concluyó de forma rotunda y para desesperación de la NASA que la compra se había hecho "de buena fe" y la operación había sido legal. Carlson acabó vendiendo la bolsita de Armstrong por cerca de 1,8 millones de dólares en 2017; pero aquello no puso punto y final al culebrón lunar. El recipiente contenía partículas del preciado material, no todo el polvo recolectado en 1969.
¿Se había evaporado? No. Sencillamente seguía en los laboratorios de la NASA. Durante las pruebas que hizo para comprobar que el material de Carlson era auténtico, la agencia había tomado muestras con pequeñas tiras de carbono y luego preservó todo el material. Aquello —recuerda Vox— dio pie a otra reclamación en la que la agencia tuvo que dar su brazo a torcer. Carlson se hizo con al menos la mayoría del polvo, ahora presentado en los discos de aluminio que utilizó la NASA para observarlos con los microscopios electrónicos de barrido, y volvió a sacarlo a subasta.
El resultado es el lote que se subastará en cuestión de días en Nueva York de la mano de la compañía Bonhans, que ya publicita la caja como "la única muestra de Apollo que se puede vender legalmente". En total suma cinco pequeños discos de 10 mm de diámetro con las motas tomadas por Armstrong en 1969, un "reliquia" espacial que Bonhans espera que se venda por entre 800.000 y 1,2 millones de dólares. Durante la misma jornada se subastará también un fragmento del Sputnik-1 por entre 80.000 y 120.000 dólares y una maqueta original del Explorer I y un mapa firmado por 15 astronautas del Programa Apolo que podrían sumar, juntos, alrededor de 90.000 dólares.
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