A finales de la semana pasada, la nave espacial rusa Progress 81 llegó a la Estación Espacial Internacional con casi tres toneladas de alimentos, combustible y suministros. Días después, Space X enviaba su propia misión de avituallamiento. Puede parecer una coincidencia inocente, pero en ella se resume la gran batalla espacial de los últimos meses, una batalla que está ganando este Elon Musk.
El poderío ruso. Desde 2011, Rusia ha sido un jugador central de la exploración espacial. Proyectos como la ISS dependerían críticamente de su tecnología y numerosas misiones espaciales debían utilizar sus medios e instalaciones para llegar a buen puerto. Moscú lo aprovechó y, aunque durante esta década muchos proyectos han intentado romper ese monopolio, nadie lo había conseguido.
Hasta ahora. Con el éxito in extremis de Boeing, pero sobre todo con la eficacia de Space X, la situación cambiaba de forma radical. La guerra de Ucrania solo aceleró el proceso y todo ha desembocado en que a principios de mes, de manera bastante discreta, la NASA hizo un movimiento audaz: anunció que tenía planeado comprar cinco misiones Crew Dragon adicionales a SpaceX para llevar astronautas a la Estación Espacial Internacional.
¿Cinco vuelos? ¿Qué significa eso? Como señalaba Eric Berger, el comunicado de prensa de la agencia espacial no era muy específico, pero lo que estaba haciendo la NASA era mostrar su disposición a independizarse de Rusia para el mantenimiento de la ISS y, en último término, una "señal bastante fuerte" de que, entre sus planes, está mantener la estación operativa más allá de 2030.
Y es que, con esos cinco vuelos, la NASA se asegura que tendrá los vuelos suficientes para mantener la estación espacial completamente ocupada hasta el año 2030. El año en que acaba el "acuerdo internacional" para mantener la ISS operativa. A las seis misiones que tendría Boeing si finamente consigue poner en marcha su sistema (como parece que ocurrirá a finales de este año), hay que sumar las diez de Space X. 16 vuelos que, a dos por año, completan los 8 años que quedan hasta el final de la década.
El futuro de la ISS (y de la exploración espacial). No obstante, aún hay tareas pendientes. Por ejemplo, la ISS sigue necesitando las naves rusas para mantener su altura (o para esquivar basura espacial). Sin el impulso recurrente de las Progress rusas, la estación se precipitaría sobre el planeta en poco más de dos años. Es cierto que Norteamérica tiene una nueva nave, la Cygnus de Northrop Grumman, con capacidad para la propulsión, pero aún hay mucho trabajo para que eso sea una alternativa viable.
Sin embargo, el mero hecho de que la NASA siga invirtiendo muchos recursos en desarrollar la tecnología necesaria para mantener en pie la Estación da a entender que la ISS tendrá un futuro (o que, al menos, hay una nueva estación espacial en camino). De otra manera, como señalan los analistas, no se entiende bien esta forma de jugar sus cartas.
Lo que está claro es que el sueño "Star Trek"; es decir, el sueño de una exploración espacial donde impere la colaboración internacional cada vez está más lejos. La nueva carrera espacial, por más que esté llena de derivadas comerciales, ha vuelto a la casilla de salida: la geopolítica recubierta de un halo de ciencia y tecnología.
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