Los restos estarían enterrados en las capas profundas del manto terrestre
Bajo la superficie de la Tierra podemos encontrar una gran variedad de cosas, como ciudades perdidas o continentes perdidos. Ahora un equipo de geólogos cree haber descubierto algo aún más sorprendente a mayor profundidad: un planeta perdido.
Theia, el mundo perdido. Un nuevo estudio liderado por geólogos del Instituto Tecnológico de California (Caltech) ha estudiado la posibilidad de que unas misteriosas regiones del manto de la Tierra sean remanentes de Theia, el planeta que chocó contra la Tierra primitiva dando pie a la aparición de la Luna.
Este impacto sucedió cuando el sistema solar era aún joven, hace unos 4.460 millones de años según los últimos estudios realizados. Un planeta de un tamaño semejante a Marte, Theia o Tea, habría chocado con la Tierra primigenia, a la que suele denominarse Gaia.
De este impacto habría surgido nuestro satélite, la Luna, aunque no está del todo claro en qué proporción nuestro satélite está formado por restos de Theia y de Gaia. La primera hipótesis señalaba que la Luna estaría compuesta principalmente por fragmentos de Theia, pero estudios posteriores indicaron que la diferencia en la composición de estos cuerpos no era tan marcada. ¿Dónde estaba entonces Theia?
Frenazo sísmico. Los posibles restos de este este planeta tendrían la forma de dos grandes masas de roca situadas en las capas profundas del manto terrestre. Una de ellas situada bajo la placa tectónica africana, la otra bajo la placa pacífica.
Estas enormes masas son conocidas por los geólogos desde la década de 1980, y fueron descubiertas al observarse que las ondas sísmicas de los terremotos se desplazaban de forma más lenta por estas regiones del interior terrestre. De ahí reciben su nombre, Grandes Provincias de Baja Velocidad (LLVP).
Esto hace pensar a los geólogos que la composición de estas masas es distinta a la del resto del manto terrestre.
Una “idea loca” que encaja. El geólogo de Caltech Qian Yuan propuso la hipótesis de que estas masas podrían ser remanentes de Theia como una “idea loca”. Una posible en principio, que surgió al enterarse de que el objeto que había impactado contra la Tierra era rico en hierro y sus trazas no habían sido halladas.
“Tuve un ‘momento eureka’” explicaba en una nota de prensa. El hierro es más pesado que muchos de los materiales que componene el manto, por lo que unos remanentes ricos en hierro bien podrían haberse hundido en éste, generando estas masas.
Años después de esto, junto con un amplio equipo de geólogos y expertos en ciencias planetarias, ha logrado demostrar que los modelos son consistentes con esta idea. Una idea que puede que no fuera tan loca después de todo. Yuan y el equipo publicaron recientemente los detalles de sus simulaciones en un artículo en la revista Nature.
Hipótesis alternativas. El hecho de que las simulaciones encajen son un buen indicio pero está lejos de ser una prueba irrefutable de que los restos de Theia estén cientos de kilómetros bajo nuestros pies. Existen por tanto hipótesis alternativas que explican este fenómeno.
Artemis entra en escena. Yuan señala el posible camino hacia pruebas más concretas de su hipótesis. Y pasa por programa que pretende devolver a los humanos a la Luna: Artemis.
En un vídeo divulgativo el investigador explicaba que una de las maneras que tenemos de averiguar más sobre el destino de Theia es buscar en el manto lunar. La misión lunar india Chandrayaan-3 contaba con un sismógrafo, uno de los instrumentos clave en el análisis del interior de planetas… y satélites. Lamentablemente, la misión concluó tras apenas dos semanas de actividad.
Sin embargo las misiones Artemis, que contemplan el comienzo de una presencia permanente en la Luna también podrían, explica el geofísico, tomar muestras del manto lunar. Esta no sería una tarea fácil pero podría ayudarnos a entender mejor la composición de nuestro satélite más allá de su superfice y, quizás, saber qué fue de Theia, cuánto de este planeta aún reposa en el nuestro y cuánto quedó orbitando sobre nuestras cabezas.
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Imagen | NASA Ames Research Center
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