La vida moderna era sentir cierta ansiedad cada vez que suena el timbre de la casa. Sobre todo, porque uno nunca está seguro de si detrás de esa puerta habrá un predicador, un vendedor de crecepelo o el paquete urgente que debía de haber llegado hace una semana. Así, justo así, imagino yo el primer contacto extraterrestre: una inmensa histeria colectiva solo moderada por el hecho de no saber si en realidad estamos ante una enorme campaña de publicidad.
Y en medio de esa confusión llena de milenarismo, camisetas conmemorativas y podcasts hablando del tema, habrá una pregunta clave: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Qué contestamos? ¿Contestamos siquiera? Y lo más importante: ¿Quién lo decide? ¿Quién tiene legitimidad para hacerlo? Por muy especulativa que sea, se trata de una pregunta importante.
¿Quién debe hablar por la humanidad?
Ya en 1996, la Academia Internacional de Aeronáutica dijo que no se debía enviar una respuesta "hasta que se hayan llevado a cabo las consultas internacionales apropiadas". SETI, que a tenido tiempos mejores, insistió en 2015 en esta misma idea: que sería una necesaria discusión científico, político y humanitario antes de abrir el pico, espacialmente hablando.
Sin embargo, como podéis percataros, eso no significa mucho. Por eso, el abogado Leah Trueblood y el astrofísico Peter Hatfield decidieron investigar quién tendría la autoridad moral para decidir cómo debería responder la humanidad ante la civilización alienígena.
Lo que tenemos son los resultados de la primera encuesta sobre el tema. Es un estudio pequeño (unas 2.000 personas) y se ha realizado solo en el Reino Unido, pero nos permite hacer una idea de por donde van los tiros en cuando a autoridad moral se refiere.
Los resultados de Hatfield y Trueblood dicen que el 39% de los encuestados apostaría por dejar la decisión sobre cómo responder a los científicos. Las otras opciones, "dejarlo a los políticos" (15%), una "asamblea de adultos elegidos al azar" (12%) y "un referendum mundial" (11%), tuvieron resultados bastante peores en la encuesta. Eso sí, el 23% respondieron reconociendo que no sabían qué opción sería mejor.
Esto, como dicen los autores, puede parecer una noticia positiva para los científicos (al menos en Inglaterra, "las personas sienten que pueden confiar en los científicos para tomar estas grandes decisiones"). Sin embargo, dista mucho de ser sencillo. Sobre todo, porque los investigadores llevan años tirándose los trastos a la cabeza.
Primero por las escasas posibilidades que existen de que fuéramos capaces de comunicarnos. Segundo, por la forma de hacerlo. Y tercero, por el peligro que conllevaría encontrarnos con una civilización superior a la nuestra.
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