La ciencia planetaria está que no para. En los últimos días, hemos descubierto un nuevo exoplaneta en torno a la estrella más cercana al Sol, Proxima D. Está muy cerca de su sol (a solo cuatro millones de kilómetros frente a los 57,9 millones de Mercurio o los 149 millones de la Tierra) por lo que es muy poco probable que la vida tal y como la conocemos persista en él. Pero no ha quedado ahí la cosa, también hemos encontrado cuerpos planetarios dando vueltas en la zona potencialmente habitable de una enana blanca (WD1054-226).
Descubrimos un exoplaneta cada dos días y medio. Sin embargo, en apenas 30 años, lo que antes sonaba como algo emocionante ("descubrir exoplanetas", "encontrar planetas potencialmente habitables") ha pasado a ser algo relativamente normal y sin demasiadas consecuencias prácticas. Hemos encontrado más de 4000 exoplanetas. ¿Tiene sentido seguir hablando de algo que ocurre cada dos días y medio? ¿Qué significa realmente hoy por hoy dar con un planeta potencialmente habitable?
Misterios que van resolviéndose. No quiero dar la impresión de que esos trabajos, por sí mismos, no son interesantes. Al contrario. Por ejemplo, el hallazgo de la WD1054-226 es hasta emocionante porque los sistemas planetarios de las enanas blancas (el resto que dejan las estrellas al quemar todo el hidrógeno disponible) son hasta hora todo un misterio. De hecho, “esta es la primera vez que los astrónomos detectan algún tipo de cuerpo planetario en la zona habitable de una enana blanca", explican los investigadores.
Es más, el descubrimiento plantea nuevas preguntas como la absoluta regularidad de los cuerpos encontrados (que pasan cada 23 minutos frente a la estrella); algo que es difícil de explicar ahora mismo. Pero sobre todo, nos permite mirar hacia el futuro a muy largo plazo: el 95% de todas las estrellas se convertirán en enanas blancas. El Sol incluido. Conocer bien cómo son los sistemas planetarios de esos astros nos da información sobre la situación en la que quedará nuestro planeta en unos 4.500 millones de años.
La habitabilidad, ese gran desconocido. Pero más allá de eso, lo cierto es que como señalaba Ignacio Crespo en La Razón las noticias sobre exoplanetas se han convertido en un concurso por destacar alguna característica curiosa sobre la última piedra que hemos descubierto. Eso es lo que, al fin y al cabo, ha ido desgastando las palabras que usamos para hablar del espacio. Por ejemplo: cuando hablamos de "zona de habitabilidad" la mayoría tendemos a pensar en una "nueva Tierra", pero la realidad está muy lejos de eso. La zona de habitabilidad tal y como se definen normalmente cabe tanto un edén paradisiaco como una "ratonera tóxica incompatible con la vida compleja"
No se trata de ver dónde nos vamos. Hace tiempo que analizamos qué ocurriría si nos teníamos que marchar de la Tierra y lo cierto es que (tecnológicamente hablando) la posibilidad de irnos a alguno de esos planetas no está ni encima de la mesa. Más allá de los planes de Elon Musk y su equipo, no faltan voces que señalan que nos quedaremos encerrados aquí en la Tierra. ¿Para qué sirve entonces toda esta investigación?
Mejorar nuestras preguntas y nuestras respuestas. La respuesta más evidente tiene que ver con entender cómo funciona la vida y saber si somos, realmente, una excepción en el universo o hay una galaxia de bichos ahí fuera esperando. Pero hay otra respuesta más interesante y es que necesitamos mejorar nuestra tecnología no solo para mejorar nuestras respuestas sobre los límites de la materia, el espacio y el tiempo, no; necesitamos mejorarla también para mejorar nuestras preguntas. Hay una revolución en física que está a punto de comenzar y cuanto antes aprendamos a sacarle partido, mucho mejor.
Imagen | Mark A. Garlick
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