El 23 de marzo, la NASA prometió un "descubrimiento emocionante" digno de entrar en "el libro de los récords". No dio muchos detalles, pero sí prometió que "el descubrimiento del Hubble no solo ampliaría nuestra comprensión del universo, sino que crearía un área emocionante de investigación para el futuro del Hubble y del recién lanzado telescopio James Webb". Pues bien, ya lo tenemos aquí.
A 12.900 millones de años luz... 'Earendel' es una palabra del inglés antiguo que significa "estrella de la mañana" o "luz naciente" y es precisamente el nombre que el equipo de Brian Welch ha escogido para denominar a la estrella más distante que jamás hemos sido capaces de detectar. El nombre le viene que ni pintado porque, efectivamente, es toda una luz naciente: un sistema planetario surgido solo 900 millones de años después del Big Bang.
Una lente gravitatoria. Gravitatoria o gravitacional, este tipo de "lentes" se forman cuando la luz procedente de objetos distantes y brillantes se curva alrededor de un objeto masivo (el caso más típico es una galaxia, de ahí el nombre una galaxia) situado entre el objeto emisor y el receptor (y se amplifica). De esta forma, escudriñando bien el cielo, podemos ver cosas lejanas que están detrás de objetos relativamente más cercanos.
Pues bien, usando este fenómeno y gracias al Hubble, los investigadores han identificado una estrella (individual o sistema estelar doble) con una masa estimada de unos 50 veces la del sol. El descubrimiento es excepcional porque el "corrimiento a rojo" es del 6,2. El "corrimiento de rojo" es el efecto que nos permite inferir la distancia de los objetos astronómicos. A mayor número, más lejos. Las observaciones anteriores de estrellas individuales más lejanas han tenido corrimientos de 1,5 como máximo.
En el límite del universo conocido. Es cierto que los detalles precisos de la temperatura, la masa y las propiedades espectrales de la estrella siguen siendo una incógnita, pero el descubrimiento materializa algo que hasta ahora solo podemos intuir. Ahora la pelota está sobre el tejado del James Webb: el telescopio de los 10.000 millones de dólares tiene en su mano cambiar para siempre la forma en la que entendemos la ciencia planetaria.
Imagen | NASA
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