Los defensores de que la Tierra es plana no son "cuatro frikis", son grupos que llevan más de un siglo luchando contra la ciencia

Hace unos días, Pedro Duque comentaba que estaba alucinando con que hubiera un canal de Youtube dedicado a defender que la Tierra es plana y que tuviera más de 88.000 suscriptores. Pero lo alucinante no se quedaba ahí: Oliver Ibañez, el dueño del canal, le contestaba que “la gente cree que la Tierra es plana e inmóvil porque así lo indica el método científico y la simple observación. La "Tierra bola", en cambio, está basada en teorías que jamás se han comprobado y en imágenes fraudulentas creadas por ordenador”. Textualmente: “imágenes fraudulentas creadas por ordenador”. A Pedro Duque, al astronauta.

Lamentablemente el movimiento de la Tierra Plana es un fenómeno en pleno crecimiento. El pasado 9 y 10 de noviembre se celebraba en Carolina del Norte la primera Flat Earth International Conference y los activistas planos son cada vez más numerosos. ¿Estamos ante una simple ocurrencia pseudocientífica o hay alguna lección transcendental que sacar de todo esto?

La Tierra no es plana

La verdad es que no son cosas incompatibles. Incluso las teorías de la conspiración que ponen en cuestión una de las ideas más básicas de la astrofísica pueden enseñarnos algo interesante, pero vayamos por partes: No, la Tierra no es plana. Las pruebas de esto se cuentan a decenas de miles y resultan tan evidentes que, como explicó Jeffrey Burton Russell, “con extraordinarias pocas excepciones, ninguna persona educada en la historia de la civilización occidental desde el siglo III en adelante creía que la Tierra era plana”.

“Ninguna”, insiste Burton Russell y aunque personalmente lo considero una afirmación algo aventurada, es difícil encontrar gente que defendiera la no esfericidad de la Tierra. Sobre todo porque a efectos prácticos era un tema poco importante.

Lo que sí está claro es que la idea de que Cristóbal Colón es un genio que convenció a todo el mundo de la esfericidad de la Tierra para poder financiar su viaje es, esencialmente, un mito. “El conocimiento griego de la esfericidad nunca desapareció y todos los estudiosos medievales aceptaban la redondez de la Tierra como un hecho establecido de cosmología”, decía Jay Gould. El verdadero problema de Colón es que la navegación occidental había sido una navegación de cabotaje, cercana a la costa, e internarse en el mar a ciegas era una tarea de una dificultad técnica brutal.

Nuestra compañera Esther Miguel explicó muy minuciosamente cómo son las personas que creen que la Tierra es plana, pero no deja de ser curioso que (si repasamos la historia de la ciencia) veamos que la mayoría de estos argumentos son reediciones de los mismos argumentos que se desarrollaron (y desmontaron) en el siglo XIX.

Porque lo cierto es que aunque podamos encontrar defensores antes del XIX, es una posición que surge dentro de las famosas guerras entre la fe y la ciencia que hubo ese siglo. La idea de la 'Tierra plana' no fue un desarrollo de las épocas infantiles de la humanidad, sino un subproducto de la modernización. De hecho, en buena parte se trata de un malentendido, un ‘hombre de paja’ armado por los defensores de la ciencia que acabó por ser asumido por los partidarios de la religión que, en un repliegue histórico, retrasó los relojes casi quince siglos para rechazar el darwinismo y toda la modernidad que venía con él.

No hay nada nuevo bajo el sol, de hecho. El libro de Ibáñez se puede dividir en dos partes: la primera está dedicada a desenmascarar y analizar “todas las mentiras que nos han contado”. Son argumentos basados en “el sentido común” que caen por su propio peso cuando se enfrentan a los hechos. Los vídeos de Quatum Fracture son buen ejemplo de ello.

Lo que hay detrás de la Tierra plana

La segunda parte es, bajo mi punto de vista, la más interesante del libro porque en ella se hace evidente cómo se conecta esto con los movimientos anticiencias de toda la vida y se dedica a “examinar quiénes están detrás de todo este engaño”. “¿Quién está detrás?”, os preguntaréis. La respuesta, para él, es sencilla: la masonería, los Illuminati y, para acabar, el satanismo organizado.

Porque sí, como podemos comprobar viendo los ponentes y las charlas de la FEIC, una característica de este revival del terraplanismo es que está fundado sobre las mismas bases del creacionismo cristiano. Según sus defensores, la Tierra esférica se trata de una enorme conspiración cuyo fin último es horadar la fe cristiana y la civilización occidental. Negarla se convierte, sobre todo, en una tarea apologética.

Al fin y al cabo, como explicaba Santo Tomás en la Summa Theologiae hay dos objeciones fundamentales a la existencia de Dios: la existencia del mal y la posibilidad de encontrar un cierre físico (fisicalista) al mundo; es decir, la posibilidad de explicar el mundo “supposito quod Deus non sit” (suponiendo que Dios no exista).

La “Tierra bola” aparece así como un intento de convencer al público de que ese cierre fisicalista es posible y que Dios, por tanto, no existe. Forma parte de un programa deliberado para acabar con la religión, nos vendría a decir Oliver. Y, bajo mi punto de vista, esto es clave. No es un debate científico, no va de saber cuál es la forma real de la Tierra: es, siguiendo la estela del diseño inteligente, una forma de reconstruir la “cosmovisión tradicional” usando un enfoque pretendidamente científico.

Se trata, pues, del nuevo avatar del movimiento anticientífico de toda la vida, de la eterna guerra contra la ciencia. Así que quizá la pregunta relevante es por qué ahora vuelve a tener este éxito. ¿Qué se oculta, en realidad, detrás de este revival? Y me temo que, aunque lo sencillo es culpar a las redes sociales, la realidad es que la crisis institucional de la ciencia no ayuda. Esto es sólo un síntoma de un problema mucho mayor.

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