La mujer que le puso nombres a la Luna

Mañana tendrá lugar el eclipse lunar más largo del siglo y muchos pasaremos la noche mirando a la Luna. Y mientras tanto, podremos ver el cráter de Copérnico, los montes Teneriffe, el valle de Schrödinger y el mar de la Tranquilidad, por donde pasearon los tripulantes del Apollo 11.

Lo que muchos no sabrán es que lo que están viendo es, en buena medida, obra de una sola persona: Mary Adela Blagg, la mujer que le puso nombres a la Luna.

La Luna tenía muchos nombres

Cuando Galileo examinó la Luna con su telescopio recién inventado, se encontró con una superficie mucho más compleja de lo que nunca había imaginado. Él y sus contemporáneos comenzaron a hablar de mares, montañas y valles. Pero no fue hasta 1647, cuando Hevel empezó a ponerle nombres propios a los accidentes lunares. Ahí empezó el caos.

Y duró mucho. Así, cuando Mary Adela Blagg asistió por casualidad a su primer curso de astronomía la confusión era enorme. Y absurda, muy absurda. En seguida, Blagg se interesó por el desarrollo de un sistema uniforme para designar los accidentes geográficos de la Luna. Hasta ese momento, los atlas y mapas lunares más importantes usaban una nomenclatura "particular", personal e intransferible.

El trabajo de Blagg quizás no era el más glamuroso, pero su papel a la hora de nombrar los elementos de la Luna fue insustituible

No sólo es que hubiera diferentes tradiciones a la hora de designar la geografía, es que los autores se reservaban ciertos márgenes para la creatividad.

Todo el mundo sabía que eso era un problema, pero nadie quería encararlo. Conseguir un nomenclátor unificado conllevaba revisar todos los mapas y artículos publicados hasta el momento y recopilar todos los nombres de cada accidente geográfico. Era algo tremendamente aburrido, minucioso y casi burocrático. Pero Blagg se puso a ello.

En 1905, la Asociación Internacional de Academias la eligió ella y a S. A. Saunder para elaborar una lista exhaustiva de todos los elementos lunares. Tardaron ocho años en elaborarla y esa lista recogió todas las discrepancias que había que resolver (pero también asentó la mayoría de topónimos). En cierto sentido, ella decidió qué nombres eran los adecuados para cada accidente.

En 1920, se incorporó a la Comisión Lunar de la Unión Astronómica Internacional para seguir trabajando en uniformar los mapas de la Luna.Y junto a Karl Müller, publicó "Named Lunar Formations" en 1935, el manual de referencia en el tema durante décadas.

Tareas fundamentales que no se ven

Cuando hablamos de descubrimientos científicos solemos fijarnos en las grandes proezas y liderazgos. Pero hay tareas mucho menos glamurosas que son fundamentales para el avance de la investigación. Mojica nos contó como CRISPR se descubrió, por casualidad, en una aburridísima revisión de una secuencia de ADN.

Así es la ciencia "de verdad": el momento Eureka solo llegas tras muchos años de trabajo minucioso. Y Blagg es el mejor ejemplo de esto. Hay quien dice que no, que, en realidad, ella no se inventó los nombres; que, en realidad, no decidía formalmente nada. Todo eso es verdad, pero todo el que ha estudiado su trabajo sabe que fue en sus listas donde se tomaron realmente cada una de aquellas decisiones. Por eso, cuando mañana miremos al cielo, podremos ver también el cráter de Blagg, un pequeño homenaje a quién dio los nombres a la Luna tal y como los conocemos hoy en día.

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