2 de abril de 2023. 21:28 horas. Una espectacular bola de fuego atraviesa el cielo nocturno de la mitad sur de la meseta. Es tan tan brillante que se puede ver desde casi cualquier punto de la península. Es decir, cientos de personas se preguntaron al mismo tiempo: "¿Qué narices es eso?".
Era un meteroide, claro. Es decir, una roca que se cruzó con la atmósfera terrestre a 49.000 kilómetros por hora. Ingresó a unos 88 km de altura sobre Torrejón de Velasco (Madrid) y se extinguió a unos 24 km sobre Argés (Toledo). Presumiblemente, ahora mismo hay un pequeño meteorito en algún punto de la provincia de Toledo y yo sólo puedo pensar en una cosa.
¿Cuánto queda para el fin del mundo? Y es que, mientras veía los vídeos del bólido en las redes sociales, solo podía pensar en el estudio que sacó el Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA sobre cómo, durante años, hemos infraestimado la cantidad de grandes asteroides que han caído en la Tierra durante el último millón de años.
Los investigadores estudiaron con detalle cráteres de entre uno y dos kilómetros y medio. Son impactos más pequeños que el que acabó con los dinosaurios, pero bien capaces de provocar una disrupción enorme en el metabolismo climático del planeta.
El problema es que, al examinarlos, se dieron cuenta de que esos cráteres eran más grandes de lo que creían. Mucho más grandes: decenas de kilómetros más grandes. Es decir, teníamos un catálogo de impactos de asteroides durante el último millón de años y, por la forma en la que los medíamos, pensábamos que eran mucho más pequeños de lo que en realidad son.
Eso es un problema. Al fin y al cabo, esto no es una curiosidad astronómica. O no solo eso. Este descubrimiento conlleva que los impactos descomunales (los que son capaces de generar un inverno nuclear, una noche perpetua) son muchísimo más frecuentes de lo que creíamos. La posibilidad de encontrarnos con uno de esos es más alta. No como para ponernos milenaristas, ojo; pero más alta de la que presumíamos hasta ahora.
No todos los expertos están de acuerdo. O, por decirlo con las palabras de Anna Łosiak, investigadora de la Academia Polaca de Ciencias, "sería aterrador porque significaría que realmente no entendemos en absoluto lo que está pasando". Es decir, aún no está claro que los círculos que ha identificado la NASA sean los cráteres. El modelo parece sólido, pero necesita toneladas de trabajo de campo.
Sobre todo, porque la ciencia funciona así: grandes afirmaciones (y modificar todo el registro de cráteres es una gran afirmación) requiere grandes pruebas. Aún no estamos en el punto en el que esta idea se ha convertido en algo incontrovertible.
Manos a la obra. Como vimos con la pandemia: aunque la probabilidad sea muy muy baja, si los posibles efectos son potencialmente enormes, lo razonable es ponerse manos a la obra. Es decir, mientras recopilamos datos para confirmar (o desmentir) esta hipótesis, no debemos olvidar que hay mucho que hacer.
Desde el primer momento sabemos que DART y sus esfuerzos por entender cómo podemos parar el Armagedón eran solo el principio.
En Xataka | El tamaño del meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios es... bastante inesperado
Imagen | Marjolijn Van Raaij
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