En 2016, la NASA lanzó una sonda hacia el espacio con una misión: volar a Bennu, un asteroide a unos 200 millones de kilómetros de la Tierra, recolectar una pequeña muestra y regresar a casa. Pero tras ver algunas imágenes in situ de la sonda en el asteroide se dieron cuenta que Bennu no era como pensaban. Lo que más les sorprendió fue su superficie.
Las primeras lecturas de temperatura les hicieron creer que estaría cubierto de pequeños guijarros o piedras pequeñas. En cambio, las imágenes mostraban rocas redondas y una superficie que actuaba como una piscina de bolas de plástico. "Resulta que las partículas que componen el exterior de Bennu están tan sueltas y ligeramente unidas entre sí que si una persona pisara a Bennu sentiría muy poca resistencia, como si se metiera en un hoyo de bolas de plástico típico de los parques para niños", explicó la NASA en una publicación.
Como sea, la nave espacial que el ser humano envió allí recogió las muestras y ahora mismo se dirige de vuelta a la Tierra. Está previsto que OSIRIS-REx llegue el 24 de septiembre. Si su retorno es exitoso, una cápsula que transporta fragmentos de roca y polvo de Bennu caerá en Utah (EEUU) con suficiente material para que los científicos puedan analizarlo.
Space.com describe al asteroide como "uno de los asteroides más peligrosos conocidos actualmente" porque si choca con la Tierra, causaría una "perturbación en todo el planeta". Aunque la posibilidad es bastante improbable: 1 entre 2.700 entre los años 2175 y 2199, según la NASA. Es por ello que la comunidad científica se ha apresurado a recuperar muestras del asteroide para estudiarlo, e incluso podría dar pistas sobre cómo pudo haberse originado la vida en la Tierra.
Para hacerlo, la NASA ha pedido ayuda al Vaticano. Espera, ¿a la Iglesia? Para entender por qué, hay que saber primero que, aunque pocos lo conocen, la Iglesia Católica Romana cuenta con un eminente observatorio dirigido por astrónomos jesuitas desde la década de 1930. Hombres católicos devotos que estudian el cosmos.
El origen de este equipo se remonta muy atrás en la historia, a mediados del siglo XIX, cuando el sacerdote Angelo Secchi construyó una base de estudio en el techo de la Iglesia de San Ignacio de Loyola en Roma. Allí realizaron investigaciones astronómicas para demostrar la "compatibilidad del catolicismo y la ciencia".
Recurriendo a la tecnología de la Iglesia
Pues bien, volviendo a la historia de nuestro asteroide Bennu, es necesario mencionar también que este observatorio del Vaticano cuenta con una colección inmensa de restos de meteoritos. En total, tiene alrededor de 1.200 especímenes. Y el hermano Robert J. Macke, curador de la colección, ha diseñado un dispositivo personalizado capaz de estudiarlos. Y también las muestras que nos trae la OSIRIS-REx.
Resulta que Macke es un experto en rocas espaciales con agujeros. Junto a sus colegas del Observatorio Vaticano, ha perfeccionado técnicas para medir la densidad y la porosidad de los meteoritos, rocas espaciales que han sobrevivido a la caída desde el espacio a través de la atmósfera. Tal y como se explica en este reportaje de Mashable, la NASA le ha pedido que deje el Castel Gandolfo, donde el Papa a veces pasa el verano, y se dirigirá al Centro Espacial Johnson en Houston para ayudar a los científicos a utilizar su picnómetro.
"No veo ningún conflicto entre la fe y la ciencia", explicaba Macke, quien cree tanto en la Biblia como en la posibilidad de que el universo tenga 13.800 millones de años. "Hay personas que interpretan las Escrituras literalmente, y eso no es hacer justicia a las Escrituras. Si miras, por ejemplo, la historia del Génesis, no es un libro de recetas para la creación. No es realmente una historia. Su intención era ser una historia para expresar una verdad fundamental”, comenta.
La NASA tampoco tiene ningún problema, ni ve un conflicto entre “la fe y la ciencia” y, después de varios obstáculos en su misión, necesitan la ayuda urgente de Macke. Los japoneses no pudieron obtener estas mediciones clave. Y ningún picnómetro disponible en el mercado funciona como querrían. La razón es que, para evitar la contaminación de la muestra, el equipo de conservación de la NASA ha establecido normas sobre lo que puede o no entrar en el agujero. Y sólo se aprobaron unos 15 materiales, como acero inoxidable, aluminio y vidrio.
Macke creía que podía construir un picnómetro para la NASA óptimo, incluso con tales limitaciones. Y lo consiguió. Junto con estudiantes de la Universidad de Arizona fabricó un instrumento con pequeñas cámaras de acero, tubos de metal y válvulas que se abren y cierran. La NASA pagó las piezas de fabricación, pero Macke no recibió ninguna compensación, ni la pidió. Una ventaja de contratar a un jesuita para el trabajo, la del voto de pobreza.
Imágenes: NASA
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