Es inevitable. Antes o después a todos los instrumentos astronómicos —incluso a los más emblemáticos, como el telescopio Hubble— les toca jubilarse. En la NASA han decidido que es el turno del Observatorio Estratosférico de Astronomía Infrarroja. SOFIA, para los amigos. Así, con su nombre de pila, quizás no te diga gran cosa, pero SOFIA es un recurso único en el arsenal científico: un avión Boeing 747SP adaptado que lleva engarzado un telescopio reflector. Gracias a él, en 2020 detectamos "inequívicocamente" agua en la superficie iluminada por el sol en la Luna.
¿Por qué han decidido darle el finiquito entonces los responsables de la NASA y sus socios en el proyecto del Centro Aeroespacial Alemán (DLR)? Pues por una mezcla de costes y balances. La elevada factura de SOFIA no compensa el rendimiento científico que le estamos sacando.
Como precisa la agencia estadounidense, la encuesta sobre astronomía y astrofísica de 2020 realizada por National Academies concluía que “la productividad científica de SOFIA no justifica sus costos operativos”. Los técnicos advierten además en su análisis que la capacidad del dispositivo no coincide con las prioridades científicas que se han identificado para la próxima década.
Una herramienta única
La NASA y su socio alemán (DLR) decidieron seguir las recomendaciones y poner fecha de finalización a los servicios de SOFIA. El célebre Boeing 747SP adaptado se jubilará en cuestión de meses, el 30 de septiembre de 2022. Y eso como fecha límite, una vez haya completado todas las operaciones programadas. Lo hará tras ocho años de servicios y bastante antes de lo que se pensaba al menos en un origen. El observatorio se planteaba para una vida útil de 20 años.
El anuncio, en cualquier caso, no es una gran sorpresa. Al margen de las conclusiones de los académicos estadounidenses, durante los últimos años se había cuestionado ya en varias ocasiones el balance científico de SOFIA. En 2019 un análisis encargado por la propia NASA advertía que a lo largo de sus primeros seis años había dado pie a 178 artículos científicos, lejos de los 900 logrados durante el mismo lapso por Hubble. Para remedirlo llegó a replantear su enfoque y dirección.
Su fin ahorrará una cantidad de fondos significativa a la agencia estadounidense. Cada año —precisa Nature— la NASA dedica unos 85 millones de dólares a costear su funcionamiento, casi tanto como los gastos operativos del telescopio espacial Hubble. El proyecto recibe también fondos del Centro Aeroespacial Alemán, contribuye aportando el 20% de la factura operativa.
Que sea tan caro se explica en gran medida por las propias peculiaridades que hacen única a SOFIA. Al estar engarzado en un avión, su funcionamiento requiere la participación de pilotos y el mantenimiento de la nave. Desde que se activó, en 2014, se calcula que el Observatorio Estratosférico de Astronomía Infrarroja ha registrado 800 vuelos científicos.
De lo que no hay ninguna duda, como señala a Nature Walther Pelzer, jefe de la agencia espacial alemana, es de que SOFIA es un recurso "único a nivel mundial”. El Boeing 747SP se modificó para abrir un orificio en su costado y acoplar un telescopio de 2,5 metros de ancho y 17 toneladas, un aparato diseñado con un objetivo claro: estudiar el universo durante maniobras que lo elevan a entre 11 y 14 kilómetros, a un rango de altitudes en el que aprovecha la escasez de vapor de agua.
Las condiciones que allí encuentra evita que que su labor se vea afectada en gran medida por la distorsión atmosférica y le permite obtener resultados mucho más precisos. A día de hoy SOFIA es el único observatorio que puede realizar análisis en ciertas longitudes de onda del infrarrojo lejano.
Su misión principal duró cinco años, pero en la actualidad estaba completando una ampliación de otros tres. Desde 2014 ha medido campos magnéticos de galaxias lejanas, detectado agua en áreas iluminadas por el sol en la Luna y también el hidruro de helio, el primer tipo de ion que se formó en el Universo. A pesar de esa hoja de servicio la encuesta en la que los expertos de EEUU analizan el futuro de la astronomía y la astrofísica le otorgó una clasificación baja, decisión en la que influye tanto su balance a nivel científico como los elevados costes que exige mantenerla operativa.
El anuncio de su cierre ha generado también algunas críticas que recalcan sobre todo sus capacidades únicas y los programas en marcha que podrían beneficiarse de sus datos. “El cierre es desafortunado para la ciencia y la exploración linares. Acabamos de comenzar a mapear el agua en la Luna”, lamenta Paul Lucey, de la Universidad de Hawai, quien recalca: "No hay otros observatorios o naves espaciales capaces de mapear la molécula de agua en la Luna iluminada”.
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