Hace unos años los astrónomos se enfrentaban a un curioso dilema: sus investigaciones se centraban en objetos y fenómenos situados sobre sus cabezas, a grandes distancias; pero lo que realmente les quitaba el sueño partía de aquí, del suelo. La contaminación lumínica —además de las estaciones de radio y redes inalámbricas— generada por las ciudades complicaba su trabajo y les obligaba a trasladar sus observatorios a kilómetros de los núcleos urbanos.
Eso era hasta ahora, claro.
A medida que los satélites han aumentado se han encontrado con que ahora ese “ruido” se genera también sobre sus cabezas. Para plantarle cara, han decidido unirse y crear un nuevo centro.
En un gesto que dice mucho sobre la gravedad del problema, la International Astronomical Union (IAU) ha decidido poner en marcha una institución que se encargará precisamente de eso, de algo tan básico como velar por que el firmamento nocturno siga siendo nocturno. En otras palabras, quiere “proteger” la oscuridad. El bautizado como Centro para la Protección del Cielo Oscuro y Tranquilo de la Interferencia de Constelaciones de Satélites buscará —en palabras de la IAU— servir como un frente común y “coordinar esfuerzos” a nivel global entre diferentes disciplinas e instituciones.
Frente común para defender el cielo nocturno
“Trabaja en múltiples áreas geográficas para ayudar a mitigar el impacto negativo de las constelaciones de satélites en las observaciones ópticas y de radioastronomía desde Tiera, así como el disfrute del cielo nocturno por parte de la humanidad”, insiste la asociación de astrónomos, que avanza además que el nuevo centro pivotará sobre dos instituciones de calado, el Observatorio SKA (SKAO) y el NOIRLab de la NSF, que harán las veces de sus “coanfitriones”.
El centro aspira a sumar esfuerzos y “unificar las voces” de la comunidad astronómica a nivel mundial, incluyendo, además de los propios astrónomos, a operadores de satélites y reguladores. También quiere servir en cierto modo de “puente” entre las diferentes partes implicadas. “El nuevo centro es un paso importante para garantizar que los avances tecnológicos no obstaculicen inadvertidamente nuestro estudio y disfrute del cielo”, explica la presidenta de la IAU, Debra Elmegrren, quien insiste: la clave es “unir experiencia en un esfuerzo vital”.
La IAU puso en marcha la maquinaria para activar el nuevo centro hace algo más de medio año, en junio de 2021, cuando invitó a la comunidad a plantear propuestas. Ahora da un paso un paso más —y clave— al anunciar las instituciones que ejercerán como sus “coanfitriones”. El movimiento está muy lejos de ser fortuito; es más, parece calibrado al milímetro. La IAU lanzó su anunció el mismo día en que SpaceX hacia lo propio con 49 nuevos satélites para reforzar el servicio de Starlink.
La compañía de Elon Musk refleja a la perfección el temor que tienen los astrónomos. Según los datos facilitados a mediados de enero por el propio magnate, la compañía tiene ya en órbita cerca de 1.500 satélites y aunque sus planes de expansión pueden enfrentarse a contratiempos como los que sufrió hace poco, cuando una tormenta geomagnética acabó con 40 de los 49 dispositivos recién lanzados, lo cierto es que aspira a desplegar una tupida malla de satélites en el espacio.
Tanto, de hecho, que ya ha generado preocupación en la propia NASA. Eso sí, sus razones no coinciden del todo con las de la IAU. La agencia reconocía hace poco que le inquieta “un aumento significativo en la frecuencia de los eventos de conjunción y posibles impactos en las misiones científicas y de vuelos espaciales humanos”. SpaceX ya había recibido autorización para poner en órbita 12.000 satélites, pero ha solicitado permiso para la constelación de segunda generación de Starlink con 30.000 nuevos dispositivos. Según cálculos de la NASA, a día de hoy hay ya 25.000 objetos en órbita monitorizados. Otros 6.100 estarían por debajo de los 600 km de altura.
El de Starlink no es el único que podría interferir en la labor de los astrónomos con su luz y señales de radio. Sobre la mesa están también Project Kuiper, de Amazon; la constelación LEO de Telesat, de Canadá; o China SatNet. “IAU está preocupada por el reciente número de constelaciones de satélites lanzadas y planificadas principalmente en órbitas terrestres bajas. Adoptamos el principio de un cielo oscuro y silencioso no solo como esencial para avanzar en nuestra comprensión del Universo, sino también para el patrimonio cultural de toda la humanidad”, recalca la institución.
La gran preocupación del colectivo es que ese enjambre creciente de constelaciones satelitales dejen rastros ópticos e infrarrojos u transmisiones de radio que compliquen las observaciones desde Tierra. Hace semanas Scientific American se hacía eco por ejemplo de un estudio que muestra cómo una parte considerable de las observaciones del Zwicky Transient Facility (ZTF), situado en California, presentan rayas causadas por los dispositivos de Starlink. El porcentaje de imágenes crepusculares afectadas se disparó además de forma considerable a medida que Starlink reforzaba su propia red: de representar apenas el 0,5% a finales de 2019 pasó al 20% el año pasado.
El caso del ZTF de California es solo un ejemplo. A mediados de 2019 la IAU ya alzó la voz para mostrar su “preocupación” ante el impacto de las constelaciones de satélites y el claro aumento en el despliegue de dispositivos. De momento, el centro que acaban de lanzar para paliar ese efecto se centrará en varios frentes: intentará recopilar datos de astrónomos profesionales y aficionados, alentará a las empresas para que compartan sus datos, tratará con la industria con la esperanza de que construyan dispositivos menos reflectantes y que eviten la frecuencia de radio que usan los telescopios y planteará recomendaciones de políticas a nivel nacional e internacional.
Imagen de portada | Roberto García-Planetario de Pamplona
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