Cuando hablamos de la búsqueda de vida extraterrestre a menudo pensamos en platillos volantes y aquello que ahora llamamos fenómenos anómalos no identificados (UAP por sus siglas en inglés). Sin embargo, es posible que si alguna vez descubrimos vida fuera de los límites de nuestro planeta la encontremos allí donde surgió, y no sobrevolando nuestros cielos.
Hace unas semanas la agencia espacial estadounidense, la NASA, publicaba su informe sobre UAP y en él defendía que había que comenzar a tomarse en serio el análisis de estos fenómenos. Pero una cosa son los UAP, a fin de cuentas fenómenos no identificados y probablemente no relacionados con la existencia de vida alienígena, y otra cosa es la búsqueda de vida en otros planetas.
Y esta búsqueda lleva mucho tiempo siendo tomada en serio por agencias espaciales e investigadores de todo el mundo. Tanto es así que tiene su propio campo científico asociado, el de la astrobiología.
El nombre de esta disciplina es autoexplicativo, pero no facilita entender la diversidad de preguntas que tiene que responder, los métodos a emplear ni el posible impacto de sus hallazgos.
Si nos ponemos a buscar vida en otros lugares del universo, quizá la primera pregunta que nos venga a la cabeza sea ¿dónde? Y la respuesta a su vez más repetida sea: en Marte. Marte es el planeta más semejante a la Tierra en muchos sentidos dentro de nuestro sistema solar. Por su tamaño, por su clima, geología y hasta por su atmósfera el "planeta rojo" es, junto con Venus, el más parecido al nuestro.
Marte ha sido a lo largo de los años el lugar de residencia de los extraterrestres en el imaginario popular pero también es un importante candidato a haber albergado vida, ya que contiene depósitos de agua, remanentes de una era geológica en la que el planeta estuvo parcialmente cubierto de agua.
Marte es el único lugar donde hemos buscado vida extraterrestre in situ. Lo hicimos a través de las Viking, y seguimos haciéndolo a través del rover Perseverance, si bien la hora de la verdad llegará cuando las muestras de suelo marciano recogidas por el vehículo lleguen a la Tierra.
Venus es un planeta ciertamente hostil, tanto que su exploración en superficie es una de las tareas pendientes de las agencias espaciales. La detección hace unos años de un gas con potencial biomarcador, la fosfina, revivió brevemente la posibilidad de que la vida bacteriana proliferara en el planeta. El estudio estuvo envuelto en la polémica y estudios posteriores no lograron, en principio, hallar el gas. Si bien la fosfina puede aparecer como fruto de procesos biológicos, su existencia también puede deberse a procesos abióticos.
Con los años otros cuerpos de nuestro han ido acaparando la atención de los astrobiólogos: las lunas heladas. Conocemos la existencia de océanos de agua líquida bajo las capas heladas de algunos de los satélites naturales de nuestro sistema solar y sospechamos de la existencia de otros muchos mares y depósitos de este tipo.
Estas lunas podrían tener todos los “ingredientes” para la vida. Además del agua líquida, estos satélites podrían contar con actividad hidrotermal capaz de transferir energía térmica del interior de la luna al océano y también de generar procesos geoquímicos que podrían, en principio, desatar procesos abióticos que pudieran culminar en la aparición de vida. Para los astrobiólogos no sólo es interesante saber si hay vida, también conocer las condiciones en las que puede surgir esta.
Varias lunas de Júpiter y Saturno están entre las candidatas, también desde hace poco algunos de los satélites de Urano. Encélado es un buen ejemplo de estas. Desde hace casi una década sabemos que la luna de Saturno cuenta con océanos líquidos, y desde entonces no sólo hemos detectado actividad hidrotermal, sino también los elementos clave para la vida en la Tierra como carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, fósforo y azufre.
A estas lunas heladas podría incluso añadirse un planeta enano: Plutón. La geología de Plutón es más intrincada de lo que creíamos, lo que este planeta helado podría tener aún algo que enseñarnos.
La búsqueda de vida no se limita a los confines de nuestro sistema solar. Durante las últimas décadas los astrónomos han descubierto más de 5.000 exoplanetas, planetas fuera de nuestro sistema solar. Nuestra galaxia podría contener millones.
No podemos hoy en día examinar exoplanetas en busca de biomarcadores pero sí podemos ir realizando cribas de habitabilidad en función de si estos planetas se encuentran en la llamada “zona de habitabilidad” de su estrella, ahí donde el agua líquida puede existir. También podemos hacernos una idea del tamaño y de la composición de estos planetas.
¿Cómo se busca?
La Tierra es el único lugar donde sabemos que hay vida, por eso es el primer lugar de interés. Tenemos que retrotraernos a mediados del siglo XX para encontrar un ejemplo temprano de esto: el experimento de Miller y Urey.
La idea del experimento era tomar compuestos sencillos como agua, amoniaco o metano como una simulación de las condiciones prebióticas de la Tierra. Comprobaron que, al añadir energía eléctrica era posible crear aminoácidos a partir de estos compuestos sencillos.
El trabajo de la astrobiología no es solo experimental, también tiene trabajo de campo. La Tierra cuenta con numerosos ecosistemas extremos que permiten a los astrobiólogos poner a prueba los límites de la vida. Porque lo cierto es que en nuestro planeta existen organismos pertinaces capaces de colonizar desde el fondo de los océanos (y más allá), hasta lugares con temperaturas extremas.
El trabajo realizado desde la Tierra también puede apuntar al exterior. Un ejemplo de esto es el proyecto SETI, un proyecto que demuestra que no todo en astrobiología se basa en buscar microorganismos: los investigadores también quieren saber si existe vida inteligente en otros lugares de nuestra galaxia y más allá.
Para esta búsqueda son de especial utilidad los radiotelescopios, antenas capaces de captar ondas en bandas de frecuencia de radio y circundantes del espectro electromagnético. Estos radiotelescopios han abierto el camino a innumerables descubrimientos en astrofísica y, quizá, algún día puedan descubrirnos otras civilizaciones.
No todos los telescopios están en la Tierra: algunos de ellos están en órbita. Aunque telescopios como el Hubble o el James Webb (JWST) no tengan como misión descubrir vida en otros planetas, pueden ayudarnos a indagar en las propiedades de los exoplanetas, pemitiéndonos conocer factores clave que nos permitan hacernos una idea de su habitabilidad.
Quizá el cambio llegue dentro de unos años gracias a un proyecto aún en pañales: el Observatorio de Mindos habitables (HWO). Este proyecto guarda algunas semejanzas con el JWST, pero su función sí estaría enfocada en la búsqueda de planetas habitables en nuestro entorno galáctico.
Yendo más allá, los astrobiólogos también cuentan con herramientas en los lugares donde buscan. Desde sondas como Cassini hasta rovers como Perseverance, decenas de vehículos han sido enviados a planetas y satélites de nuestro entorno para su exploración. Si bien cualquier información puede ser útil, algunos de estos vehículos están más o menos especializados en la búsqueda de vida.
Un ejemplo de misión centrada en la habitabilidad (presente o más bien pasada) de un planeta es el rover Perseverance, encargado de indagar en la geología marciana en un cráter moldeado por el agua hace millones de años.
Sin embargo hasta ahora las únicas misiones encargadas específicamente de la búsqueda de vida han sido las Viking. Y hay quienes han propuesto la hipótesis de que estas sondas encontraron vida en Marte… y la destruyeron. Al menos en la muestra que analizaron infructuosamente.
Al comienzo decíamos que el nombre de la astrobiología era autoexplicatorio. Sin embargo, añadíamos, su alcance iba mucho más allá. Comprender las condiciones en las que podría haber surgido la vida en otros lugares también puede ayudarnos a resolver una pregunta de la que aún no tenemos una respuesta plena: cómo surgió la vida en la Tierra.
Ejemplo reciente de esto es la misión OSIRIS-REx de la NASA, que el pasado 24 de septiembre regresó a la Tierra con la mayor muestra de material perteneciente a un asteroide traída nunca a nuestro planeta por una misión espacial. Mientras astrobiólogos de medio mundo esperan para poder examinar con detenimiento las muestras, los exámenes preliminares ya nos han revelado que el asteroide Bennu, donde fueron tomadas las muestras, contiene tanto moléculas de agua como carbono fijado en moléculas orgánicas.
Los investigadores especulan que algunas de las moléculas orgánicas claves para la vida así como todo el agua de nuestros océanos podrían haber llegado a nuestro planeta a lo largo de sucesivos impactos de asteroides como Bennu.
Pero no solo se trata de saber cómo surgió la vida en nuestro planeta, también es relevante aprender cómo evolucionó, cuáles fueron los factores que contribuyeron a la aparición primero de formas complejas de vida, y también, en última instancia, cómo surgió la vida inteligente en la misma Tierra.
Hasta que no hayamos analizado suficientes planetas a nuestro alrededor nos resultará imposible saber si las circunstancias de la Tierra son la excepción o la norma en nuestro universo. Hasta entonces cualquier respuesta que demos a la pregunta de si estamos solos en nuestro entorno será tan solo una apuesta al azar.
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Imágenes | NASA/JPL-Caltech/SETI Institute / NASA/JPL-Caltech
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