"Pocos me parecen". Esa es la respuesta generalizada entre los ingenieros aeroespaciales al enterarse de los 800.000 euros que la Agencia Espacial Europa acaba de poner encima de la mesa para tratar de encontrar un solución que evite colisiones entre satétlites en el espacio. Y es que, solo contando con lo que hay programado ya para lo que queda de década, la órbita terrestre tendrá decenas de miles de nuevos satélites conviviendo con los que ya hay (y las miles de toneladas de basura espacial).
La carrera espacial privada lleva años queriendo que el espacio se convierta "la nueva internet". Pues bien, por lo pronto se ha llenado de SPAM y no hay filtro que nos libre de él.
El sindiós que orbita la Tierra. No la vemos, no; pero no puede decirse que sea una sorpresa. Hay tanta basura espacial que hemos perdido el control de muchos objetos. En un informe publicadoreciente la NASA señalaba que la órbita baja de la Tierra tiene al menos 100 millones de fragmentos del tamaño de un grano de sal, 500.000 de las dimensiones de una canica y 26.000 fragmentos iguales o mayores que una pelota de béisbol, tamaño suficiente para destrozar un satélite.
Satélites que, por cierto, cada vez tenemos más. A los que hemos ido lanzando desde la década de los 50, hay que sumarles los miles de satélites que, entre empresas privadas (ahora a nivel comercial) y proyectos públicos, vamos a lanzar para "conquistar el espacio". Muchos miles, de hecho. Starlink pretende poner 30.000 ellos solos en los próximos años.
Sobrevivir un día, para morir otro. Evidentemente, tenemos "maneras" de solucionar el problema. De hecho, si pudiéramos ver en tiempo real la órbita cercana, veríamos cómo decenas de satélites se alejan y se acercan a la Tierra para evitar colisiones. Y el problema es que, precisamente eso, reduce la vida útil de los satélites porque conllevan un gasto de combustible contínuo. Por eso, el proyecto de la ESA se concentra ahora mismo en decidir cuando merece la pena moverse.
Satélites moviéndose de forma independiente Astroscale tiene como objetivo diseñar sistemas automatizados que puedan determinar la probabildiad de colisiones orbitales con mayor precisión. Si se consigue, reduciremos el número de falsas alarmas y manobras inecesarias: alargaremos la vida útil de los cacharros que tenemos allí arriba. La idea, de hecho, es que sean los mismos satélites los que sean capaces de realizar los cálculos necesarios para evitar las colisiones. De esa manera, el sistema ganaría resiliencia.
Un parche (de altísima tecnología). No obstante, no faltan las voces que aseguran que todas estas iniciativas son, en el fondo, un parche que puede darnos algo de tiempo, pero que no resuelve el problema. Lo cierto es que la legislación internacional sobre el espacio lleva décadas desfasada y nadie parece tener muchos incentivos para reformarla. Sin una autoridad unitaria y cada país actuando por su cuenta, es posible que la nueva carrera espacial acabe muriéndo por su propio éxito.
Sobre todo, si tenemos en cuenta el daño que se está haciendo durante los últimos meses a la colaboración internacional espacial (una de esos pocos lugares que se habían mantenido aislados de los conflictos terrestres) no hace presagiar que el tema vaya a ponerse encima de la mesa pronto. Quizás haya que esperar a que alguien tome la iniciativa y se independice de este pedrusco que llamamos casa.
Imagen | ESA
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