El transbordador Burán de la URSS despegó por primera y última vez un día como hoy, el 15 de noviembre de 1988
Quedan dos de estas naves acumulando polvo en un hangar vigilado y de difícil acceso en el Cosmódromo de Baikonur
Ocultas en hangares abandonados en medio de la estepa kazaja reposan dos naves espaciales que nunca emprendieron vuelo. Son las reliquias del ambicioso programa Burán, la respuesta de la Unión Soviética al transbordador espacial de la NASA. Y hoy, uno de los destinos más codiciados por los exploradores urbanos de todos los rincones del mundo que llegan al Cosmódromo de Baikonur.
Burán, un programa espacial truncado
Aunque las similitudes saltan a la vista, las lanzaderas Burán, construidas en los años 80, incorporaban mejoras significativas con respecto a los transbordadores espaciales estadounidenses. Podían volar de forma autónoma sin tripulación, tenían una mayor maniobrabilidad y prometían más seguridad para los cosmonautas, tanto en el lanzamiento como en la reentrada.
Mientras que el transbordador estadounidense despegaba encendiendo sus motores principales junto a un tanque externo de combustible sólido, el Burán era independiente del cohete. Para su traslado, podía despegar como un avión. Para su lanzamiento al espacio, podía acoplarse al cohete soviético más potente jamás construido, el último logro tecnológico de la Unión Soviética durante la carrera espacial: el cohete Energía.
Disponer de un cohete autónomo no solo reforzaría la seguridad y flexibilidad de los lanzamientos del Burán. Atizaría a la NASA donde más le duele: en el precio. El cohete Energía se diseñó como un lanzador pesado de bajo coste. Costaba poco más que cualquiera de los tres motores principales del transbordador espacial estadounidense. Un cohete entero por el precio de un solo motor.
A pesar de todo su potencial, fue precisamente la falta de fondos lo que condenó el programa Burán. Solo una de las lanzaderas, llamada también Burán ("ventisca", en ruso) llegó al espacio en un vuelo no tripulado un día como hoy, el 15 de noviembre de 1988. Con la caída de la Unión Soviética, el programa fue cancelado oficialmente en 1993, dejando a las naves ya construidas en el olvido.
Del olvido a la fascinación
El Cosmódromo de Baikonur, ubicado en Kazajistán, pero bajo el control de Rusia, fue el epicentro de la carrera espacial soviética y sigue siendo el lugar desde el que se lanzan múltiples cohetes rusos, como los Soyuz y Protón.
Aquí, en un gigantesco hangar conocido como MZK, yacen dos lanzaderas Burán abandonadas. Una se llama Ptichka y, aunque estaba diseñada para volar, no llegó a hacerlo. La otra era un prototipo de pruebas. Son las únicas que quedan en pie desde que, en 2002, el techo de otro hangar se desplomara, causando la muerte de ocho trabajadores y enterrando el único modelo de Burán que realmente voló.
Las reliquias del programa se han convertido en los últimos años en un mito del 'urbex', la afición a explorar y fotografiarse en lugares abandonados. Exploradores de distintos rincones del planeta siguen atravesando el desierto y poniendo en riesgo su vida para infiltrarse en estas instalaciones fuertemente vigiladas.
En 2017, el youtuber Ninurta publicó un video desde el interior de estas lanzaderas en el que se ven las cabinas despejadas de instrumentos y las bahías de carga vacías. Más o menos por la misma época, el fotógrafo francés David de Rueda visitó el hangar, capturando imágenes impresionantes de las naves.
La atracción del lugar no solo reside en la historia que encierran estas naves olvidadas, sino también en el desafío de acceder a ellas. Los que lo intentan tienen que atravesar largas distancias en la estepa kazaja, enfrentándose a temperaturas extremas mientras evaden la seguridad de la zona. "Llegar fue una aventura épica", dijo de Rueda en una entrevista. "No sabíamos si lo lograríamos porque es un entorno hostil, pero valió completamente la pena".
A principios de año, un turista francés murió por deshidratación cerca del cosmódromo, pero los medios rusos publicaron que no estaba intentando llegar al hangar del Burán, sino a unas instalaciones subterráneas. Aun así, las autoridades han intensificado la seguridad en la zona, lo que solo ha seguido incrementando la fascinación por estas naves gigantes que nunca volaron.
A medida que las dos lanzaderas supervivientes continúan deteriorándose, algunos abogan por su preservación y su traslado a un museo. Otros ven estas reliquias como una cápsula del tiempo cuyo verdadero atractivo es su estado de abandono.
Imágenes | Panikovskij (CC BY-SA 4.0)
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