Solo dos minutos después de uno de los lanzamientos más emocionantes de los últimos años, "el mayor cohete jamás creado" empezó a dar problemas. La primera fase, Super Heavy, apagaba sus motores tal y como estaba previsto, pero Starship no conseguía separarse de él. Pérdida de control, giros sobre sí mismos y, finalmente, el Golfo de México.
Ahora, mientras se recuperan los restos de la nave del océano, empieza a cundir por las redes una cierta sensación de fracaso. Un sabor agridulce que es comprensible, pero que (si no lo contextualizamos) puede acabar por desorientarnos. Estrellándose en el mar, Starship tiene más de éxito que de fracaso.
Porque... ¿Qué acaba de pasar? Acabamos de ver cómo el mayor cohete de la historia, un monstruo reutilizable con la altura de un edificio de 40 pisos, se levantaba del suelo y comenzaba a volar. No solo eso: hemos visto cómo el conjunto superaba (parece que sin mucho problema) el Max Q, el momento de máxima presión aerodinámica.
Sí, también hemos visto cómo la parte superior del Booster 7 se deformaba durante el lanzamiento (aún no se sabe si fue clave en el fallo posterior), cómo la estructura integrada aguantaba sin romperse incluso después de haber perdido el control y, por último, cómo se estrellaba en el mar. Pero no debemos olvidar lo primero.
Un hito por sí mismo. Ya decíamos durante la cobertura en directo que, tras tanto trabajo y desarrollo, cada fase del lanzamiento que superara la nave podría ser considerada un éxito por sí mismo. Y es que, como lleva semanas repitiendo la propia Space X en ese complicado equilibro entre el hype y la desilusión, "el éxito [de esta prueba] se medirá por cuanto podemos aprender" de ella.
Hay un parte de gestión de las expectativas, claro. Pero también hay una parte (una parte muy grande) de verdad. Quienes hemos seguido la evolución de Space X todos estos años recordamos con emoción todo lo que costó llegar al lanzamiento del primer Falcon Heavy y es bueno que no olvidemos que hace solo cinco años esto era solo una propuesta sin fecha concreta.
Basta con revisar el archivo de Xataka para ver que la historia de Space X ha estado llena de éxitos, sí; pero también de "fracasos". El problema es que con su rapidez de movimientos, la compañía nos tiene malacostumbrados. En poco más de una década, ha pasado de hacer las primeras pruebas de sus cohetes reutilizables a hacer 60 lanzamientos al año.
¿Todo color de rosa? Por supuesto que no. Yo soy el primero en tener claro que buena parte del negocio espacial consiste en utilizar la magia y la mística del espacio para desarrollar tecnología gris y (a menudo) poco sexy; consiste en hablar de Marte, pero convertirte en el transportista espacial de referencia para todo el mundo occidental. Ha sido así desde el inicio de la carrera espacial.
Y eso, claro, tiene riesgos. El principal es que una mala gestión de esas expectativas puede acabar por "dañar el negocio principal". Es algo que le ha pasado recurrentemente a las agencias espaciales nacionales: se mostraban incapaces de encontrar una forma de convencer a sus gobiernos para que siguieran invirtiendo en el espacio.
Hasta ahora, Space X ha sido especialmente exitosa en este terreno y, además, ha conseguido pagar con crecer los "cheques" que expedía. Lo de Starship no es una excepción. Sobre todo, porque más pronto que tarde, volveremos a Boca Chica y veremos cómo Starship se convierte en la pieza clave de la nueva revolución espacial.
En Xataka | Entre el hype y la desilusión: qué sabemos sobre el teóricamente inminente lanzamiento de Starship
Imagen | Space X
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