La primera vez que vi el ‘Jardín de las delicias’ el cuadro me fascinó tanto que casi me dolió. No recuerdo exactamente la edad que tenía, pero no mucha: me quedé parado, como incapaz de procesar todos los detalles, todos los sentidos, todos los mundos que estaban en ese cuadro: la sensación de que mirara donde mirara, por pequeño que fuera fragmento, ahí había pintadas más historias que en todo el resto de pinturas del museo juntas.
Muchas veces, cuando leo historias sobre los descubrimientos astronómicos y me pregunto cómo es posible que aquellos hombres y mujeres dedicaran tantísimas horas a mirar al cielo con devoción, vuelvo a aquella tarde en el Prado. En realidad, no hay mayor ‘jardín de las delicias’ que el cielo nocturno.
Cada pixel del firmamento guarda más historias que… da igual que ejemplo ponga, la verdad; cada pixel del firmamento tiene más historias que cualquier cosa que podamos imaginar. Por eso cada foto es una pieza de alta joyería. A veces, como en el caso de la foto principal, literalmente.
Las nebulosas planetarias
El 12 de julio de 1764, cuando aún estábamos tentando el cielo con telescopios de mala calidad, Charles Messier observó la primera nebulosa planetaria, la nebulosa de Dumbbell. En los siguientes 20 años, los astrónomos siguieron encontrando esas extraños y tenues objetos salpicados por aquí y por allá. En 1784, William Herschel, el descubridor de Urano, las llamó ‘nebulosas planetarias’ porque se parecían, aunque nebulosamente, a los planetas gigantes.
Lo cierto es que no tienen nada que ver: como William Huggins desveló cien años después de la primera observación, son ‘nebulosas de emisión’; una envoltura de plasma y gas que expulsan las gigantes rojas justo antes de morir. “Justo” en términos astronómicos, porque hablamos de intervalos que van de décadas a miles de años.
El gas ionizado envuelve a la estrella de formas realmente sorprendentes e imprevisibles y no, no estoy exagerando
La última nebulosa (que también es la imagen principal) se llama PN A66 36 y la encontramos por primera vez en la década de 1950. Se encuentra a unos 1.400 años luz de distancia de la Tierra y aunque ha tenido tiempos mejores, aún podemos detectarla. Es como dice la ESO, que la incluye en su galería online, toda una gema cósmica.
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