No es necesaria una originalidad o una reflexión extraordinaria para que, durante una comida familiar o una tarde de tapeo y cañas aleatoria, salga a colación el concepto de alien, extraterrestre o, en general, la idea de que puede existir vida fuera de nuestro planeta. De hecho, la posibilidad de contactar con ella (o ello) en caso de que realmente coincidamos en este pequeño lapso espacio temporal, ha sido una de las grandes inquietudes del ser humano durante las últimas décadas. Al menos desde que se disponen mecanismos y herramientas tecnológicas que este considerase suficientemente adecuadas como para poder lograr este fin.
Sin embargo, las cuestiones acerca de lo que podría o no podría haber fuera de la Tierra son tantas (desde el tipo de organismo, sus similitudes y diferencias con lo que hoy conocemos, el desarrollo intelectual de estos...), que quizá nos hayamos planteado en menor medida uno de los puntos más importantes: cuando hemos intentado ponernos en contacto con "nuestros vecinos", ¿cómo ha sido? ¿Qué intentos ha habido?
En busca de aquellos con quienes comunicarnos: el SETI
El proyecto más importante y conocido hasta la fecha en relación a esta compleja misión, aunque existen algunos similares, es el Search for Extraterrestial Intelligence (búsqueda de inteligencia extraterrestre), más conocido por su acrónimo, SETI. Este ha gestionado multitud de intentos de establecer contacto con vida fuera de la Tierra. “Fueron varias búsquedas de señales y emisiones de radio, esencialmente, con los telescopios de radio más grandes que hay, en Arecibo, en Puerto Rico”, explica a Xataka Hans-Jörg Deeg, investigador del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC).
Según Deeg, este método se ha utilizado casi desde el inicio de los intentos porque es prácticamente la única manera en la que se podría llegar a recibir señales que superen las enormes longitudes espaciales. “Estas distancias son mucho mayores que las que hay entre los planetas de nuestro sistema solar, unas 10 o 20 mil veces”, incide.
“Más que ‘establecer contacto’, este proyecto [SETI] está enfocado a intentar discernir la presencia de señales en frecuencias de radio que no sean las típicas de los millones de fuentes astrofísicas - planetas, estrellas, galaxias, cúmulos y supercúmulos de galaxias, restos de supernovas, estrellas de neutrones, agujeros negros... - que conocemos”, detalla a Xataka Benjamín Montesinos, investigador en el Centro de Astrobiología del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CAB, CSIC-INTA) y vicepresidente de la Sociedad Española de Astronomía (SEA).
La técnica principalmente ha consistido en rastrear estrellas para comprobar si hay alguna señal interesante (y no natural). Hasta la fecha, según Deeg, no se ha encontrado nada de lo que los propios investigadores estén convencidos al cien por cien.
Por otro lado, en palabras de Héctor Socas Navarro, director del Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife y físico en el IAC, el ser humano ha mandado diferentes tipos de mensajes al espacio dirigidos a otras civilizaciones. “Yo los dividiría en tres categorías: los que viajan a bordo de sondas que saldrán (o están saliendo) del sistema solar, los mensajes de radio convencionales y los enviados no solo a mundos muy distantes en el espacio, sino en el tiempo”, explica Socas a Xataka.
Mensajes a bordo de sondas
Los mensajes más icónicos y característicos según la clasificación que establece Socas son los que incluían las sondas Pioneer y las dos Voyager, portadoras de información sobre la especie humana y la ubicación de nuestro planeta.
La sonda Pioneer 10, lanzada en 1972, fue la primera en conseguir atravesar el cinturón de asteroides y llegar a Júpiter, cumpliendo así su principal objetivo. “Lo característico de esta nave es que lleva consigo una famosa placa con información sobre el sistema solar, diseñada por Carl Sagan”, explica Deeg y añade que se trata de una placa muy básica que explica de dónde viene la misión.
“Si algo o alguien fuera de la Tierra las capturase y consiguiese acceder a su contenido, podría conocer de dónde viene esta, qué tipo de vida existe en nuestro planeta, de qué clase de tecnología y maquinaria disponemos…”, continúa Deeg. Para que la interpretación de todos estos datos sea lo más intuitiva posible (ya que no sabemos ni qué ni quién podría localizarlos), se utilizan dibujos sencillos a manos de Linda Salzman Sagan.
En primer lugar, lo que a muchos podría despertar más curiosidad en caso de ser los receptores de un mensaje similar: la apariencia de la especie que la envía (¿o nunca te has preguntado qué forma, cuántos brazos y ojos o de qué color sería un extraterrestre?). Para aclarar cómo es físicamente el ser humano, la parte derecha de la placa Pioneer recoge la forma de los cuerpos de un hombre y de una mujer.
A la izquierda, una especie de asterisco de líneas irregulares: el punto en el que confluyen simula a la Tierra y cada una de estas los púlsares (un tipo de estrella de neutrones) más significativos cercanos a nuestro sistema solar. Cada uno de ellos, además, indica en código binario su secuencia de pulsos. Es una forma de señalar nuestro “domicilio”, en qué parte del universo se sitúa el planeta azul. Si el mensaje lo recibiese una civilización inteligente, técnicamente avanzada, cabría la posibilidad de que conociese los púlsares y pudiese interpretar la placa.
Más abajo hay un pequeño boceto del sistema solar en el que aparecen los planetas que forman parte de él ordenados en función de la distancia al Sol. Por último, en la parte superior, y de nuevo utilizando lenguaje binario, el spin de una molécula de hidrógeno, el elemento más común en el universo.
Por otro lado, la Voyager 1 y su hermana, la Voyager 2, lanzadas en 1977, son las naves espaciales que más tiempo llevan explorando y vagando por el espacio. La primera de ellas porta una copia del Golden Record: un disco de cobre chapado en oro de 12 pulgadas que contiene sonidos e imágenes seleccionados para retratar algunos lugares de nuestro planeta, así como su diversidad de vida y cultura. Se trata de un mensaje de la humanidad hacia el resto del cosmos que incluye, además de saludos en 55 idiomas, un amplio repertorio musical, desde Beethoven hasta Chuck Berry.
Los contenidos del registro fueron seleccionados por un comité presidido por Carl Sagan. Si te pica la curiosidad, puedes echar un vistazo a este artículo de la NASA, donde se detalla todo su contenido.
“Este tipo de mensajes (tanto la placa Pioneer como el Golden Record) son intentos de comunicar a un modo muy, muy básico”, incide Deeg. “De hecho, además de que no se espera ninguna respuesta, y aunque ya ha pasado Plutón, el planeta más lejano del sistema solar, hace mucho, tardarán decenas de miles de años en llegar a su destino”, añade.
Pero estos no han sido los únicos intentos a bordo de sondas. “También ha habido otros. Por ejemplo, es muy curioso el de la sonda Phoenix que se posó en Marte en 2008”, explica Socas. Esta llevaba un disco con información para quien pudiera encontrarla, en algún momento, en Marte. Lo más particular es que contenía un emotivo mensaje de audio grabado por el mismísimo Carl Sagan dirigido a posibles futuros colonizadores humanos de Marte. "No sé por qué estáis ahí" -decía Sagan en este mensaje-, "pero me alegra mucho y me gustaría poder estar también ahí con vosotros".
Mensajes de radio
Esta clase de intentos de comunicación con posibles civilizaciones inteligentes de fuera de nuestro planeta son los más convencionales. Uno de los más conocidos es el mensaje Arecibo, preparada por algunos de los grandes de la época dorada del SETI, como Frank Drake y, de nuevo, Carl Sagan.
Según relata Socas, este mensaje se envió en 1974 desde el radiotelescopio de Arecibo (cuya antena tiene un diámetro de longitud similar a la altura de la Torre Eiffel), todavía el mayor del mundo, que acababa de ser renovado y disfrutaba de una mayor precisión telescópica. Para celebrar la ocasión, los astrónomos que administraban el observatorio aprovecharon la herramienta para emitir una serie de tonos durante alrededor de tres minutos en dirección al cúmulo de estrellas M13, a unos 25.000 años-luz. Teniendo en cuenta la magnitud de esta distancia y en palabras de Socas, “no habría que esperar respuesta hasta el año 51.974”.
“Al igual que los de las Voyager y Pioneer, este mensaje comenzaba con una especie de clave científica que los extraterrestres tendrían que usar como piedra de Rosetta para poder descifrar el resto”, añade Socas.
Si interpretamos el mensaje de izquierda a derecha, y como explica aquí la página web del SETI Institute, este muestra los números naturales del uno al diez; los números atómicos de los elementos componentes del ADN del Homo Sapiens sapiens (hidrógeno, carbono, nitrógeno y fósforo); las fórmulas de los nucleótidos del ADN; una representación de la doble hélice de este; la figura del ser humano y su altura, además del tamaño de la población terrestre y, por último, información sobre el sistema solar y sobre el radiotelescopio utilizado para enviar la señal.
“Desde entonces se han enviado algunas otras transmisiones de radio, de forma más o menos seria pero, en general, siempre con una esperanza prácticamente nula de que estas sean recibidas por alguien”.
Y recibir, ¿hemos recibido? “Lo más famoso que se ha encontrado en una búsqueda de este tipo, una muy señal rara, fue la señal Wow!, en 1977, que duró 72 segundos. El problema es la información que tenemos sobre ella es la poca que se recogió en ese mismo instante, ya que no se ha vuelto a tener noción de ella nunca más”, explica Deeg, y añade que esta procedía de la constelación de Sagitario y alcanzó una intensidad 30 veces superior al ruido espacial habitual. Su nombre se debe a la anotación que Jerry Ehman hizo cuando descubrió los registros de la señal, y en la que denotaba su gran sorpresa.
Las hipótesis sobre su origen se han llegado a atribuir o bien a la emisión de radio de un satélite artificial que podría haber atravesado la órbita en ese instante, a algún acontecimiento astronómico de gran potencia o bien, como el tema que nos concierne, a una civilización tecnológicamente avanzada con un potente transmisor.
Sin embargo, años después, ya en 2017 y como os contábamos en Xataka en este artículo, el astrónomo Antonio Paris, que llevaba años dándole vueltas al posible origen de la señal, propuso que este podría haber sido un asteroide que en ese momento se encontraba viajando por el sistema solar. Efectivamente, las señales localizadas al seguir a ese cometa cuadraban perfectamente con la señal de 1977.
Mensajes en el tiempo
Por último, hay una tercera categoría que, según Socas, es muy poco conocida, pero “igualmente apasionante”: los mensajes enviados, no hacia mundos muy distantes en el espacio, sino en el tiempo.
Es el caso del satélite geoestacionario EchoStar XVI, lanzado en 2012, que lleva un "mapa temporal" cuya intención es indicar a los arqueólogos del futuro que lo encuentren (en el caso de que lo hagan), no de dónde procedemos sino de cuándo, ya que un aparato de estas características puede permanecer millones de años en órbita.
A diferencia de los mensajes incluidos en la Voyager o en las Pioneer, este no necesita describir su procedencia o cómo es la especie que lo envió, ya que va dirigido a la humanidad del futuro, como explica aquí el astrofísico y divulgador Daniel Marín. “El mensaje consiste en cien imágenes del planeta Tierra almacenadas en un disco de silicio bañado en oro, diseñado por el MIT y el Carleton College”, escribe Marín. “Es fruto del proyecto The Last Pictures, una creación del artista Trevor Paglen, que también es el autor de las imágenes”.
“Este fascinante mensaje va destinado a nosotros mismos dentro de miles de años, a nuestros descendientes o quién sabe si incluso a futuras especies inteligentes que puedan poblar la Tierra dentro de millones de años, mucho después de que los humanos hayamos desaparecido. Si encontrasen este mensaje podrían averiguar que estuvimos aquí y en qué época vivimos y fuimos dueños del planeta”, hipotetiza Socas.
¿Ha habido más intentos? Afirmativo, terrícola
A pesar de que estos han sido tanto los métodos como los intentos más importantes al tratar entablar conversaciones con nuestros posibles vecinos, no han sido los únicos. De hecho, el proyecto Active SETI (Búsqueda Activa de Inteligencia Extraterrestre) también conocido como METI (Mensajería a Inteligencia Extraterrestre) se ocupa de la creación y transmisión de mensajes a extraterrestres.
"Aquellos que proponen o se oponen a enviar mensajes a inteligencia extraterrestre deben plantearse una pregunta parecida a la de Hamlet: ¿enviar o no enviar?", proponía el ingeniero ruso Aleksandr Leonidovich, quien acuñó el acrónimo METI."¿Tiene sentido el Active SETI?" En otras palabras, ¿sería razonable, para el éxito de SETI, transmitir con el objetivo de atraer la atención de inteligencia extraterrestre? En contraste con Active SETI, METI no persigue un impulso local y lucrativo, sino uno más global y desinteresado: superar el Gran Silencio en el Universo, llevando a nuestros vecinos extraterrestres el tan esperado anuncio: '¡No estás solo!'", continuaba.
Los proyectos de comunicación se han dirigido a estrellas situadas entre 17 y 69 años luz de la Tierra, a excepción del mensaje Arecibo. El primero de ellos, el Morse Message, en 1962, envió las palabra MIR ("paz" y "mundo" en ruso), LENIN y SSSR (el acrónimo ruso de la Unión Soviética) desde el Radar Planetario Evpatoria a Venus. En 1999 y 2003 se enviaron desde Crimea dos conjuntos de mensajes de radio interestelares a varias estrellas cercanas, las Cosmic Calls.
Ya en 2001 se realizaron una serie de transmisiones a las que se denominó Teen Age Message (TAM) a seis estrellas. Tanto estas como el contenido del mensaje fueron seleccionados por un grupo de adolescentes de cuatro ciudades rusas.
Across the Universe, un mensaje de radio interestelar con una canción de los Beatles con el mismo nombre en 2008; Lone Signal, dirigida a una posible civilización extraterrestre en 2013 y A Simple Response to an Elemental Message fueron otros de los intentos.
¿Estamos seguros de que existe vida extraterrestre con la que contactar?
Antes de pensar en intercambiar información con ese alguien o ese algo que el ser humano cree que puede estar revoloteando sobre sus cabezas, debemos matizar de qué tipo de vida extraterrestre estamos hablando: si de cualquier tipo de vida o si, por el contrario, hacemos referencia a alguno inteligente y tecnológicamente “similar” al nuestro. Una civilización, al fin y al cabo, que fuera capaz de recibir, decodificar y entender un posible mensaje antes de enviar una respuesta a nuestra señal. El que nos interesa, en este caso.
Es cierto que, por un lado, a día de hoy se conoce la existencia de más de 4.000 planetas (exoplanetas) orbitando estrellas distintas a nuestro Sol. Puesto que los viajes a estos son imposibles, se están desarrollando técnicas para poder analizar con telescopios en observatorios terrestres, o a bordo de misiones espaciales, las atmósferas de esos planetas, estudiar su composición, y discernir si sería compatible con cierta actividad biológica. “Pero esto no tiene nada que ver con los 'extraterrestres'. Ese tipo de vida podría ser bacteriana, que dejaría una huella de su presencia en las atmósferas de los planetas, como lo hicieron las cianobacterias en la atmósfera de la Tierra primitiva. Tardaremos aún unos años en desarrollar y poder aplicar ese tipo de técnicas”.
En palabras de Montesinos, “establecer contacto significaría establecer un diálogo con una civilización inteligente que, por poner un ejemplo optimista, estuviera en un planeta orbitando una estrella situada a, por ejemplo, 100 años luz de nuestro Sistema Solar. Esa civilización tendría que poder responder a una señal enviada desde la Tierra, lo que querría decir que habría desarrollado, a la vez que nosotros, una capacidad tecnológica similar”. Añade, además, que cada secuencia saludo-respuesta estaría separada 100 años. “Esto hace un contacto fluido inviable. Imagina que esa potencial civilización estuviera a 10.000 años luz...”.
Pero todo esto es ciencia ficción, ya que las investigaciones puramente científicas van por caminos muy distintos. De hecho, según apunta Montesinos, hace unos 25 años que se conoce la existencia de planetas orbitando estrellas relativamente cercanas a nosotros ("relativamente cercanas" para los astrofísicos significa unas pocas decenas o centenares de años luz, teniendo en cuenta que uno de ellos equivale a unos 9 billones y medio de kilómetros. En cifras: 9.500.000.000.000).
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